¿Por qué la historia de las revoluciones en el siglo XX es una historia trágica? Por supuesto, no tengo una respuesta. Pero la última novela del colombiano Juan Gabriel Vásquez nos da algunas luces.
Terminé de leer hace solo unos días la novela Volver la vista atrás (Alfaguara, 2021), del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, autor de vasta trayectoria y amplios reconocimientos en América latina, Estados Unidos y Europa. Fue una lectura inesperada y gratificante: uno de esos libros que uno no quiere terminar. Me interesó leyendo su contratapa. Ahí se decía: “A lo largo de unos días reveladores, Sergio irá recordando los hechos que marcaron su vida y la de su padre. De la guerra civil española al exilio en América de su familia republicana, de la China de la revolución Cultural a los movimientos armados de los años sesenta…” y lo compré a pesar de que no tenía un buen recuerdo de una novela anterior del mismo autor en la que me costó involucrarme. Pero los temas eran apasionantes, al menos para quienes hemos hecho del siglo XX y las experiencias revolucionarias un motivo central de nuestras vidas y reflexiones.
Apenas terminé de leerlo, me enteré de que esta semana un respetable jurado presidido por Leila Guerriero, le había otorgado el “IV Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa”. El jurado destacó la potente investigación en la vida del director de cine colombiano – español, Sergio Cabrera Cárdenas (1950), en quien se basa la novela. Pero el libro es mucho más que un gran esfuerzo de investigación. ¿Es una biografía? No necesariamente. Como declaró en una entrevista el propio autor, se trata más bien de una cierta interpretación de una biografía. O, dicho de otro modo, es biografía y ficción. Pero de una vida apasionante, como probablemente haya muchas, aunque no todas crucen de forma tan dramática los ejes del proceso revolucionario que se vivió en nuestros países, en medio de una disputa ideológica que atravesaba todos los continentes y se vivía como eventos mundiales.
Y creo que es la capacidad del relato para imbricar la gran historia social y política del siglo XX, con las épicas personales e individuales de sus protagonistas, lo que le da un gran valor literario y, al mismo tiempo, le permite proponer una cruda reflexión crítica del dogmatismo ideológico, de la mirada utopista de la realidad y del fracaso de los proyectos revolucionarios de raigambre marxista en el mundo entero. La trayectoria de Sergio Cabrera Cárdenas en esta tierra explica en buena medida –mirada desde un ojo crítico- algunos de los fenómenos que desnaturalizaron los procesos revolucionarios en cuanto eventos de liberación, y los redujeron a procesos de creciente voluntarismo político, mesianismo ideológico, alto costo social y definitiva incapacidad democrática.
La historia arranca con la derrota de la República en la guerra civil española y el consiguiente exilio de la familia Cabrera a América, que terminará afincándose en Colombia, donde nace el protagonista. Desde este lugar, comienza la formación revolucionaria, primero del padre, Fausto Cabrera y María Elena, su mujer colombiana, y de sus hijos Marianella y Sergio. La lucha política los llevará a emigrar a la China de Mao, donde será actores –y víctimas- de la revolución cultural. Cuando el protagonista tiene diez años, aterrizan en Pekín y se enfrentan a una vida de privilegios (son los extranjeros elegidos) y desconfianzas por su misma condición. Todo cambia cuando los padres regresan a Colombia para integrarse al EPL, la guerrilla maoísta (una de las varias nacidas en los años sesenta). Los hijos se quedan en China a cargo del “partido” y del “estado”. Esta escena es desgarradora: dos adolescentes abandonados por los padres al otro lado del mundo y de su cultura, preparándose para no defraudar las ilusiones de sus progenitores, transformándose en los únicos habitantes de un exclusivo hotel con cientos de habitaciones vacías.
Se me viene a la memoria, inevitablemente, el documental El edificio de los chilenos (Macarena Aguiló, 2010). Hay algo de deshumanización en este acto de desprendimiento, como si el vínculo filial fuese una tara burguesa. Es verdad que la desafectación o el sacrificio del vínculo filial puede ser leído como un acto heroico. Pero también podría interpretarse como una cierta alienación ideológica que desvaloriza la relación familiar de cara a la gran tarea que la historia les pone por delante a los militantes. En el fondo, opera la idea del llamado a los “imprescindibles”, que, en aras de la misión suprema, lo abandonan todo. Suena bien, pero deja un flanco abierto para que el sujeto que hace esta opción pueda llegar a sentir y creer que tiene una cierta superioridad moral frente a los demás. De ahí a disponer de la vida y milagros de los otros, hay muy poco camino. La historia de la guerrilla latinoamericana, fuertemente enclavada en el guevarismo sesentero, narrada desde la mirada de esta novela, engendra este tipo de sujetos.
Tres generaciones recorren esta historia. Un abuelo y una abuela (los padres de Sergio), el propio Sergio y su hermana, y Raúl, el hijo español de Sergio, a quien, durante tres días en Barcelona, este le cuenta una historia que comenzó en esa ciudad (durante los bombardeos italianos a la ciudad republicana) y termina ahí mismo, décadas después (los años del siglo XX), en un festival de cine donde se rinde homenaje a la obra cinematográfica del protagonista. Con este recurso, el narrador se asegura de que este libro sea mucho más que una mirada histórico – política. A fin de cuentas, la historia se hace con vidas y afectos reales, con los sueños y los amores de hombres y mujeres, con sus frustraciones y desengaños, con sus fortalezas y debilidades. No hay seres superiores, a pesar de que la historia haya querido convencernos de que los santos existen.
Al final, pareciera que los acontecimientos son mucho más azarosos de lo que nos hubiese gustado. Desconocer este mundo privado, errático e impredecible, y no asignarle un valor en el curso de los procesos revolucionarios, fue quizás una más de las cegueras de los movimientos revolucionarios del siglo XX, que se pagaron con sus fracasos. Lamentablemente, hablar de revoluciones en el siglo XX es hablar de tragedias: antes, durante y después.