Y partió la Convención constitucional. Comenzó a correr el tiempo, y cada uno y cada una de las personas que conforman esta instancia se enfrentarán a un desafío enorme: ser capaces de proponer una nueva constitución para Chile, que acoja las expectativas, sueños y temores de la gran mayoría de los chilenos. Parece obvio, pero la tarea no es para nada fácil.
Hace unas semanas atrás, escribí que los verdaderos héroes de este tiempo serán los convencionales. La tarea que tienen por delante es gigantesca. Ahora estamos instalados en la emoción. Unos por avizorar un nuevo orden largamente esperado; otros, porque sienten que el piso se mueve y no sabrán cómo podrán mantenerse de pie. Estamos a la expectativa: mucha gente pensando, tal vez, que sus problemas se terminarán mañana; y otros tantos, imaginando que sus problemas empezarán mañana. Existirán los delirantes, que les importa nada lo que de verdad ocurra con la Convención e imaginan un escenario insurreccional donde, como en los cuentos antiguos, se produce la mítica toma del poder. Existirán, también, los conservadores por defecto, que prefieren un status quo agraviante a un futuro desconocido. Y, por ahí, estarán los que no quieren los cambios, o que derechamente preferirían volver atrás, a los tiempos del poder absoluto, de no rendir cuentas, de recuperar los privilegios y no tener que negociarlos con nadie. Todos estos ciudadanos y ciudadanas, convencionales o no, dentro del viejo congreso o distribuidos a lo largo del país, con sus sueños y sus miedos, estarán presentes en el proceso que se inicia. Y ciertamente, no todos estarán de acuerdo. Tendrán diferencias, conceptuales y emocionales, que tendrán que dirimir.
Si quienes se postularon a ser elegidos como convencionales de verdad creen en este proceso y, por lo mismo, sienten la total necesidad de alcanzar un nuevo ordenamiento que sea mayoritariamente aceptado y aprobado por la ciudadanía, saben que el esfuerzo que deberán desplegar es gigantesco. ¿Cómo negociar lo que, para cada uno y sus representados (admitamos que nadie representa a todos) aparece en primera instancia como intransable? ¿Cómo hacer que discursos tan disímiles –cultural, étnica e históricamente- logren construir una lengua común, que todos acepten como propia, en alguna medida? La ciudadanía, que se manifestó de forma categórica por hacer este proceso, tiene altas expectativas. Si quienes hace solo unos días se instalaron como representantes de esa misma ciudadanía, logran alcanzar la tarea encomendada, yo ya los declararía héroes nacionales –o plurinacionales, imagino- y empezaría a pensar a qué calles pondremos sus nombres. Aunque sean el presente más crucial de los últimos tiempos, ya serán historia.
Y si bien lo que digo es, en cierto sentido, un lugar común, me parece totalmente necesario relevarlo, porque, aunque las apariencias indicaran que es algo delirante imaginar que hay sectores en la propia convención que no les interesa el éxito de la misma, las señales actuales y previas podrían leerse de esa forma. Ya sabemos que sectores de la oposición significativos, que tienen una representación relevante en la Convención, no estuvieron de acuerdo con este camino. Sin ambigüedades, hablo del PC y sectores del Frente Amplio. Hubo quienes votaron en contra de la reforma constitucional que permitió la realización del plebiscito de entrada y la instalación de la Convención.
Sabemos también que un precandidato presidencial de este sector la pasó mal por haber suscrito, en su calidad de diputado de la república, el acuerdo de noviembre. Es razonable preguntarse, entonces, qué querían estos sectores: ¿preferían una agudización del conflicto y que la movilización social escalara a formas superiores de violencia popular y, en síntesis, que el problema del poder se resolviera fuera de un marco de acción democrática, derrotando a la derecha y dejándola sin voz ni voto en cualquier nuevo escenario de comunidad ciudadana?
Por otro lado, sabemos con certeza, porque quedó registrado en cada una de sus declaraciones y en sus campañas electorales durante el plebiscito, que hay un sector de la derecha que se resiste al cambio. Votó por el rechazo a este proceso (al igual que el PC; perdón, tuve que decirlo). Parte muy significativa de la derecha no quería que hubiese una “hoja en blanco” donde se pudiera discutir los equilibrios del poder. No quería cambiar su situación de privilegio, su condición de cancerbera de la democracia y las mayorías. Lo había demostrado frente a cada uno de los cambios importantes que en esta línea habían realizado los gobiernos de la Concertación y las Nueva Mayoría. Se opusieron a cada una de las propuestas democratizadoras, progresistas, libertarias y de justicia social, ejerciendo el derecho a veto que les dejó instalado la dictadura. En los últimos eventos, han representado en torno al 20% de la ciudadanía que vota.
Y, por último, para ciertos sectores (no podría asegurar que todos porque no los conozco suficientemente) de lo que hoy conocemos como Lista del pueblo, definitivamente pareciera que este proceso no está puesto en el centro de su interés. Algunos han declarado que, si no se producen determinados hechos políticos, no permitirán que avance el trabajo de la Convención y, por momentos, queda la sensación de que esta se concibe como una instancia instrumental para un logro mayor que no siempre se explicita. Y, por supuesto, también está la idea de que ellos tendrían una autoridad moral superior a otros convencionales, porque ellos son los verdaderos artífices de lo que estamos viviendo (si entendemos que este proceso arranca de la situación de ingobernabilidad que se desata post 18 de octubre, podrían tener razón; pero para que eso se cumpla, debieran aceptar que ellos diseñaron la estrategia de violencia aguda que implicó saqueos, incendios, ocupación de calles, etc.; y habría que aceptar que la movilización de millones de personas, del más amplio espectro político y social, así como un plebiscito municipal con más de dos millones de participantes fueron inocuos). Demasiadas condiciones y muchos supuestos difíciles de probar.
Entonces, que la Convención no se transforme en un espacio para la confrontación asociado a la contingencia y que, efectivamente, sea el lugar donde el Chile diverso que somos, que ha sido acogido institucionalmente de manera sorprendente, gracias al empeño y la fuerza de muchos, pueda expresarse y reconocerse, será el desafío donde nuestros futuros héroes se jugarán su propia historia.