La consigna política feminista Nunca más sin nosotras ha sido efectiva. Ha sido noticia mundial, un hecho histórico. Inédito, se dice. Por primera vez en Chile y en el mundo, la escritura del texto constituyente de una Nación se escribe por una convención constitucional con paridad de género. La ciudadanía votó y aprobó con amplia mayoría, en el plebiscito de octubre de 2021 que el texto que desplazaría a la Constitución de 1980 escrito en dictadura fuera superado con manos de mujeres y de hombres por igual. Por otra parte, el gobierno del presidente Gabriel Boric, tiene una composición ministerial de mayor cantidad de mujeres que de hombre 14/10. Ambos hechos no son producto ni del don, ni del azar, sino efecto de una lucha política: histórica, difícil y resistida, que paso a paso ha conquistado derechos, posiciones políticas, saberes y poderes negados a las mujeres, tanto nos dijeron tontas que nos pusimos pesadas leí en una pancarta callejera el último ocho M.
El feminismo hoy es una fuerza política legitimada que, con miles de seguidoras y estrategias políticas diversas, se manifiesta en todos los ámbitos de la vida pública. Así, a punta de marchas, de consignas, de trabajo personal y organizacional, de deseo y anhelo de libertad, las mujeres hemos ido caminando calles para llegar también a “las grandes alamedas“. La historia es nuestra
Sí, la convención constituyente es signo de un nuevo Chile, la escritura de esta historia, la escritura de este tiempo histórico deberá realizarse con el mismo imperativo, nunca más sin nosotras. Lo inédito exige una escritura inédita, una mirada inédita, una historiografía inédita. Otra. Una nueva historia me digo, que buscará nuevos lenguajes para nombrar y decir lo que la otra no nombró, otras miradas que miren allí donde antes no se miró; una escritura de la historia que mire por las ranuras y por el rabillo del ojo, allí donde antes no se quiso mirar. Historiografía que, más allá de la cifra, del dato consignado y de la fuente oficial, se haga cargo del pensamiento feminista como propuesta política desde la necesidad de la inclusión de otra sujeto, otras vidas y otros lenguajes en el modo de construir lo social.
La intervención cultural que ha realizado la crítica feminista fundada en la concepción del orden patriarcal como un pensamiento excluyente, que ha mirado y propuesto la cultura desde la hegemonía de lo uno masculino dominante, abre la potencialidad de una historiografía plural que incorpore afecciones de cuerpos y de lenguajes ausentes de lo que ha sido la hegemonía masculina. Las mujeres han construido un pensamiento y un posicionamiento político expresado en el significante feminismo que hoy situado y legitimado en las disputas discursivas de la actualidad, es ineludible a la hora de pensar y escribir la historia.
Nunca más sin nosotras, dice también eso, la paridad de género no es sólo una cuestión de número, requiere una apertura – y por qué no una invención – en las formas y lenguajes que construyen la cultura. Habrá que construir diccionarios y santorales, hacer mapas y demarcar otros lindes, distintos y diversos a aquellos con los que se han trazado las fronteras de la nación masculina, habrá que desempolvar viejos trajes y leer los lenguajes de esos cuerpos que salieron de las cocinas para encontrarse con otras, para organizarse y responder las preguntas de su insatisfacción y sus dolores. Escritura que no será de una historia, sino de muchas, del antes y del por qué se hizo posible este lugar y sobre todo demarcar la nueva república que contenga a quienes estuvieron excluidas y excluidos de la historia que nombró la nación colonizada.
La paridad de género abre la mirada no solo al campo cuantitativo de la vida social sino al modo como los lenguajes nombrarán una democracia paritaria, una educación sexual integral, nueva justicia, una vida libre de violencias de género. La pluralidad inclusiva que aporta el feminismo exige mirar más allá de lo Uno: mirar el movimiento social y las prácticas políticas feministas como imprescindibles del Chile al que da inicio la nueva constitución.
Sabemos que las mujeres han estado en otros lugares, han cumplido otros roles y han tenido otras funciones que las de escribir constituciones; hace poco más de un siglo que entraron a la educación superior, la naturalización de su dependencia las situó en el orden privado, en una esfera de vida más dedicada a los cuidados que a la política, más cerca de los sentimientos que de la racionalidad. ¿Qué hizo que las mujeres llegaran hasta este escenario constituyente?, ¿que quisieran salir a lo público, cómo iniciaron el recorrido que las trajo hasta el poder? ¿Ha sido su necesidad, su deseo, sus ansias de poder y libertad? ¿o ha sido una respuesta a un estado de cosas que no satisfacía ni daba sentido a sus vidas?
El camino ha sido largo está hecho de una historia hecha de historias y memorias, de experiencias colectivas e individuales, de luchas y de trayectos que se conjugan en lo privado y en lo público, en gestos y afectos, en deseos y búsquedas de libertad, pero sobre todo en haber aprendido a pensar su propia vida como un proyecto de integración y participación en la cultura, antes que vivir en la asignación de roles y funciones determinadas por el sistema de vida en que lo singular de ser mujer estuvo sumido en la invisibilidad y la ausencia.
Ha sido la historia de la voz y del cuerpo, de afectos y sentimientos, de la lucha por ser sujeto de su propia historia la que marcó hace ya más de un siglo el comienzo de un camino que hoy se cumple en ese deseo de designar y consignar otro futuro.
Esta historia de las mujeres en la nueva constitución no es una historia que deba escribirse con los mismo signos ni lógicas con que se escriben las historias oficiales, sino que deberá incluir lo propio de un deseo instituyente, de haber marcado una huella recurrente que el dominio masculino siempre quiso borrar. Será mostrar el paso a paso de un cuerpo que va de lo doméstico a lo público en trazos irregulares, saltando obstáculos y construyendo el cuerpo de la porfía de avanzar en la dirección elegida.