Por Antonio Ostornol, escritor.
De las imágenes que me quedan de la jornada del plebiscito, hay una que me parece vale la pena marcar: el mapa de la votación por comunas en la región Metropolitana, donde las únicas en que ganó el “Rechazo”, fueron Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura, siendo esta última en la que se registró la más alta votación (sobre 65%). Se podría sumar Providencia, donde el “Rechazo” logró el 55%, pero ese resultado está más cerca del empate que de la victoria. De esta forma, los habitantes que ocupan la pre cordillera del nororiente de la ciudad, que son residentes en las comunas con mejor calidad de vida del país, con la mayor cantidad de metros cuadrados de parques por habitante, y la mayor oferta de servicios, y de mobiliario público, y de policías por persona, y etc., etc., que sintomáticamente son las que disponen de mayor presupuesto municipal por habitante, fueron aquellos que con mayor decisión rechazaron cualquier posibilidad de cambio en la constitución.
las que disponen de mayor presupuesto municipal por habitante, fueron aquellos que con mayor decisión rechazaron cualquier posibilidad de cambio en la constitución.
¡Y era que no!, exclamaría alguna chilena –o chileno- ladina y suspicaz, argumentando que, si ella o él vivieran en ese mismo territorio, probablemente tampoco querrían los cambios. El mapa electoral del plebiscito puso en evidencia la naturaleza estructural de una derecha acérrima, que tiene conciencia de su posición de poder en la sociedad, que cree que se la merece como si fuera una condición de la naturaleza, y de que su existencia es un gran beneficio para el resto de la sociedad. Sin duda, su poder es mucho mayor que su respaldo electoral. A nivel nacional, esa derecha dura representó un 20%, cerrado en su trinchera, dispuesto a la guerra, insensible frente al destino de los demás y ciegos frente a su propia realidad.
A nivel nacional, esa derecha dura representó un 20%, cerrado en su trinchera, dispuesto a la guerra, insensible frente al destino de los demás y ciegos frente a su propia realidad.
Este mismo fin de semana, articulando la lógica del 20% de Rechazo, hubo una columna de Luis Larraín (Libertad y Desarrollo) y una entrevista a Jorge Claro (líder del grupo empresarial Prisma) que, de modo mucho más sutil, intentan dar fundamento a la resistencia al cambio. Larraín, en su columna del sábado en LT, declara que votaría Rechazo, porque “no me resigno a ser ciudadano de segunda clase”. ¿Qué habrá querido decir? ¿En qué sentido Luis Larraín podría ser un ciudadano de segunda clase? La explicación que da es, por decir lo menos, alambicada. Él se transformaría en ciudadano de segunda clase porque fue parte de un gobierno (el de Piñera) que fue elegido democráticamente y que, producto de la “violencia”, tuvo que abandonar su proyecto país y poner en práctica el programa de quienes perdieron la elección (Bachelet, la Nueva Mayoría). Larraín no considera en su análisis que, si bien Piñera ganó las elecciones, perdió ambas cámaras que quedaron en manos de la oposición. Es decir, esa elección desde el punto de vista del poder era una especie de empate. Y hay más todavía, porque el supuesto cambio de agenda del gobierno, que implicó abrir un proceso constituyente a partir del plebiscito del domingo, no se debe solo a los hechos violentos ocurridos en las primeras semanas posteriores al 18 de octubre, sino que a un cúmulo de acontecimientos muy relevantes, entre los que se cuentan la marcha del 25 de octubre, considerada la más grande de los últimos años, una violencia incontenida de la fuerza pública que tampoco lograba imponer el orden, y una mayoría política institucional que fue transversal y rompió los clásicos ordenamientos de la democracia binominal. Entonces, creer que la apertura de este plebiscito fue una imposición desde la violencia, es a lo menos una manera muy simple y, sin duda, interesada de presentar el sentido de lo que hemos vivido.
¿Qué habrá querido decir? ¿En qué sentido Luis Larraín podría ser un ciudadano de segunda clase?
creer que la apertura de este plebiscito fue una imposición desde la violencia, es a lo menos una manera muy simple y, sin duda, interesada de presentar el sentido de lo que hemos vivido.
