Invitado invisible de la campaña presidencial 2021, el sentido común está jugando un rol crucial en la definición de las adhesiones a los proyectos en competencia, principalmente para el candidato del Partido Republicano, José Antonio Kast. El mismo que -demostrando un aplomo y tranquilidad al borde de la exasperación-, en forma tajante dice: “no soy extremo” y que se define como “el candidato del sentido común”. Afirma siempre su discurso proselitista o sus propuestas de futuro en frases simples –no por ello correctas o verdaderas, pero que aparentan sensatez-, destinadas a transmitir certezas en medio de un país y un mundo cada vez más complejo, impredecible y generador de miedos, amenazas e inseguridades.
Delimitando el fenómeno
“Atrévete a hacer de Chile un gran país” nos dice José Antonio Kast (“Anton” para sus verdaderos amigos de tiempos del Colegio Alemán o de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde fue líder del Movimiento Gremial). Así abre el fuego por llegar a La Moneda desafiando a los electores con una narrativa semánticamente muy amplia, pero aparentemente muy simple y de la que es casi imposible no estar de acuerdo. ¿Quién no querría habitar una nación pujante, que crece y se destaca?
Lo complejo de la anterior propuesta es resolver cómo, con quiénes, en qué plazos y con qué metas específicas se consigue esa promesa: ¿más o menos impuestos? ¿haciendo más ricos a los ricos para que chorree al resto como si la riqueza de unos pocos nos favorece a todos? ¿disminuyendo o acrecentando la desigualdad de ingresos? ¿con un Estado fuerte y que garantice prestaciones sociales básicas o con un tamaño mínimo que solo se aboque a la defensa de la propiedad, el resguardo de fronteras y el derecho adquirido, junto con mantener políticas subsidiarias? Quién sabe, pero la frase quedó y asociada a un candidato que la sostiene.
El filósofo político italiano Antonio Gramsci abordó con esmero en sus Cuadernos de la cárcel lo que para sus congéneres significó el ascenso del fascismo y la retórica implícita en él respecto del uso del sentido común o “senso comune”: “…un conocimiento que ‘se da por sentado’ y que está presente en toda comunidad humana. Brinda un conjunto heterogéneo de certezas asumidas que estructuran los paisajes básicos dentro de los cuales los individuos se socializan y trazan el curso de sus vidas” (citado por Kate Crehan en su libro El sentido común en Gramsci: La desigualdad y sus narrativas).
Se trata entonces de algo intrínsecamente asistemático y no estructurado como el concepto de “hábitus” del sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Gramsci recalca que el senso comune “se presenta en formas innumerables. Su característica fundamental es ser una concepción que incluso en el cerebro de un individuo es fragmentaria, incoherente e inconsistente, conforme con la posición social y cultural de las masas de las que es su filosofía”.
Giovanni Gentile, Ministro de Educación Pública de Benito Mussolini, sostenía que era posible “obtener certeza crítica de las verdades del sentido común y de la conciencia ingenua, de aquellas verdades de las cuales se puede decir que cada hombre siente naturalmente y que constituyen la estructura sólida de la mentalidad de la que él se sirve para la vida cotidiana”.
Visto como una herramienta narrativa ideológica del fascismo, Gramsci retruca a Gentile preguntándose “qué significa la verdad del sentido común”. No excluye la posibilidad “que en el sentido común no haya verdades. Significa que el sentido común es un concepto equívoco, contradictorio, multiforme y que referirse al sentido común como confirmación de la verdad es una insensatez”.
Los mundos en juego
Así como el sentido común “crea el folclore del futuro” y tiene su momento y lugar determinados, al decir de Gramsci, también permite despejar que todos vivimos en un mundo de sentido común, pero no necesariamente en el mismo mundo: “Toda clase social tiene su propio sentido común que remite a sus experiencias de vidas frecuentes”.
Del mismo modo, afirma que “todo momento histórico tendrá sus propios relatos, algunos superpuestos, en conflicto y hasta contradictorios, pero que para distintos grupos constituirán verdades evidentes”. Una cuestión de la que emergerá su propuesta de aplicar a esta filosofía de lo común el buon senso que pueda desentrañar el sustrato racional contenido en las verdades asumidas desde el senso comune (Crehan).
Otros modos de aproximarse al sentido común devienen de Aristóteles –quien proponía el koinè aisthèsis como una suerte de sexto sentido organizador de las diferentes impresiones recibidas de los otros cinco sentidos (vista, oído, gusto, tacto y olfato) y la filósofa alemana Hannah Arendt, que lo planteaba como una habilidad básica que permite a las personas hacer juicios elementales sobre asuntos de la vida cotidiana. Otras maneras de delimitarlo remiten a una inteligencia natural de los individuos; una capacidad comprensiva ordinaria, normal o promedio; una sabiduría simple que constituye herencia compartida.
El problema subyacente refiere a que la verdad contenida en el sentido común no requiere sofisticaciones para ser recibida, asimilada y comprendida, por lo que para cualquier persona normal resultaría evidente de forma instantánea.
Kast y la narrativa de lo común
Una de las características y armas políticas mas potentes de José Antonio Kast radica en la gestualidad, la calma y el autocontrol, al tiempo que su fraseología –implícitamente cargada de sentido común- a la hora de comunicar sus propuestas y analizar la realidad. Tanto que, si bien es visto por buena parte de los medios de prensa internacionales de prestigio como un candidato de ultraderecha o extrema derecha, logra desarticular este calificativo en los medios nacionales, que lo tratan de una opción de derecha que se enfrenta a otra de extrema izquierda.
