La teoría del doble vínculo, elaborada por Gregory Bateson, busca explicar los dilemas que surgen en el receptor cuando una persona emite dos mensajes contradictorios. La reciente votación en el Senado del proyecto del cuarto retiro, desde la perspectiva del mensaje que nos dan a los ciudadanos, podría ser un claro ejemplo de “doble vínculo”.
Y al final, el Senado no aprobó la idea de legislar el 4° retiro. Pero llegará a una comisión mixta con la Cámara de Diputados donde, muy probablemente, se logre un acuerdo para darle curso, aunque con algunas modificaciones que, en lo sustancial, no modificarían el asunto de fondo. El escenario se instaló así, en parte, por la decisión valiente de una senadora, Carolina Goic, que desde hace mucho tiempo ha afirmado que los retiros de fondo de las AFP´s son una mala política pública y que, la aprobación de los anteriores fue un mecanismo necesario y excepcional frente a la tozudez del gobierno al no ampliar más expedita y universalmente los apoyos del estado frente a los problemas derivados de la pandemia.
Según ella, una vez alcanzado el acuerdo de los “Mínimos comunes” (ampliación del IFE universal hasta diciembre bajo la premisa de que, con eso, no habría más retiros), no tenía sentido sostener una política que, desde todos los espectros del sistema político (¡incluso escuché a la asesora económica de Boric afirmar enfáticamente que le había aconsejado al candidato no apoyar su aprobación!), era considerada como “mala política pública”, con efectos importantes en la estabilidad económica del país, cuyos desajustes y costos recaerían principalmente en los más pobres. Y, tal como lo expresó en su argumentación del voto de rechazo a la iniciativa, para ella lo que debiera hacerse es preguntarse “¿qué pasa con los efectos en la desigualdad?”, agregando que “Avanzamos en la propuesta de la reforma de pensiones y podría haberse frenado esto”. Terminó anunciando su voto: “Rechazo este retiro y los invito a hacerse cargo de las consecuencias”.
Su conducta –rechazar explícitamente el “cuarto retiro- marcó una consecuencia plena entre sus convicciones y sus acciones. Es, cree uno, lo que debiéramos esperar de los liderazgos políticos para recuperar la confianza. Pero el escenario parlamentario hace rato que no da garantías de aquello y la votación en el Senado me parece que es una prueba. Una selección al azar de las justificaciones que la mayoría de los senadores de oposición que votaron en la sala por aprobar la idea de legislar el cuarto retiro pone en evidencia lo que digo. Hubo, me parece, dos argumentos dominantes: uno, que las consecuencias no serán tan malas como se dice, aunque implícitamente se asume que las habrá. El otro, es que las AFP´s han fracasado, le han servido solo a los grandes grupos económicos y que las pensiones son miserables, razón por la cual hay que retirar los ahorros individuales.
Ambos argumentos me dejan perplejo. Pedro Araya, por ejemplo, fundamenta de la siguiente forma su voto: “Estos proyectos no hubieran avanzado si el Gobierno hubiera llegado a tiempo en la crisis. El sistema de pensiones solo financia a los grupos económicos y genera malas inversiones. La inflación no puede ser atribuida solo a estos retiros. Apoyo la norma”. O sea, implícitamente desconoce el acuerdo de mínimos comunes que respaldó y asume que la situación de pandemia sigue igual, a pesar del IFE universal. Por su parte, el senador De Urresti, refiriéndose al cuarto retiro y sus efectos, cree que “No hay que demonizar esta situación”, rebatiendo a las voces que hablan de su impacto en, por ejemplo, la inflación y los financiamientos. Algo parecido le pasa a Huenchumilla, cuando dice: “No me convencen los argumentos económicos y economicistas que he escuchado aquí…”, aludiendo a lo mismo. Entonces, uno se pregunta si para estos legisladores –y varios más que opinaron en la misma línea- los argumentos económicos (o economicistas, como los llama despectivamente Huenchumilla) expuestos por profesionales con experiencia en el manejo económico, con formación amplia, respetados por sus pares, no tienen valor, no son atendibles, son sesgados, posiblemente “demonizadores (para usar las palabras de De Urresti). Para mí, quienes menosprecian los efectos económicos de las políticas de retiros de fondos de pensiones, o lo hacen porque honestamente no ven sus implicancias (porque no saben del tema) o, sabiendo que no saben, se sienten dueños de un conocimiento que está por sobre el de los profesionales, asumen una doble responsabilidad: generar una política con consecuencias negativas y, por otra parte, instalar la gestión política meramente emocional, basada en las impresiones y no en las realidades.
