PÁGINAS MARCADAS Por Antonio Ostornol. Otra cosa es con guitarra: las enseñanzas del Decamerón

por La Nueva Mirada

Por Antonio Ostornol, escritor.

Esta semana voy a marcar unas páginas muy antiguas, que datan de casi siete siglos. El año pasado, por exigencias laborales, tuve que volver sobre el Decamerón de Bocaccio (Austral, 2010; trad. Pilar Gómez Bedate). En la universidad, hace ya varias décadas, pasé por alguna de sus páginas, con seguridad apurado y sin ponerle mucha atención. Luego fui capturado por las narrativas contemporáneas y los infinitos trabajos académicos que compiten en tiempo con las lecturas necesarias. Si esto fuera una novela (y, lamentablemente, no lo es) el gesto de anticipación habría sonado algo sobreactuado. Un lector astuto habría dicho que el efecto era demasiado presumible: justo un año antes de que en el mundo se desate la primera gran pandemia desde los inicios del siglo pasado, el protagonista de esta novela (yo, en esta hipótesis) relee la obra cumbre del gran escritor florentino que trata de la peste negra (siglo XIV d.C.) que, según dicen los más conservadores y aseguran casi todos, mató por lo menos un tercio de la población europea (otros investigadores especulan que la cifra podría haber alcanzado al cincuenta por ciento).

Si esto fuera una novela (y, lamentablemente, no lo es) el gesto de anticipación habría sonado algo sobreactuado.

Pero este episodio no pertenece a una novela sino a la realidad de mi vida como profesor desde el año pasado. Y cuando estudié nuevamente la obra para preparar mis clases, pasé por los días de la peste negra como si se tratara de un artilugio bien construido por Bocaccio para que funcionara adecuadamente el dispositivo de crítica a la sociedad medieval de su tiempo, ya en vías de extinción. Entonces sus protagonistas (un grupo de diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres), huyen de la Florencia de la peste y se van al campo –un locus amoenus de clara inspiración clásica que anticipa el renacimiento- para escapar de la muerte y honrar la vida. Y todo esto ocurre el año 1348, cuando los cadáveres están botados en la calle, pudriéndose, donde los enfermos se mueren solos abandonados por sus familias; donde nadie sabe cómo se contagia la enfermedad ni mucho menos como curarla; y donde las personas están obligadas a aislarse o cerrar sus fronteras a los extranjeros. Bocaccio comienza a escribir el libro cuando recién la enfermedad empezaba a remitir (año 1351) y con la conciencia absoluta de que era un sobreviviente.

Pero este episodio no pertenece a una novela sino a la realidad de mi vida

Bocaccio comienza a escribir el libro cuando recién la enfermedad empezaba a remitir (año 1351) y con la conciencia absoluta de que era un sobreviviente.

Hasta el año pasado, este libro me parecía una gran historia de época, con aciertos notables de crítica, cada uno de los cuales daría para desarrollar toda una reflexión (como el derecho de las mujeres a la sexualidad o los abusos sexuales en la iglesia). Pero es diferente leerlo desde nuestra contingencia. Otra cosa es con guitarra, diría alguien, y es verdad. La lectura actual del texto ha cambiado radicalmente. Cada línea cobra un grado de realidad como si hubiese sido escrita ayer. En la introducción a la primera jornada, Bocaccio nos cuenta que en el 1348 apareció la “mortífera peste” que había comenzado algunos años antes en las “partes orientales” y que luego “se había extendido miserablemente a Occidente.” El itinerario, indiscutiblemente, nos suena familiar y, quizás, haría muy feliz a Trump que algo twittearía sobre China (aunque entonces el bicho venía de Mongolia, según dicen, lo que para él sería una sutileza que no le importa a nadie). Pero las coincidencias o semejanzas continúan: contra su propagación, no había nada qué hacer. Bocaccio dice que “ningún saber ni providencia humana (como la limpieza de la ciudad de muchas inmundicias ordenadas por los encargados de ello y la prohibición de entrar en ella a todos los enfermos y los muchos consejos dados para conservar la salubridad)” detenía el contagio. La opinión pública, como diríamos hoy, estaba consternada frente a la enfermedad porque “para curar [la] no parecía que valiesen ni aprovechase consejo de médico o virtud de medicina alguna”, lo que se explicaba, según él, por la naturaleza de la enfermedad o por la ignorancia de los médicos, enfrentados como sabemos a un fenómeno absolutamente nuevo. La mayor fuerza de la peste se producía, siempre siguiendo lo señalado en el Decamerón, porque “los que estaban enfermos de ella se abalanzaban sobre los sanos con quienes se comunicaban”. Ya lo sabemos, es una obviedad: no respetaban la distancia social.

