En los próximos días sabremos si se mantiene las elecciones el próximo 10 y 11 de abril o se postergan por algunas semanas esperando que la situación sanitaria mejore. Al igual que muchos países vivimos una catástrofe sanitaria con nueva ola de contagios. Las elecciones son muy trascendentes para nuestro futuro, pero antes esta la salud de la población.
De creerle a las encuestas, la disyuntiva que deberá enfrentar el país en noviembre es tener que elegir entre Joaquín Lavín (o Evelyn Matthei) y Daniel Jadue (o Pamela Jiles)
Pero no hay que creerles mucho a las encuestas. Primero, como se repite majaderamente, las encuestas son fotografías del momento y carecen de valor predictivo. En segundo lugar, porque el escenario presidencial no está aún configurado. Y tercero, porque hay encuestas y encuestas. Unas mas serias que otras. Algunas mas independientes y varias que mantienen estrechas relaciones con el poder político o económico, haciendo más que dudar de su independencia.
Además, históricamente la mayoría de las encuestas se han equivocado groseramente al predecir resultados electorales. Tanto en Chile como en el mundo. Sin ir más lejos, sucedió con Beatriz Sánchez en la pasada elección presidencial, en donde ninguna medición previa le asignaba más de un 8 % de las preferencias y obtuvo un 20 %. O, haciendo algo de memoria, como ocurrió con las encuestas de una empresa argentina, publicada en portada por el diario El Mercurio, a escasos días del plebiscito de 1988, revelando que las distancias entre el apruebo y el rechazo se acortaban considerablemente. Los ejemplos sobran.
El problema es que las encuestas contribuyen a crear realidades. Perfectamente Mario Desbordes, Ignacio Briones y Sebastián Sichel pueden ser derrotados por las encuestas, reduciendo la competencia en Chile Vamos a los dos precandidatos (as) de la UDI, Joaquín Lavín y Evelyn Matthei
Desde otra vereda, ninguno de los precandidatos de la centroizquierda supera los tres o cuatro puntos en las preferencias. Algunos sostienen que es porque se los identifica con la controvertida herencia de los últimos treinta años, representan más de lo mismo y no resulta creíble que puedan encarnar una propuesta de cambios, como sí podría ocurrir con Daniel Jadue o Pamela Jiles.
Ciertamente aún escasean datos esenciales para que se pueda configurar el escenario presidencial de noviembre. Uno, no menor, son los resultados de las elecciones del próximo mes de abril (si no se postergan). ¿Qué pasaría si la Unidad Constituyente, integrada por la DC, el PS, PPD, PRSD, PRO, Ciudadanos y Nuevo trato (liberales y disidentes RD), se impone a la derecha en la elección de gobernadores regionales, alcaldes y concejales, superando ampliamente a la alianza comunista y frenteamplista, ¿y se convierte en la primera fuerza política del país? Evidentemente ello cambiaría el escenario político.
Otro antecedente, tan relevante como el anterior, será la definición en torno a los candidatos (as) que finalmente inscriban su nombre en la papeleta de primera vuelta. Es muy distinto que la derecha nomine a Joaquín Lavín como su candidato, que sea Evelyn Matthei, Mario Desbordes, Sichel o Briones.
Y aun faltan mas de ocho meses para la elección presidencial y el despliegue de la campaña de los verdaderos candidatos (as) presidenciales, así como conocer sus propuestas programáticas.
No deja de ser curioso el caso de Ignacio Briones, que renunció a su cargo de ministro de Hacienda en una coyuntura especialmente compleja para el actual gobierno, asumiendo una muy improbable candidatura presidencial en reemplazo de Felipe Kast. Al igual que Sichel, su candidatura pareciera toda una excentricidad en la derecha.
Es verdad que, a diferencia de Sichel, ahora “independiente”, su candidatura está apoyada por un partido. Evopoli es un partido chiquito y curioso, que se declara liberal en lo valórico pero que es extraordinariamente ortodoxo en materia económica, tal como lo demostrara el propio Briones en su paso por el ministerio de Hacienda. Y fuerte partidario del “orden”, como lo evidenciara su presidente, exigiendo la declaración del Estado de sitio en la Araucanía, mientras Briones rechaza la militarización, pronunciándose por un dialogo que el propio gobierno, del cual formó parte, ha imposibilitado,
En la otra vereda tampoco es indiferente si Paula Narváez, Heraldo Muñoz o Carlos Maldonado, representantes del ala social demócrata de la coalición, termina siendo el candidato (a) de la Unidad Constituyente, o se impone la postulante DC, Ximena Rincón.
Y si Pamela Jiles inscribe su candidatura presidencial u opta por una candidatura senatorial por Santiago, como se especula.
Es mas que evidente que Daniel Jadue tiene la primera opción de convertirse en el candidato presidencial de su sector, aun si debe enfrentar a un candidato del Frente Amplio en primarias.
