La semana pasada marcaba la página del himno colectivo que las y los músicos franceses jóvenes (La Tendresse. Shymphonie confinéé), levantaron en abril de este año como respuesta al rigor de la pandemia y su consecuente secuela de enfermedad, muerte y confinamiento. Frente a esos momentos de desesperanza, a partir de una canción de mediados del siglo XX, reivindicaban la ternura como el lugar desde el cual construir cualquier forma de humanidad posible. Más allá de los dolores, cuando la vida perdía sentido, siempre estaría el gesto humano de la ternura, del cariño entrañable.
En esos mismos momentos y por razones equivalentes, en España irrumpía también un himno colectivo contra el dolor y la angustia. Cincuenta artistas –la mayoría jóvenes – se unieron para interpretar la clásica canción de los sesenta Resistiré, del Dúo Dinámico. Cuando el Covid golpeaba con más fuerza a los españoles, los hospitales estaban saturados y el personal médico hacía esfuerzos heroicos por salvar vidas, los ciudadanos en riguroso confinamiento se asomaban a los balcones y aplaudían a sus héroes para darles y darse el envión de coraje necesario para afrontar la desgracia. En ese momento, también coreaban el “Resistiré” como un acto ritual.
Me llama la atención la similitud y la diferencia entre estas dos historias. Por una parte, ambas son la expresión de un colectivo y una forma de marcar la pertenencia, como si frente a la amenaza dijéramos que no queremos estar solos, escondidos en nuestro pequeño y egoísta universo personal, sino que necesitamos sentir la fraternidad de los otros que, en último término, más que mis competidores son mis camaradas en la lucha por la sobrevivencia. En el caso de los franceses, el gesto viene desde el sentimiento vincular, desde la aproximación calma y dulce hacia los congéneres. Ciertamente para una mirada cool y ruda, formada en algún tipo de héroe que viene de vuelta de cualquier calamidad, esto podría aparecer como algo medio bobalicón. En la versión española –que además se replicó en toda América latina- también aparece la gestualidad gregaria, el sentido de ser partes de una misma épica, la disposición a perseverar en lo humano y preservarlo. Sin embargo, el movimiento emocional en uno y otro caso es muy distinto. En la canción Resistiré, nos encontramos con un gesto belicoso y con un fuerte acento en el yo. No hay apelación a lo colectivo (eso estuvo dado por la acción misma, es decir, juntarse una comunidad a entonar un himno de resistencia) pero el eje de esa resistencia es la capacidad del yo para aguantar. El estribillo de la canción es concluyente: “Resistiré, erguido frente a todo. / Me volveré de hierro para endurecer la piel / Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte / Soy como el junco que se dobla / Pero siempre sigue en pie”. La apelación a cada uno de nosotros no apunta a desplegar el sentimiento compasivo o empático hacia el otro, con quien comparto el dolor, sino a refugiarme en mi propia fortaleza y desde ese yo inclaudicable, resistir la amenaza, la agresión o la incertidumbre.
Me llama la atención la similitud y la diferencia entre estas dos historias.
¿Cuál o cuáles habrían sido los himnos nacionales nuestros para enfrentar la pandemia? Tiendo a imaginar que hubiésemos buscado una canción cuyo eje conceptual fuese la agresión. Habríamos elegido un tema que saliera a buscar culpables, a asignar responsabilidades en los otros, a intentar salvar el pellejo sin grandes sacrificios sino endosándole la culpa a los demás. ¿Habríamos tenido un gesto de compasión, de empatía por el otro, de cariño entrañable hacia nuestros prójimos por el solo hecho de que existen? Si ese hubiese sido nuestro estado de ánimo, habríamos tal vez elegido esa bella canción de Eduardo Gatti donde nos confiesa, en el tono íntimo de su música, que “quiero paz, quiero una pausa, tal vez morir de amor en tu mirada”, o esa otra extraordinaria canción de Jorge González, donde le pide a su amada que “No te pares frente a mí / Con esa mirada tan hiriente / Puedo entender estrechez de mente / Soportar la falta de experiencia / Pero no voy a aguantar / Estrechez de corazón”.
¿Cuál o cuáles habrían sido los himnos nacionales nuestros para enfrentar la pandemia?
¿Habríamos tenido un gesto de compasión, de empatía por el otro, de cariño entrañable hacia nuestros prójimos por el solo hecho de que existen?
De verdad, no sé cuál habría sido nuestro himno. Esta semana pareciera que el conflicto social vuelve a encenderse en escenarios muy lejanos a la ternura o la resistencia. La represión de Carabineros termina con un muchacho cayendo a las aguas del Mapocho. Hay grupos que salen a protestar a Plaza Italia, encienden barricadas y rompen mobiliario público, sin que pueda descifrarse con nitidez lo que buscan. En el sur, nuevos hechos de violencia transcurren como si se viviera en el Farwest. Tenemos un momento cívico ad portas de la máxima importancia, el plebiscito. Un evento de esta naturaleza, en las condiciones actuales de nuestro país, es expresión de ternura y resistencia. Queremos cambiar, terminar con un periodo donde se alcanzaron límites y quedaron tareas pendientes, donde fuimos prisioneros de una institucionalidad que aguantó la necesidad de transformar el marco político hasta que estuvimos al límite del incendio. Aceptar la negociación, alcanzar un acuerdo desde lugares muy diferentes, fue un acto de ternura y resistencia. Ternura, porque en el centro estaba el cariño entrañable hacia los otros, que se expresaba en imaginar un camino para dirimir diferencias de convivencia político – social de carácter democrático, con plena participación de la ciudadanía, y que dejara espacios mínimos a la posibilidad de la confrontación fratricida. Resistencia a la tentación del gesto romántico de la destrucción, esa que Jorge González anticipaba en la canción que hemos referido: “No destruyas porque sí / No quieras borrar cada momento / La felicidad no tienes por qué / Incinerarla junto al sufrimiento”.
Esta semana pareciera que el conflicto social vuelve a encenderse en escenarios muy lejanos a la ternura o la resistencia.
Aceptar la negociación, alcanzar un acuerdo desde lugares muy diferentes, fue un acto de ternura y resistencia.
Mirando las noticias de la semana, pareciera que hay más de un sector al que no le interesa que tengamos un plebiscito masivo y representativo, y que se propone –consciente o inconscientemente- crear un clima previo a la votación que ponga en serio riesgo su credibilidad, impacto y relevancia para el futuro. La discusión hoy debiera centrarse en la finalidad de esta elección, que no es otra que un gran acto de ternura y resistencia: queremos una democracia abierta y plena, y nos resistimos a la tentación de la resolución violenta de nuestras diferencias. Para ello, debiéramos ser tajantes: ni la represión antidemocrática ni el estado insurreccional que algunos sueñan, pueden ser el camino para ser mejores.
hay más de un sector al que no le interesa que tengamos un plebiscito masivo y representativo
Para ello, debiéramos ser tajantes: ni la represión antidemocrática ni el estado insurreccional que algunos sueñan, pueden ser el camino para ser mejores.
Por Antonio Ostornol, escritor.