Para ejemplificar lo común en sus discursos como anterior diputado o como candidato actual, baste repasar algunas de sus frases célebres, en primer lugar, referidas al matrimonio, la familia y el divorcio; el aborto; el matrimonio igualitario y las nuevas identidades de género:
- “La familia jamás le ha hecho daño a ninguna sociedad en el mundo; no podemos decir lo mismo del divorcio«.
- «Me comprometo con la familia, con el matrimonio entre un hombre y una mujer, con la vida, con la libertad de culto y con defender siempre el género, que es un hombre o una mujer… (la) libertad religiosa, la libertad educativa y el derecho de los padres a educar a sus hijos”.
- «… la nuestra es una sociedad sana que comprende el dolor de una mujer que ha abortado, comprende la desesperación que la puede llevar a eso, pero también comprende que aquí se está matando a un inocente. Es una sociedad que entiende la diferencia entre lo bueno y lo malo, entiende que se matará a un inocente en el vientre materno”.
- “El único inocente en un delito de abuso es el niño que va a nacer… Solo una maquinación intelectual es capaz de decir que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo”.
- “La Moneda se rinde a la dictadura gay. Las instituciones públicas son de todos los chilenos, no de minorías”.
- “Yo no veo a dos hombres igual que como veo a un hombre y a una mujer. Dos hombres no pueden procrear”.
- “No creo en el matrimonio igualitario, porque creo que dos hombres no son igual que un hombre y una mujer. Dos hombres no pueden procrear”.
- «Alguien que cambia su sexo registral y pasa de ser mujer a ser hombre, podría decir que ahora quiere ser sacerdote”.
- “¿Qué pasará en el caso de las personas que tengan un trastorno mental y vayan al Registro Civil, porque son mayores de edad, y soliciten cambiar su sexo registral?”
El dominio narrativo del sentido común en estos argumentos del candidato del Movimiento Social Cristiano parecieran incuestionables para defender concepciones básicas de los derechos individuales en Chile; no obstante, se trate de un Estado laico e inclusivo, cuyas características quedan en segundo plano, se dan por sobreentendidas o simplemente se omiten para no generar barreras cognitivas o mentales que limiten la rápida asimilación de su mensaje.
Las frases detalladas arriba, Kast las liga con maestría a lo que denomina “urgencias reales” -sostenidas dentro de un plano fundamentalmente ideológico conservador y clasista-, que plantea como defensa natural del orden social y de las personas buenas o correctas ante la amenaza del caos, la violencia, la inseguridad, la delincuencia y el narcotráfico. Situaciones todas que vincula a la intencionalidad de la izquierda de defender proyectos fracasados como el de Cuba y Venezuela, que terminan incubando la destrucción de la democracia y la libertad, o protegiendo a quienes forman parte de este contexto amenazante y perjudicial para la buena vida de un Chile que merece un futuro mejor. Todo adornado bajo la honestidad de un candidato que se distancia de la figura del político tradicional, altamente desconfiable y cobarde:
- “Hay un grupo de personas que hacen un lobby que va arrinconando a ciertos líderes políticos que no tienen la valentía de decir las cosas como ellos las creen”.
- “Tengo un discurso políticamente incorrecto, no digo lo que la gente quiere escuchar, les digo la verdad. Es la forma en que la gente vuelva a creer”.
- “El totalitarismo avanza en Chile. Nos quieren imponer una forma de pensar; nos quieren quitar nuestra libertad”.
- “Los verdaderos responsables del estallido de violencia son los políticos que tenemos. En vez de estar en el Congreso legislando para la gente, pierden el tiempo y tratan de hacerle trampa a la democracia”.
- “Chile tiene que mirar al futuro y dejar las heridas del pasado detrás. El Gobierno no puede seguir impulsando proyectos, ritos y símbolos que dividen al país. No sigamos cayendo en el juego de la izquierda que usa el pasado como herramienta electoral”.
- “Yo no negocio ni converso con terroristas que han incendiado y quemado iglesias, casas y personas”.
- “En Chile tenemos que discutir en serio sobre uso de armas. Hoy la gente honesta no tiene cómo defenderse de delincuentes y narcotraficantes”.
Kast y sentido común aplicado también a su rechazo a los cambios en materia de símbolos patrios como la bandera, intervenida actualmente con los colores de la diversidad sexual o del mundo mapuche, ante lo que declara: “La bandera chilena es hermosa, nuestra y representa a todos los chilenos con su diversidad. Estas cosas sobran”. Y finalmente usado como argumento de irrestricta defensa de la dictadura de Augusto Pinochet, desfigurando en su sentido exacto la noción de derechos humanos convenida internacionalmente: “En el gobierno militar se hicieron muchas cosas por los derechos humanos de otras personas. Cuando yo hablo de mejorar la salud, cuando hablo de la calidad en la educación, cuando hablo de mejorar la economía, también estoy viendo como resguardo la calidad de vida de las personas, que también -en alguna medida- son derechos humanos positivos”.
Sea que estemos de acuerdo o no con su forma de ver el mundo y de hacer de este recurso retórico un modo de digerir acríticamente sus propuestas, confrontamos una realidad compleja de desarticular en la mente y los mundos de los electores. Porque a fin de cuentas no se trata expresamente de política, sino de sentido común.