Lo que parece menos probable es que la oposición logre realizar una primaria para designar un candidato (a) único, como proponen sectores del Frente Amplio y el propio Gabriel Boric, que aparece como nuevo postulante. Siguen existiendo vetos cruzados y diferencias no resueltas entre los diversos partidos. Distancias que dicen relación no tan solo con los últimos treinta años, como afirma el PC, sino que se arrastran históricamente, profundizadas por los 17 años de dictadura y el propio proceso de transición a la democracia. Y no parece existir acuerdos en torno al diagnostico acerca de la crisis social que vive el país y las propuestas de futuro.
No fue posible la unidad para enfrentar la elección de miembros de la próxima Convención Constituyente, que le entregará una sobre representación a la derecha. Tampoco para la elección unipersonal de gobernadores regionales y alcaldes y muy difícilmente podrá haberlo para competir la presidencial con abanderado único en base a un acuerdo programático para primera vuelta, aunque podría suscribirse un compromiso formal de apoyo reciproco para el candidato o candidata de la oposición que pase a segunda vuelta.
La competencia por representar el cambio
Parece existir un amplio consenso social y político acerca de que el país requiere de cambios profundos. Lo afirma la derecha, lo dice la izquierda y lo sostiene la centroizquierda . Otra cosa muy distinta es el contenido y sentido del cambio.
En una curiosa y ya faranduleada voltereta Joaquín Lavín se sumó a un ideario socialdemócrata en materia social (¿también en el plano económico?), con las ideas del orden que busca encarnar la derecha.
Ignacio Briones ha ido más lejos con su verbo. Habla de un cambio de ciclo, que requiere de un reformismo muy de fondo. No de “reformitas sino reformas de verdad, en lo social y en lo económico”. Una nueva transición. Y de una u otra manera, tanto Desbordes como Sichel, parecen compartir la idea que el país requiere de cambios, sin precisar mucho acerca de su contenido u orientaciones.
Daniel Jadue es francamente el más radical. En consonancia con los acuerdos del ultimo congreso de su partido, está por un gobierno antineoliberal (sin matices). Por aquello desecharon la unidad opositora acentuando sus críticas a las políticas impulsadas por la ex Concertación durante los últimos treinta años (¿incluido el segundo mandato de Michelle Bachelet?).
A la hora de las aproximaciones programáticas en la Unidad Constituyente parece existir un amplio consenso en que Chile necesita de cambios estructurales, incluyendo una nueva Constitución redactada en una hoja en blanco, que elimine los resabios autoritarios y conservadores que mantiene la actual constitución, pese a sus sucesivas reformas. Y un nuevo orden económico y social mas justo, solidario e inclusivo. Un cambio responsable, sustentable y sostenible, superando las barreras de lo posible para asumir lo necesario, como afirmara la candidata socialista.
Parece haber llegado la hora de superar los slogans y las consignas para dotar de contenidos claros a las diversas propuestas de cambios. ¿Cuáles serán los principios en que se debe fundar una nueva Constitución tanto en materia de derechos y libertades garantizados, como la organización política, económica y social? ¿se mantendrá el rol subsidiario del Estado o se avanzará hacia un Estado rector de la economía, solidario y protector de derechos? ¿Se deberá avanzar hacia un régimen semi presidencial, parlamentario, o un presidencialismo atenuado? Son estas y otras interrogantes que deberán ser resueltas en el proceso constituyente.
Cambia, todo cambia…
Además de la indispensable definición de contenidos de los cambios que se proponen, inciden su credibilidad y factibilidad. Es mas que evidente la necesidad de cambios muy profundos. Asumiendo transformaciones de carácter universal en estos últimos treinta o cuarenta años. En buena medida por la revolución científica y tecnológica y el proceso de globalización sin otras reglas que las del mercado, que menoscaban la soberanía de los Estados. Por la emergencia de potencias recambiadas, la irrupción de China con su liderazgo evidente en un contexto de profundos cambios geopolíticos acaecidos en el planeta durante las últimas décadas.
Muchos de los cambios y transformaciones que ha vivido nuestro país en los últimos años forman parte del legado de los gobiernos de la centroizquierda. Para bien y para mal. Una gran mayoría de los chilenos y chilenas valoran los avances, pero no está conforme con la actual situación que, pese a los proclamados éxitos en materia económica y social, sigue desnudando un país muy desigual, con manifiestas inequidades, abusos y exclusiones. Y tal como quedara de manifiesto durante el estallido social, demanda cambios y transformaciones. En democracia.
Difícilmente la derecha, que ha defendido el legado del régimen militar y el actual orden político (incluida la Constitución de 1980), económico y social, puede maquillar una opción de cambio. Aquella recae en el centro y la izquierda políticos, junto al amplio y diverso movimiento social, desafiados a viabilizar los cambios y transformaciones que el país demanda y necesita. Ello instaló el desafío de recuperar la confianza de la mayoría ciudadana.
Es que se juega en las próximas elecciones. A partir de una fecha aún en duda…