La sensación de ser un “ciudadano de segunda clase” que experimenta Luis Larraín, siguiendo con su propia en la columna, pareciera más bien la constatación de la pérdida de sus privilegios, en este caso no solo económicos, sino que políticos, privilegio que quiere mantener jugándosela por votar por la Convención Mixta, donde la derecha puede garantizar la obtención de un tercio de la misma, apenas eligiendo el 20% de los delegados. Para que nadie crea que lo estoy inventando, cito textual: “votaré Mixta porque en ese caso habrá 86 parlamentarios en la Convención, de los cuales a la derecha le corresponden 39. Es decir, si sacamos 18 de los 86 convencionales [20%] que se elegirán directamente ya tendríamos el tercio”. ¿En qué sentido alguien –un sector político, en este caso- puede considerarse de segunda clase cuando cree que con un 20% de una elección popular puede ejercer un veto sobre las decisiones de la gran mayoría? La lógica de la sobrerrepresentación asegurada, que vulnera la voluntad soberana del pueblo, fue lo que estuvo durante años en nuestra democracia post- dictadura, con los “senadores designados”, que eran, ni más ni menos, puras ex autoridades de la dictadura militar, y con el sistema electoral binominal, que le permitió a la derecha estar sobrerrepresentada en el parlamento, a pesar de ser minoría en el país. Todos estos mecanismos eran parte de la esencia de la constitución del 80. Y, a pesar de que se fueron cambiando varias de esas normas, su vigencia impidió realizar con anterioridad la mayor parte de los cambios sociales que en Chile se reclamaron, no solo durante el último año, sino que desde hace mucho tiempo.
¿En qué sentido alguien –un sector político, en este caso- puede considerarse de segunda clase cuando cree que con un 20% de una elección popular puede ejercer un veto sobre las decisiones de la gran mayoría?
Entonces, me queda la impresión que, desde la subjetividad de ese mundo de la derecha (reitero: no toda la derecha, sino aquella anclada en los privilegios políticos que heredó de la dictadura), perder su derecho a vetar los cambios en el país, aunque sea minoría, los convierte en ciudadanos de segunda clase. Dicho de otro modo, sienten que lo “natural” es que ellos tengan su privilegio. Esta misma certeza se puede apreciar desde ciertos sectores empresariales, como el de Jorge Claro, que creen que el modelo económico es intocable y que los chilenos debieran saber que gracias a él somos lo que somos (en rigor, lo saben, pero en un sentido- muy distinto al que imagina Claro). Su sistema de creencias pareciera indicarle que los únicos creadores de riqueza son los empresarios, que ellos son depositarios de la eficiencia y el buen uso de los recursos y, en último término, todo lo malo proviene del estado. Según Claro, por ejemplo, “es indudable que en Chile se le pasó la mano a la gente en cuanto a su endeudamiento”. ¿De qué hablamos? Claro no se hace responsable –en cuanto defensor del modelo- de los bajísimos niveles de sueldo que se han pagado en Chile en los últimos cuarenta años y que, según dicen los expertos, explican en buena medida las pensiones misérrimas. Esos bajos salarios, ¿tendrán alguna relación con las ganancias de las empresas? ¿No estarán ocultando cierta ineficiencia de las compañías, salvada gracias a la precariedad del pago al trabajo? Y la riqueza creada por las empresas en este modelo, ¿tendrá alguna relación con los avances en la infraestructura de caminos y puertos, o con el posicionamiento internacional de Chile sustentado por el estado? Y finalmente, a riesgo de ser odioso, ¿habrá alguna relación con el aporte de los ahorros de los trabajadores chilenos, mediatizados a través de los fondos de pensiones, hacia las empresas?
Dicho de otro modo, sienten que lo “natural” es que ellos tengan su privilegio. Esta misma certeza se puede apreciar desde ciertos sectores empresariales, como el de Jorge Claro, que creen que el modelo económico es intocable y que los chilenos debieran saber que gracias a él somos lo que somos
Según Claro, por ejemplo, “es indudable que en Chile se le pasó la mano a la gente en cuanto a su endeudamiento”.
Soy un convencido de que el mundo empresarial es necesario y aporta al desarrollo del país. Con lo que no concuerdo, en que sean el principal aporte. La riqueza de Chile nace y se construye con el esfuerzo de todos sus ciudadanos. El plebiscito de este fin de semana y sus consecuencias democratizadoras, no transforman a nadie –ni políticos ni empresarios- en ciudadanos de segunda clase.Lo anómalo no es que la derecha sea tratada como un sector con los mismos derechos de todos los demás, sometido a las reglas de la democracia. Lo anómalo es que ese 20% de trinchera crea que tener privilegios de todo tipo frente a los demás, sea natural.
Lo anómalo es que ese 20% de trinchera crea que tener privilegios de todo tipo frente a los demás, sea natural.