El itinerario, indiscutiblemente, nos suena familiar y, quizás, haría muy feliz a Trump que algo twittearía sobre China

Ya lo sabemos, es una obviedad: no respetaban la distancia social.

Esta lectura –al menos estas pocas páginas que dan inicio a los relatos- debieran ser obligatorias para todo el mundo, con el propósito de relevar dos aspectos: primero, tenemos que dejar de mirarnos el ombligo y situar lo que estamos viviendo dentro de un contexto histórico, del cual debemos aprender; y dos, no comprender en toda su profundidad el fenómeno de una enfermedad que hoy no tiene cura, se contagia a gran velocidad y golpea en nuestras más profundas debilidades, es de una absoluta irresponsabilidad o inconciencia. Nada de lo que ocurrió entonces, en el siglo XIV, no ha pasado hoy. En algún momento, surge la necesidad de buscar un responsable, algún culpable orbe et urbi que nos permita crucificarlo y volcar en él toda nuestra impotencia y nuestro miedo. En los tiempos de Bocaccio decían que la causa de la desgracia podía ser la ira de Dios para castigar el relajo de la moral en la tierra, o simplemente, la obra de los “cuerpos superiores” (los astros que se conjuntan en un momento dado). Hoy se dispara fácilmente contra abstracciones bastante similares, tales como el neoliberalismo depredador o la ambición tecnológica de tal o cual. Y si eso suena muy etéreo, disparamos contra las autoridades, la prensa, los ciudadanos irresponsables. Trump, que siempre necesita echarle la culpa a alguien, diría que son los chinos. Incluso, como la necesidad de descargar esta impotencia se vuelve tan perentoria, se culpa a los “opositores”, del tipo que sean, porque no permiten hacer bien las cosas. Pareciera que perdemos la perspectiva de que el tema es de mayor calibre y nos encerramos en los miedos pequeños.

Incluso, como la necesidad de descargar esta impotencia se vuelve tan perentoria, se culpa a los “opositores”, del tipo que sean

Nuestros dirigentes (de todas las posiciones y colores), a veces se confunden. Por momentos, el gobierno pareciera estar más preocupado de asegurarse de que el profesor le ponga la “estrellita” exclusiva al final del examen, antes de conformar efectivamente un verdadero pacto nacional que agrupe las fuerzas del país frente a la contingencia y a la necesidad en el futuro de recuperar la vida social con más equidad. No quieren comprometer “el modelo” que, evidentemente, estaba en crisis y lo sigue estando, hoy con muchas más evidencias. Y en varias de las oposiciones que existen, a veces se aprecia un negativismo odioso, poco productivo, difícil de soportar. Nada es bueno si viene del gobierno, como si no quisieran dejar espacio a un mínimo grado de reconocimiento. Y como sé que más de alguien debe estar pensando que me hago el leso con los errores cometidos, el costo en vidas, los hospitales colapsados, las cuarentenas tardías, etc., etc., aclaro de inmediato que me refiero, básicamente, a los lenguajes en la vida pública y política: si todo está tan mal, si el gobierno es un desastre, ¿cuál es el camino? ¿Cambiar el gobierno? Si esta es la postura, debiera explicitarse y permitir que la ciudadanía tome su posición. En un escenario normal, tal vez eso sería sostenible. Pero frente a una coyuntura pandémica, como la actual, los lenguajes debieran minimizar la ventaja estrecha y propender al beneficio amplio. Es el gran desafío que hoy tiene la política: el oficialismo, la oposición parlamentaria y la otra, incluso los dirigentes sociales y gremiales.

La situación de pandemia, donde la vida de muchos está en riesgo, genera procesos complejos y, sigo citando a Bocaccio, nacen “miedos diversos e imaginaciones” en los que quedan vivos, al punto que pueden producir efectos desastrosos. En el Decamerón se señala de modo espléndido: “Y en tan gran aflicción y miseria de nuestra ciudad, estaba la reverenda autoridad de las leyes, de las divinas como de las humanas, toda caída y deshecha por sus ministro y ejecutores que, como los otros hombres, estaban enfermos o muertos o se habían quedado tan carentes de servidores que no podían hacer oficio alguno”. El riesgo final está a la vuelta de la esquina: si no ponemos la energía en una misma dirección y somos capaces de construir lenguajes compartidos, me imagino que existe una alta probabilidad de que el dolor de esta pandemia sea mucho mayor.

La situación de pandemia, donde la vida de muchos está en riesgo, genera procesos complejos

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