Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. La ira justa, la mala y la buena.

por La Nueva Mirada

¿Toda ira es justa? ¿O hay una ira retributiva que se vuelve estéril porque se centra en la venganza y otra, de transición, que permite avanzar en los cambios y las soluciones? Dicho de otro modo, habría una ira mala y otra buena, según cómo la abordemos. Y esta distinción estaría en el centro de nuestras decisiones hoy. Estas preguntas nacen de la entrevista que recoge LT del 3 de abril a la filósofa norteamericana Martha Nussbaum.  

Durante mucho tiempo, mientras con mi pareja seguíamos estoicamente los noticiarios nacionales (daba lo mismo si era radio o televisión), teníamos un juego que, en un principio parecía simpático pero que, con el tiempo, se volvió odioso y autodestructivo. La gracia consistía en adivinar en qué momento de la nota, o la entrevista, o el comentario del periodista, venía la pregunta inevitable: “¿y quién fiscaliza?”. La interrogación era la consecuencia evidente de aquella cultura del “Esto no tiene nombre”, de la cual algo hablé la semana pasada. La secuencia era implacable: primero se presentaba un hecho deleznable –mucho o poco, más o menos probado – con falta de profundidad en la información o bien documentado; luego, una vez establecido comunicacionalmente el hecho oprobioso e indignante, venía la pregunta: “¿Y quién fiscaliza?”. Daba la impresión de que el informativo, más que entregar al público un conjunto de datos bien probados e irrefutables, se volvía una verdadera inquisición para los representantes políticos en las diversas instancias del estado. De esta lógica no se salvaba nadie: ni ministros, ni subsecretarios, ni alcaldes, ni concejales, ni seremis de todo tipo, para qué hablar de los parlamentarios. Bastaba que hubiese alguien con alguna autoridad detrás, para que fuera emplazado a hacerse responsable del hecho repudiable, impresentable, inexcusable del cual se hablaba. Entonces, al principio de los tiempos, competíamos con mi compañera por acertar justo al momento en que el o la periodista, con la mirada temblándole de emoción, lanzaba su pregunta acusación.

Pero el tema empezó a dejar de ser simpático y, poco a poco, me fue pareciendo cada vez menos gracioso. Más allá de que, muchas veces, los y las periodistas abusaban de su situación de poder –la asimetría entre entrevistado/ entrevistador es abismal – la sensación que me invadía era de estar presenciando casi un juicio público con condena on line, para todo el país. ¿Cuántas veces me tocó ver a algún funcionario público, acorralado frente a los disparos de un comunicador que le imponía un close up para todo el país, en vivo y en directo, sin saber cómo responder esas preguntas? Y es cierto que, más de alguno, podría haber tenido los trigos sucios. También es cierto que no existía interés alguno  por empatizar con ese funcionario, en profundizar en las condiciones en que tenía que cumplir con su labor, en los presupuestos disponibles, en las atribuciones efectivas, etc. Si uno leía el mensaje, siempre se buscaba instalar la completa mediocridad, desidia, falta de consideración, o incluso mala fe de quien estaba horquillado en la entrevista. Se jugaba, creo yo, con el morbo, con la exacerbación de las emociones. La noticia dejaba de ser el hecho referido y ocupaba centralmente ese lugar la humillación, el escarnio de quien había sido subido al banquillo de los acusados. Y, ciertamente, todo lo que se informaba iba construyendo rabia y se iba difundiendo como principal emoción social. Hasta que la rabia estalló y se transformó en el hecho más importante de los últimos años.

Marta Nussbaum

A partir de ese momento, hubo algo que no me cerraba: la energía destructiva de la rabia. Lograba entender y empatizar con demandas muy profundas, pero el afán de aniquilamiento generalizado e indiscriminado me hablaba de un fenómeno diferente. Hace unos días atrás, se publicó una entrevista a la filósofa norteamericana Martha Nussbaum (La Tercera, 3 de abril) que me pareció absolutamente esclarecedora de mis sensaciones. Hablando de la ira pública, propone que esta “contiene no solo la protesta por los errores –una reacción que es saludable para la democracia cuando la protesta está bien fundada-, pero también (contiene) un ardiente deseo de venganza, como si el sufrimiento de otra persona pudiera resolver los problemas del grupo o de la nación”. La justa ira producto de las inequidades y abusos cometidos en nuestro país, claramente se inscribe en el fenómeno descrito por Nussbaum. Ese espíritu de venganza como resarcimiento de la ira ha sido predominante en los últimos tiempos, marcando y determinando en buena medida el escenario de la política en nuestro país. La oposición le cierra todos los caminos al gobierno, y el gobierno aguanta sin cejar en la defensa –muchas veces silenciosa- de sus privilegios. Ambas cuerdas del escenario democrático aparecen dominadas por un tipo de ira que la filósofa define como “retributiva”, es decir, que se satisface “buscando venganza por el daño”, una práctica que según la autora “siempre es perjudicial, crea más miseria y no resuelve ningún problema real”.

Sin embargo, en la entrevista se hace una distinción muy importante, ya que se reconoce el fenómeno de la ira como una emoción que opera en la actividad política y social (y yo diría que también es parte del repertorio de cualquier persona), que es necesaria pero que tiene caminos diversos de manifestación, unos más productivos que otros. Nussbaum dice que habría otro tipo de ira posible, la Ira de transición”, que sería “una indignación sin deseo retributivo”. Es interesante porque esta aseveración ilumina el lado oscuro de la cultura del “Esto no tiene nombre”, y su interrogación lógica: ¿quién fiscaliza? Ella lo plantea en los siguientes términos: “Esa emoción (la Ira de transición) dice: ´¡Esto es indignante! No debe volver a suceder´. Esa rabia se vuelca para enfrentar el futuro y nos convoca a un trabajo constructivo”. En octubre 2019, tuvimos un momento donde experimentamos la “Ira de transición”.

Fue cuando se logró el acuerdo para iniciar un proceso constituyente. En el fondo de ese proceso, se reconoció la ira justa que se debatía en las movilizaciones (me refiero siempre, principalmente, a las marchas de millones de personas y al plebiscito convocado por los alcaldes) y se buscó un camino constructivo. Martha Nussbaum nos convoca a ser conscientes de esta distinción y, puestos en el lugar de la construcción de una democracia más amplia y justa, sería fundamental “buscar políticos que nos convoquen al miedo racional y a la Ira de transición”. Es el desafío que enfrentamos en un año cargado de elecciones: mis candidatos o candidatas serán quienes quieran y sean capaces de proponernos un camino constitucional que no pierda de vista la ira justa ni la de transición.

Y el mundo de las comunicaciones también tiene un lugar en este fenómeno. El enfoque fiscalizador de los medios no es un tema trivial, porque suele quedarse en la ira retributiva (“Esto no tiene nombre”) y buscar el castigo de los culpables (¿Quién fiscaliza?). Los comunicadores, con la posición de privilegio que tienen en nuestra cultura, debieran estar menos ocupados de “retribuir”, y mucho más en “construir”.   

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