Hoy tuve la oportunidad de presenciar una entrevista de televisión que debiera estar incluida en las antologías de la especialidad. Fue en el contexto del noticiero matinal. No recuerdo con exactitud el canal, pero sí tengo certeza de que se trataba de uno nacional, especializado solo en noticias. El tema era la propensión irrefrenable de los jóvenes chilenos a participar en las fiestas clandestinas y la tesis de la línea editorial era algo así como que esto formaba parte de las consecuencias del estallido social de 2019 y la pérdida del respeto a la autoridad. Para profundizar en el tema, entrevistaron a Paula Repetto, sicóloga investigadora de la Universidad Católica en temas de salud pública y comportamiento adolescente (Ph.D. Department of Health Behavior and Health Education, Escuela de Salud Pública Universidad de Michigan y Magíster Psicología, P. Universidad Católica de Chile), sin duda una autoridad en las materias a tratar.
Me esperaba, debo reconocerlo, que se dijera algo muy parecido a lo que el periodista quería lograr como declaraciones de la entrevistada, es decir, que efectivamente los jóvenes chilenos son en extremo individualistas, que no tienen conciencia de los demás, que han convivido con tantas posibilidades de miseria y muerte que el covid no los asusta, que se creen inmortales, que la autoridad les vale madre, etc. Sin embargo, la respuesta de la especialista comenzó a enrielarse por otro camino. Su argumento central fue de una evidencia que, de tan simple, no se apreciaba: según ella, no podíamos afirmar que la “juventud chilena” tuviese una conducta básica y mayoritariamente irresponsable, que no tuviera conciencia de los demás y que no se cuidara. Reconocía, por supuesto, que había individuos y grupos que trasgredían los cuidados elementales para protegerse y proteger a los demás del contagio, pero le reiteraba al periodista que, evidentemente, no se trataba de la conducta habitual y mayoritaria de los jóvenes y que, por lo tanto, hacer la generalización a partir de unos cuantos casos, por muy llamativos que hayan sido, era un error. Según Paula Repetto, en la universidad tenían datos que demostraban que la gran mayoría de los jóvenes chilenos tenía conciencia de los riesgos, tomaba las precauciones para protegerse y cuidar a sus cercanos (padres, madres, abuelos y abuelas) o simplemente a los demás. Y concluía algo que parece bastante obvio: los trasgresores son los menos (esto es como el tema de la delincuencia: los delincuentes no son la mayoría y, por lo tanto, Chile no es un país de delincuentes, aunque tengamos la mitad de los noticieros dedicados a portonazos, asaltos a farmacias, robos, etc.).
los trasgresores son los menos (esto es como el tema de la delincuencia: los delincuentes no son la mayoría y, por lo tanto, Chile no es un país de delincuentes, aunque tengamos la mitad de los noticieros dedicados a portonazos, asaltos a farmacias, robos, etc.).
Hasta aquí, se preguntarán, no hay nada de antológico en esta entrevista. Y tienen razón, porque lo antológico no lo constituyen las respuestas de la especialista, sino la obstinación del entrevistador y del propio noticiero en resistirse a los argumentos de la sicóloga. Por cierto, la resistencia no se hacía a partir de un debate en torno al tema, sino a través del uso de dos tipos de recursos televisivos: uno, las cintas informativas en texto que se pasan a pie de pantalla; y la otra, la reiteración en la formulación de las preguntas del concepto que el periodista quería validar. En ambos casos, se repetían, una y otra vez, frase tales como: “la gran cantidad de jóvenes que infringen las normas sanitarias”, “2.500 detenidos en fiestas clandestinas”, “nuevas fiestas clandestinas descubiertas…”, etc., dando una sensación de que Chile entero estaba de fiesta y se saltaba las normas de cuidado contra la pandemia.
