Los resultados de las elecciones recientes desafían a la centroizquierda. Hace cuatro años, optó por las encuestas en vez de por un proyecto político. Para no seguir viudos de proyectos y abandonarse a las propuestas ajenas, debemos imaginar el país que queremos, con el orgullo de lo realizado y la convicción del futuro.
Las elecciones de mediados de mayo fueron cruciales, una página remarcable de nuestra historia; sin duda, un momento en un camino que se inició hace ya muchos años, incluso con largura antes del estallido social. En los inicios estuvieron las movilizaciones estudiantiles (2006 – 2011). También los movimientos por la defensa del medio ambiente, por los derechos de las minorías, por la no discriminación contra las mujeres y por el término de las AFPs. Y, aunque al mundo que hoy se define como “la izquierda” no le guste aceptarlo, también en sus inicios están las políticas inclusivas y progresistas impulsadas por los diversos gobiernos de la Concertación y la Nueva Mayoría, que no son pocas. Todo lo contrario, son tantas que muchas veces cuesta verlas en su conjunto. La agenda de derechos sociales y libertades personales la inició la centroizquierda en Chile y eso es parte de la historia. Vale la pena recordarlo porque de lo contrario se distorsiona la verdad.
Hace treinta años, en Chile los comandantes en jefe eran inamovibles, en el congreso había senadores designados, ya existían los dos tercios para impedir los cambios constitucionales y para aprobar una enorme cantidad de leyes, el sistema electoral era binominal sobrerrepresentado a la derecha, no había divorcio y el aborto estaba penalizado, a las minorías sexuales no se les reconocía ningún derecho, el femicidio no se había consagrado como delito, tampoco existía el Plan Auge y el conjunto de enfermedades con tratamientos garantizados. En fin, los gobiernos de centroizquierda tuvieron en Chile una agenda progresista, orientada a la profundización de las libertades personales, tendiente a generar condiciones de mayor equidad, aunque los logros no hayan sido plenos. El discurso que ha pretendido –y muchas veces logrado- asociar a la centroizquierda con el neoliberalismo, sin considerar ningún matiz de resultados reales ni conceptos, es una simplificación que bordea la caricatura. La proclama de “no son 30 pesos, sino 30 años”, en mi opinión, es una falacia publicitaria que, si bien nace de un sentimiento de abuso prolongado por parte de una élite política y económica que estaba en el poder, no necesariamente le hace honor a la verdad.
Las razones que consagran esta impresión están bastante a la vista: corrupción, abusos de poder, colusiones, maridaje negocios – política, discriminaciones estructurales. Todo esto fundamenta la inequívoca sensación de vivir en una sociedad desigual. Escuchaba en una entrevista hace unos pocos días atrás, a Óscar Landerretche que, hablando de su libro Hacia un nuevo pacto (Planeta, 2021), afirmaba que el actual modelo económico hacía un buen rato que había dejado de ser productivo y que, desde varios años antes del estallido, el crecimiento per cápita venía siendo igual a cero. Esto implica que, desde la academia, ya se avizoraban las limitaciones del modelo de desarrollo chileno y esto lo advertían voces de los más diversos sectores. De hecho, el propio presidente Lagos, cuando intentó su candidatura el año 2017, aseguraba que la actual situación del país requería cambios profundos y estructurales al modelo económico, de lo contrario el desarrollo se hacía inviable. Y el eje del cambio lo constituía la equidad política, social e institucional, eliminando todos los mecanismos de control que había instalado la vieja constitución del 80, junto a una mirada hacia la innovación y el mejoramiento significativo de las condiciones de vida. Por lo tanto, cuando se produjeron las grandes movilizaciones del año 2019, este fue un hito más –clave, definitivo, es verdad- de un proceso que venía creciendo desde hacía bastante tiempo. Esto también es verdad.
Sin embargo, a pesar de todas las evidencias, la derecha no estuvo dispuesta, hasta el último momento, a moverse un centímetro en su defensa estructural del modelo. Y a la centroizquierda le faltó convicción para reconocer con orgullo sus logros y proponer una visión propia de futuro para el país. En ese ejercicio, cayó en la total indiferenciación. Escuché hace poco al presidente del PS reivindicando las históricas contribuciones del partido para terminar, por ejemplo, con el sistema binominal, permitiendo a través de los pactos (esa cocina que algunos detestan) que el PC ingresara nuevamente al parlamento.
Entonces, ¿a qué viene toda esta divagación? A un elemento que para mí es central: un proyecto de centroizquierda, de carácter plenamente democrático, modernizador y equitativo, capaz de asegurar la transformación de Chile para las próximas décadas y para continuar en la senda de prosperidad que gestionó la Concertación cuando fue gobierno, profundizando los procesos redistributivos y de libertad, y eliminando los mecanismos fundantes de los privilegios de todo orden, debiera ser posible. ¿Un proyecto en contra de la “llamada izquierda”? Para nada. Esos sectores debieran ser actores de los cambios también como, de hecho, ya lo son. El problema es dilucidar por qué un proyecto debiera ser mejor que otro para los chilenos.
Para mí, una de las diferencias básicas debiéramos encontrarlas en la relación con las utopías. En el programa de la “llamada izquierda” hay un hálito a los discursos románticos y utópicos de la izquierda más tradicional del siglo XX. De alguna forma, está presente el ethos revolucionario que, desde mi perspectiva, conlleva dos grandes peligros: uno, el voluntarismo en todos los órdenes con las consecuencias trágicas que eso puede tener; y dos, la tentación implícita del totalitarismo ideológico, casi de tintes supremacistas, como si la única verdad estuviera de su lado y las diversidades no tuvieran derecho a existir. Desde la centroizquierda, de carácter más socialdemócrata, el dilema es como pensar la política y el país abandonando el lugar del palacio, es decir, ese lugar donde se piensa que lo político se vive en la ingeniería electoral y la efectividad en twitter. Ya una vez se optó por seguir a las encuestas, en vez de jugarse las opciones propias.
Hoy es el momento de retomar ese desafío y proponer a Chile una opción de centroizquierda que sea algo más que un pacto electoral. Si no queremos que la derecha vuelva a gobernar (porque le hace daño al país), tenemos las segundas vueltas y la posibilidad de “cocinar” un acuerdo con las fuerzas por los cambios. Alguna vez me sentí un viudo del comunismo, cuando asistí a su debacle histórica. No me gustaría ahora transformarme en un viudo de la ilusión de construir un proyecto político que nos garantice desarrollo, equidad y democracia, minimizando los costos sociales de toda transformación y asegurando mayorías serias y con proyección.