No tienen miedo ni memoria. Apuestan por trabajar por, para y con los que han sido marginados desde siempre, los que quieren ser tratados con dignidad
El lunes 17 El Mostrador aseguraba en uno de sus titulares que los partidos políticos tradicionales estaban en coma.
En el transcurso del día, la prensa nacional y extranjera dedicaría amplios espacios a las llamadas mega elecciones del fin de semana en Chile. Grandes titulares, editoriales, columnas de opinión desmenuzaban en detalle lo ocurrido, lo que ninguna encuesta pudo prever. Que el factor sorpresa destacó, que los grandes triunfadores fueron los independientes (no confundir con neutrales), que la derrota de la derecha fue estrepitosa, que estaba hundida, que la clase política tradicional y la ex Concertación habían sido enterradas. Que había hablado el pueblo, que el proceso fue impecable, que la abstención fue muy alta, que hay que volver al voto obligatorio, que la transición había, finalmente, concluido.
Después de una larga espera y en medio de un clima político colmado de turbulencias, seis millones de ciudadanos habían elegido a sus 155 miembros de la Convención Constituyente (con la misión de redactar una nueva Constitución), gobernadores, alcaldes y concejales.
Chile despertaba más tarde que de costumbre, trasnochado, como en los mejores tiempos cuando los triunfos se celebraban en familia, o con amigos y un buen vino. Entonces, claro, no había pandemia, ni toque de queda ni cuarentenas. Pero ese lunes 17 todo parecía igual. Seguían los altos índices de contagio, entregaba su balance diario el mismo ministro de Salud, acompañado de la misma subsecretaria del ramo, más ojerosa que nunca. En La Moneda estaba el mismo presidente, quien -desde temprano- había convocado a sucesivas reuniones de emergencia para sacar conclusiones propias. El ambiente era sombrío, las recriminaciones soterradas cundían. No hubo declaraciones a la prensa. No hacía falta.
La noche anterior, flanqueado por sus 20 ministros, a cara descubierta pero desencajado, el Jefe de Estado (lo que quedaba del jefe y del Estado), había reconocido que “en estas elecciones la ciudadanía nos ha enviado un claro y fuerte mensaje al gobierno y a todas las fuerzas políticas tradicionales. No estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de la ciudadanía”.
Hasta Piñera había escuchado el clamor del pueblo. Pero el mea culpa no sólo llegaba tarde, sino que era insuficiente. Además, era prácticamente la misma puesta en escena que la utilizada la noche del 25 de octubre pasado cuando el presidente debió reconocer el abrumador triunfo de la opción “Apruebo” a la idea de una nueva Constitución. Parece que fue ayer. A seis meses de las elecciones presidenciales, y con su popularidad en el suelo (un nueve por ciento de aprobación), pocas cartas quedan para barajar. No faltó, claro, el asesor innovador que sugirió un cambio de gabinete o miró hacia el segundo piso, donde se encuentra la oficina del señor Larroulet, el culpable de todas las pesadillas del país y errores del gobierno. Pero ya no quedan candidatos para un nuevo gabinete. Los últimos se pasaron a la carrera presidencial, a la vuelta de la esquina.
Réplicas sin demora
La derecha no encuentra razones para celebrar, porque no las hay. Sacó cuentas alegres y se equivocó. No alcanzó el tercio de escaños que esperaba en la convención constituyente y, a juzgar por el rojo intenso del nuevo mapa político, su influencia allí será casi irrelevante.
Las réplicas de las elecciones y sus sorpresivos resultados no tardaron en sentirse. Y sin demora. Evelyn Matthei bajaba su candidatura presidencial y el constituyente electo Fuad Chahin anunciaba, el martes por la noche, su renuncia a la presidencia de la DC, a la luz del rotundo fracaso electoral.