Pero Repetto fue un poco más lejos. Ante la insistencia del entrevistador en afirmar la reiterada conducta trasgresora de “los jóvenes chilenos”, le señaló algo que –en mi opinión- puede aplicarse a un cierto estilo que se ha impuesto en la televisión chilena. Para ella, parte importante de la “sensación ciudadana” de que mayoritariamente se pasa por sobre las normas de cuidado de la salud, son responsabilidad de la desmedida resonancia mediática que ciertos eventos, como los allanamientos a las fiestas clandestinas, tienen. Su argumento era muy simple: el lugar que estos eventos ocupan en los noticieros y matinales de la televisión, distorsiona la realidad o, dicho de otro modo, estaría construyendo una realidad falsa (una “fake news” más sutil). Puesto en cifras, podría ser algo así como lo siguiente: el 90% (el número lo invento) de los jóvenes chilenos que respetan las normas sanitarias, tiene 0% de representación en los noticieros chilenos; mientras que el 10% (insisto: el número es ficticio) de los trasgresores, ocupa el 100% de la atención en los medios. Y la consecuencia de esta distorsión no es irrelevante y opera al modo trumpista: “si la mayoría de los jóvenes hacen fiestas clandestinas y no les pasa nada, entonces no tiene sentido cuidarse tanto”. Cualquiera que hiciera esta reflexión se sentiría animado a organizar la fiesta de la cual se ha privado durante tantos meses, lo que redundaría en un estimulador de la conducta trasgresora. Diferente sería la situación, si los medios hicieran algún esfuerzo por destacar las conductas heroicas de aquellos que, por ejemplo, aunque vivan en departamentos minúsculos y hacinados, no asisten a esas fiestas y se aguantan en pro de cuidar la salud de ellos, de los suyos y de los demás. O bien, que se hiciera un esfuerzo periodístico por relevar las multas y otras sanciones que hayan derivado de estos eventos clandestinos, aunque sólo sea reportear el mal rato que pasaron los trasgresores. O simplemente que se documentara la forma en que muchos jóvenes hoy despliegan sus encuentros sociales, respetando los cuidados de uso de las mascarillas, lavado de manos y mantención de la distancia física. Pero el ejercicio mediático no va por esa línea.
parte importante de la “sensación ciudadana” de que mayoritariamente se pasa por sobre las normas de cuidado de la salud, son responsabilidad de la desmedida resonancia mediática que ciertos eventos, como los allanamientos a las fiestas clandestinas, tienen.
Sería interesante que los medios rindieran cuenta de sus opciones editoriales, muchas de las cuales me temo responden a un criterio que podríamos llamar la lógica de “esto no tiene nombre”. Esta línea comunicacional apunta a presentar los hechos completamente fuera de contexto, sobredimensionados y generalizados en forma grosera. De esta forma, se ha construido la imagen de un país donde todos los políticos son corruptos, donde existe absoluta impunidad frente al delito o la mayoría de los jóvenes son trasgresores. Ciertamente, estas realidades debieran llevar a los propios medios a una profunda reflexión sobre sus estrategias comunicacionales y hacerse cargo de lo que sus intereses en estos ámbitos generan a nivel social. El lenguaje construye realidad, se afirma como un dato en el mundo contemporáneo. Y, por lo tanto, quienes detentan buena parte del monopolio comunicacional (especialmente la TV) deben hacerse cargo de las consecuencias de su forma de presentar las noticias. Los medios de comunicación masivos debieran explicarle a la sociedad chilena por qué las noticias policiales ocupan tanto lugar en los noticieros (son todos iguales, ¿será un tema de rating?), por qué las noticias las estiran como chicles, repitiendo lo mismo una, dos, tres y hasta cinco veces. Así debieran reflexionar acerca de cuánta atención ponen a las informaciones “positivas” y cuánta a las “negativas”.
apunta a presentar los hechos completamente fuera de contexto, sobredimensionados y generalizados en forma grosera.
El lenguaje construye realidad, se afirma como un dato en el mundo contemporáneo. Y, por lo tanto, quienes detentan buena parte del monopolio comunicacional (especialmente la TV) deben hacerse cargo de las consecuencias de su forma de presentar las noticias.
La sicóloga terminó su análisis (sorteando, como les conté, la insistencia del periodista en afirmar que “los jóvenes chilenos” son unos irresponsables) señalando, al menos, dos aspectos que me parecen sustantivos: uno, que los medios de comunicación –sus líneas editoriales- tienen una cuota de responsabilidad central en el tipo de realidad que construimos en Chile; y dos, frente al tema de la pandemia, tenemos un déficit comunicacional monstruoso del cual nadie se hace cargo. Si queremos mejorar la respuesta colectiva frente al covid, única forma real de superarlo en algún momento, todos los actores relevantes deben mejorar su estándar comunicacional. Vale esto para el gobierno que, en vez de socializar la comunicación sobre los riesgos reales de la enfermedad, apoyándose en líderes sociales que dispongan de más credibilidad, se limita a los comunicados y los autobombos. Pero vale también para los demás actores sociales, que sólo tienen ojos para marcar lo negativo y no relevan permanentemente los esfuerzos alentadores de todos quienes se esfuerzan por sacar adelante esta contingencia. Y vale también para los mensajeros: ellos no tienen la culpa de que exista la pandemia ni de las políticas, más o menos acertadas, que se despliegan para combatirlas. Pero sí tienen una responsabilidad muy grande en la construcción del sentido de lo que ocurre en el país. Y frente a aquello, deben elegir entre intentar ofrecer una visión más amplia y compleja de la realidad; o simplemente, reducir la realidad a sus propias agendas editoriales.
deben elegir entre intentar ofrecer una visión más amplia y compleja de la realidad; o simplemente, reducir la realidad a sus propias agendas editoriales.