Otra vez Facebook me conecta con una página interesante. Un amigo chileno, de la red y de toda la vida, que hoy vive en Barcelona, me envía un mensaje con un video adjunto. Se trata de la versión oficial de “LA TENDRESSE. Symphonie confinée”. Se trata de una versión colectiva que realizaron en Francia 45 músicos europeos de una antigua canción popular (en el sentido del “pop”) conocida mundialmente en la interpretación de la actriz y cantante Marie Laforet, a mediados de los sesenta. Esta versión “sinfónica”, como lo señalan al inicio del video, fue dedicada “a todas las personas afectadas de cerca o de lejos por la pandemia Covid 19”. Se trata de una hermosa versión, especialmente conmovedora por el contexto en que se difunde. El trabajo –como muchos de los que se han desarrollado en estos meses- convoca a artistas que, en los meses de marzo o abril de este año, guardaban riguroso confinamiento en sus casas o departamentos y, desde ese confín, se conectaron a través de la tecnología para ofrecer la versión sinfónica. Y este es el primer elemento que me resulta notable: cómo una canción que, quizás en otra circunstancia, hubiésemos catalogado incluso como “romanticona”, puesta en un entorno donde lo que nos envuelve es el dolor, la rabia, la frustración y el miedo, escuchada / leída desde esta contingencia, irrumpe como un bello mensaje de vida.
La canción, probablemente una balada (perdón, no sé nada de música), se construye a partir de una oposición básica: por una parte, el malestar; por otra, la ternura como contrapeso de ese malestar. Este malestar proviene de los trabajos, asedios y amenazas con las que convivimos normalmente, y que suelen ser muchos. Podrás vivir sin riqueza –dice la canción-, o sin la gloria, o podrás prescindir del trabajo, “pero sin ternura, no podríamos”. De esta forma, a los aspectos más duros y agresivos de la vida, la canción opone la ternura, ese concepto que el diccionario define como aquello que tiene la calidad de tierno, es decir, que es “afectuoso, cariñoso y amable”. A lo rudo, oponemos lo tierno; a lo fuerte, lo débil; a lo viejo, lo inicial. Algo muy primario hace que un grupo de artistas recoja esta canción para expresar su sensibilidad frente a la pandemia, y me inclino a creer que más allá de cualquier discurso –y aunque suene muy ñoño y añejo- tenemos una profunda necesidad de cariño y de acogida. Algunos hablarían incluso de amor –de hecho, la canción lo hace- pero me parece demasiado grande y usada la palabra. Si el amor lo vemos muchas veces como una azarosa construcción en el tiempo, la ternura pareciera remitirnos a algo más básico, más natural: apapacharnos, diría mi amigo el Negro; regalonearnos, habría dicho mi madre, un arte en el que ella era experta.
En cierto sentido, la pandemia nos ha retrotraído a sentimientos muy básicos que hemos tenido reprimidos y castigados en nuestra experiencia cotidiana, tal vez pensando que no tienen la misma dignidad que nuestros deberes con la patria, la revolución o la justica, o cualquier otra idea o meta cuyo logro nos demanda sacrificar algo tan elemental de la experiencia humana como el cariño, ese cariño que, si seguimos al diccionario, es parte esencial de la ternura: “sentimiento de cariño entrañable”. Me pregunto si en nuestro estado de ánimo belicoso, insurrecto, rebelde e intolerante existe un espacio para la ternura. Probablemente, no. Hoy estamos mucho más dominados en nuestros vínculos comunitarios por la rabia, la frustración, en última instancia, por la pena. Me pregunto qué pasaría si nos plantáramos frente a la política desde la ternura, que nos acogiéramos en los miedos y las carencias, que estuviéramos dispuestos a construir desde nuestra propia desnudez, si por un momento nos miráramos como una comunidad tierna, recién nacida, donde el primer movimiento social se hace desde el “cariño entrañable” hacia el otro y cada uno de los otros. ¿Sería posible que pudiéramos dejar de dividir el mundo entre ángeles y demonios?
Me pregunto si en nuestro estado de ánimo belicoso, insurrecto, rebelde e intolerante existe un espacio para la ternura.
¿Sería posible que pudiéramos dejar de dividir el mundo entre ángeles y demonios?
Me gusta imaginar que los artistas franceses, frente al inmenso dolor, miedo e incertidumbre que les provocó la amenaza de la pandemia, sintieron que debían recuperar la ternura para mirarse desde un lugar diferente al de las confrontaciones. Todos debemos haber visto, aunque sea de refilón, el primer debate presidencial en Estados Unidos. La figura de Trump me parece como la antítesis de la ternura. Un tipo lleno de odiosidades, discriminador, agresivo y descalificador. Todo aquel que no le lleva las de abajo –como se dice- es blanco de sus diatribas. Ahí no hay ternura y creo que, en lo fundamental, el actual capitalismo (neoliberal, transnacional, salvaje, etc., póngale el epíteto que quiera) está, por esencia, vacío de ternura. No hay amor hacia el otro en este ordenamiento social, no hay compasión ni empatía. Y en nuestra experiencia cotidiana se nos ha internalizado la falta de humanidad del sistema. Por razones de historia, de adscripciones, de lealtades, escucho habitualmente a quienes hablan desde las izquierdas. En muchos de ellos se oye la misma carencia de ternura, como si olvidáramos que nos importa nuestra comunidad y su capacidad de brindarse cariño. Más allá de los discursos públicos, es este sentimiento de cariño entrañable lo que mueve, por ejemplo, los cientos de ollas comunes que se han creado en medio de la crisis sanitaria, o que ha llevado a muchos trabajadores de la salud y de otras áreas a permanecer en sus puestos de trabajo a pesar de los riesgos. Es ternura, mucho más que ideología o militancia, lo que trasunta esa bella canción de Manuel García “Un viejo comunista”.
Todos debemos haber visto, aunque sea de refilón, el primer debate presidencial en Estados Unidos.
Es ternura, mucho más que ideología o militancia, lo que trasunta esa bella canción de Manuel García “Un viejo comunista”.
Voy a volver a insistir en algo: quiero y creo que ganará el Apruebo y tendremos proceso constituyente. Me gustaría que en las venas de ese organismo comunitario que caminará rumbo a una nueva constitución, circule sangre tierna y amorosa, sin la cual no alcanzaremos la justicia y la dignidad que, como hemos visto, tanto nos hace falta.
Por Antonio Ostornol, escritor.