Cada uno en lo suyo. Las llamadas fuerzas progresistas de la izquierda estaban con el corazón hinchado de optimismo y entusiasmo, el día después de las elecciones. Pese a que la abstención se advirtió con particular fuerza en los sectores más vulnerables. Se arguyó falta de interés y de información, escaso acceso a medios de transporte y la pandemia. Lo cierto es que los jóvenes que -en el marco del estallido social- llenaron la Plaza Dignidad durante meses, sin interrupciones, no llegaron a votar. A diferencia de lo que ocurrió en el plebiscito de octubre, donde el voto joven fue clave.
Los nuevos alcaldes, concejales, constituyentes y gobernadores, que nacieron junto con la recuperación de la democracia hace 30 años (o después), coparon la agenda mediática y reformularon radicalmente el mapa electoral. Nuevos rostros, nuevas ideas, un lenguaje más fresco y directo. Los constituyentes independientes -su edad promedio es de 44 años- ahora hablan del cambio que se viene, de volver a conectarse con la gente y sus numerosos problemas. No tienen miedo ni memoria. Apuestan por trabajar por, para y con los que han sido marginados desde siempre, los que quieren ser tratados con dignidad, los que reclaman un futuro que los incluya, y que la igualdad de oportunidades y la paridad de género dejen de ser un slogan barato.
Un país fisurado por la inequidad profunda, la desconfianza hacia todo y todos, que raya en la paranoia. Herido en su alma por el abuso del poder, la impunidad, la corrupción. Frustraciones acumuladas por demasiado tiempo. El individualismo que sólo deja espacio para el singular, rara vez el plural. De norte a sur, hombres y mujeres, blancos e indígenas, aspiran a una educación, salud y viviendas de calidad, un Estado que reconozca sus derechos como ciudadanos, una Constitución que los proteja y defienda como personas. Y como en pedir no hay engaño, sueñan con vivir en un país sin exclusiones, en paz y con justicia sin distingos.
La historia, dice la gente, tiene tantas vueltas como la vida. Algunos recordaron a Salvador Allende con emoción, citaron sus palabras como una plegaria antigua y evocaron sus grandes alamedas, cada vez más anchas.
El Momento perfecto
Yo pensé en otra ausente. Recordé a mi hermana María Cecilia, detenida y desaparecida en julio de 1976, a los 27 años, en Buenos Aires, con su marido. No llegó a ver ni a contar nada de todo esto. Pero su vida entera estuvo inspirada en los mismos anhelos que hoy reclaman gran parte de los chilenos. Como nunca, habría querido tenerla a mi lado esa noche del domingo. Para tomarnos un buen vino, para descorchar la esperanza, para hablar de nuestros sueños que no nos arrebataron, de nuestras voces que no acallaron, de nuestra dignidad que no pisotearon.
También la habría querido conmigo ese lunes por la mañana. Ese lunes y todos los lunes del calendario. Mujer inteligente, comprometida con su país y las grandes causas, de alto vuelo, audaz. Habría sido una magnífica constituyente. De lujo.
Imaginé ese momento perfecto cuando el día arranca lentamente, somnoliento, en silencio. El cielo de acero inoxidable, parejo, sin un rasguño. El aroma del café recién hecho se cuela por el pasillo de la casa y ella, mi hermana, gira hacia la luz tenue frente a la ventana. Sonríe con esa sonrisa tan de ella y se ilumina la sala entera. Y yo, siempre ahí, a su lado, para recalcar que estoy viva en medio de tantos muertos. Para decidir, para continuar, para recalcar y considerar, sólo me hace falta que ella esté aquí con sus ojos claros.
El tiempo se acaba y la paciencia también. Cierto, hay incertidumbre, pero también se abre una oportunidad insospechada. Chile se extiende como un lienzo en blanco en el cual se puede pintar el país que se quiera, con una enorme diversidad de colores. Nos merecemos asumir ese desafío. Nadie dijo que sería fácil, pero con que sea posible basta.
1 comment
Un desafío enorme al mismo tiempo que un peligro, que el diseño de la cancha no quede bien rayada. Pero esta la opción de hacer las cosas bien. Se abre la esperanza y la oportunidad es histórica.