La instalación de la convención constitucional enfrenta un peligro evidente: de ser potencialmente el camino que nos ayude a salvar una de las crisis más profundas de nuestro sistema político, podría transformarse en el escenario ideal para repetir –como diría Borges- la tragedia de Antígona.
La tragedia de Antígona, de Sófocles, se funda en una imposibilidad básica: la protagonista y Creonte (el rey elegido “por defecto”) no hablan el mismo lenguaje, aunque busquen referencias aparentemente comunes. La historia narra el acto de rebeldía de Antígona frente al edicto del rey que prohíbe el entierro de Polinice, uno de los dos hijos de Edipo. Este ha muerto combatiendo a su hermano Etéocles, cuando intentaba, apoyado por ejércitos extranjeros, recuperar el trono de Tebas que su hermano le había arrebatado.
El problema es que a Etéocles se le enterrará con todos los honores y a Polinice, como castigo, se le dejará insepulto. Frente a este trato discriminatorio, Antígona se rebela, enfrentando al rey. Según ella, la razón le pertenece porque los dioses mandan enterrar a sus parientes, de lo contrario no llegarán nunca al Hades, lugar en el cual podrán yacer en paz. Para Creonte, sin embargo, el acto de Polinice (atacar la ciudad de Tebas acompañado de un ejército extranjero) constituye, según la ley civil, una traición y debe ser castigada. Ella habla desde una verdad instalada en las creencias ancestrales de un pueblo y él, desde los instrumentos que la comunidad formalmente ha instituido para normar la convivencia social. Por un lado, los dioses; por otro, las leyes humanas. Dos códigos, dos lenguajes, dos verdades. Por eso están en una situación trágica, sin solución.
Ayer estuve en un conversatorio con un candidato a constituyente –por quien pienso votar, de todas maneras- compartiendo sus diagnósticos, propuestas y las sensaciones que ha ido acumulando en estos días de campaña. Si yo pudiera sintetizar –o al menos intentarlo- en una sola idea las razones por las cuales este candidato decidió postularse, salir de su zona de confort como se dice ahora, y arriesgarse a un escrutinio público que en nuestros días es lo más parecido a ponerse cerca de la guillotina, me parece que es porque quiere evitar que la convención constituyente se transforme en una tragedia griega y que quienes lleguen a ese lugar queden atrapados en un conflicto sin salida, del tipo que se aprecia en Antígona.
Las condiciones ambientales para ese fenómeno están servidas. El clima de conversación nacional se ha deteriorado a todo nivel. El interés por hacerse cargo de que el otro, ese que no comulga con nuestras ideas ni trabaja con nuestros supuestos, es legítimo, tiene derecho a existir y a promover sus ideas en el espacio público, al igual que uno, es casi inexistente. Y si no se logra que la conversación constitucional se abra a escuchar a los que son diferentes y tomar en cuenta sus posiciones, podemos encaminarnos a un fracaso trágico. Pero el candidato al cual apoyaré dijo algo que debiéramos amplificarlo: este proceso es una enorme oportunidad de renovación del elenco de la conversación. Por primera vez, la mitad de los incumbentes serán mujeres. Habrá un porcentaje garantizado de personas que provienen de pueblos originarios. Y hubo un 80% de ciudadanos, chilenos y chilenas que declararon que quieren un cambio de las reglas constitucionales que nos han regido hasta el día de hoy. Y esa voluntad, que posiblemente no comparte todos y cada uno de los valores que se definirán en una nueva constitución, no espera que el sistema político permanezca inalterado, como una democracia constreñida y desequilibrada en sus representaciones. Como dijo mi candidato, si hay un mínimo que esperar de la nueva constitución, es lograr un sistema más inclusivo y más colaborativo. En todos los órdenes: social, político, territorial, cultural. Desde este punto de vista, la derecha chilena que ha estado tan atada (sin duda por origen y responsabilidad a la dictadura) tiene una gran oportunidad de, efectivamente, hacer valer sus miradas más liberales y atreverse a apoyar el cambio hacia más democracia y más libertad. Un desafío similar tiene la oposición: ¿estará dispuesta a llegar a acuerdos, no solo al interior de la llamada centroizquierda, sino que con aquellos que se sitúen más a la derecha? No será una tarea fácil porque los actores son muchos y muy diversos y, como sucede en Antígona, no siempre, o mejor dicho casi nunca, se habla el mismo idioma.
Siendo plenamente realistas, creo que uno debiera esperar que el espectro de intereses que irrumpan en la convención vaya desde aquellos que van a estar ahí para intentar que nada cambie, hasta los que esperan que se cambie todo. Y también habrá quienes estén ahí porque defienden un interés concreto que, perfectamente, podría confrontarse con otro interés particular, tan legítimo como el anterior. O sea, el desafío de hacer caminar ese proceso –una vez que hayamos elegido a nuestros representantes, es decir, a aquellos con quienes más nos identifiquemos- salga adelante, es enorme, propio de una tragedia griega. Conversando en una sala de clases acerca de Antígona, les pregunté a los estudiantes (jóvenes entre los 18 y 20 años) qué recomendarían para que estos antiguos personajes griegos salvaran el desenlace trágico de la obra. Y las palabras que surgían eran empatía, tolerancia, escuchar, buscar el punto medio entre los extremos, conversar. Mirando la tragedia, estas nociones aparecen como obvias, casi de sentido común. Claro, reconozco que resulta fácil apreciar esto cuando uno es un espectador (el arte tiene esa gracia: nos lleva a mirar desde cierto lugar que, muchas veces, no habíamos visto); no lo es tanto cuando somos actores de la realidad. El candidato al que apoyaré, creo, tiene esta mirada. Incluso creo que, si lo obligan a definirse, se declara “amarillista”. Y eso, a mí me hace sentido, entendiendo que ser “amarillista” implicaría llegar al debate con propuestas claras, pero dispuesto a escuchar y construir mayorías de consenso en los temas centrales que regularán la vida del país en los próximos decenios.
Eso será posible, me parece, si quienes llegan a la convención están dispuestos a buscar el lenguaje mayoritario que nos represente como comunidad. Aunque sean unas pocas cosas, pero muy centrales, como tener un país donde se garanticen los derechos sociales y se asegure el ejercicio pleno de la democracia.
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Como siempre iluminando el camino. Felicitaciones Toño.