El otro argumento tampoco funciona mejor. El senador Quinteros dice, por ejemplo, que “El problema no son los retiros, el gran problema es un sistema previsional que no funciona porque cuando la gente jubila, inmediatamente empobrece…no podemos seguir eludiendo el debate sobre un nuevo sistema de protección social”. Entonces, uno debiera suponer que la energía legislativa debiera ponerse en legislar, precisamente, el cambio de sistema, garantizando la instalación de uno mejor. ¿Pero cómo se construye ese sistema mejor si tendrá que hacerse con menos recursos? Isabel Allende parece compartir algo de este diagnóstico, cuando declara los siguiente: “Voy a apoyar y a luchar por una verdadera reforma previsional, pero no votaré más por otro retiro porque no es la real respuesta». ¿Y por qué vota por este? ¿Y los apoyos del estado (IFE universal) no sirven? ¿Debemos promover, entonces, la activación exacerbada del consumo a costa de los ahorros de los trabajadores? Cuando Juan Ignacio Latorre sentencia que mientras las AFP´s ganaban “290 mil millones de pesos de utilidades”, y que “las pensiones son de miseria”, y agrega que “sabemos que el objetivo de la dictadura fue crear un mercado de capitales con el ahorro forzoso de los trabajadores. El debate de fondo es cómo construir un verdadero sistema de seguridad social”, es legítimo preguntarle de qué forma el cuarto retiro, o sea, disminuir los fondos de los trabajadores, ayuda a alcanzar el verdadero “sistema de seguridad social”. La senadora Adriana Muñoz, con un matiz interesante, propone la teoría del empate con los economistas y explica que “Hay que reconocer que hay otras razones para negarse al cuarto retiro. Es cierto que los economistas han advertido de los trastornos graves que producen los retiros, sin embargo, llama la atención que estos mismos economistas no han dicho nada del masivo retiro de dividendos de parte de las empresas. No estoy disponible para miradas parciales”. O sea, si los empresarios retiran sus utilidades, asunto que daña al país (tema preocupante, por cierto), entonces hay que aprobar una política que tendría razones para ser rechazada, porque perjudica a los trabajadores. El caso de la candidata Provoste es tan triste como el del candidato Boric. Así como a este su asesora económica le recomendaba no aprobar esta ley (y él lo hizo igual), Provoste, a pesar de que asegura que “debemos terminar de una vez con la idea de recurrir a los propios ahorros para enfrentar esta pandemia” y convoca “a construir un nuevo sistema de pensiones y de seguridad social”, y reconoce que “ello no será posible si el actual sistema se vacía. Por fracasado y perverso que este sea”, igual votó por aprobar el retiro.
Entonces, ¿cuál es mi punto? Me queda la impresión de que las señales que se han enviado a los electores o, al menos, a muchos de quienes nos sentimos parte del mundo que se mueve entre el centro y la izquierda, es que nuestros dirigentes tienen lo que algunos teóricos de la sicología, llaman comunicación de doble vínculo, que no es otra cosa que enviar dos mensajes simultáneos y contradictorios. En nuestro caso, muchos de quienes terminaron votando a favor del cuarto retiro, nos mandaban un mensaje doble vinculante: por una parte, nos dicen que están preocupados y empatizan con la situación de millones de chilenos afectados por la pandemia; y por otra, en los hechos, intentan aprobar una política que daña a una buena parte de esos millones de chilenos que quieren apoyar.
Si a mí, como potencial elector, un parlamentario me dice que hay una política pública mala, que me va a afectar en el futuro, y la quiere aprobar, es una muy mala señal. A lo menos, me quedaré perplejo.