Shostakóvich y el vaivén de la música. Por Tomás Vio Alliende

por La Nueva Mirada

“Shosti, ¿te gustan morenas o rubias”. De esta forma los periodistas norteamericanos interrogaban al compositor Dmitri Shostakóvich (1906 – 1975) en su visita al Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial celebrado en 1949 en Nueva York. El ruso estaba espantado por la falta de respeto los trabajadores de la prensa. Codazos y empujones propios de una cobertura de farándula formaban parte de las persecuciones de las que fue víctima esa vez que viajó al país del norte.

 Esta y muchas más anécdotas son las que cuenta el británico Julian Barnes en su libro “El ruido del tiempo” (2016), donde también señala que la vida de Shostakóvich quedó estigmatizada por una fecha específica: el 26 de enero de 1936, Stalin asistió a la representación de la ópera “Lady Macbeth de Metsnsk”, en el teatro Bolshoi de Moscú. La obra creada y dirigida por Shostakóvich fue mal evaluada por el Pravda, el periódico del Partido Comunista, tildándola de “decadente”. Detrás de la editorial se notaba la mano del Gran Jefe ruso y este simple hecho marcó el comienzo de una tortuosa vida para el compositor en la Unión Soviética, quien es mostrado en la novela como un hombre miedoso, un individuo tan talentoso como ambivalente, que antes que luchar por sus reales intereses, prefería preparar una maleta para enfrentar cabizbajo un posible confinamiento por parte de las altas autoridades.

En “El ruido del tiempo” importa poco de donde viene la inspiración de Shostakóvich para crear su música. Lo que le interesa a Barnes es explorar al protagonista como un hombre pusilánime que adapta su creación artística para sobrevivir, alimentar a sus hijos y mantener una vida soportable y muchas veces mediocre junto a sus esposas y amantes.

“¿Qué podría oponerse al ruido del tiempo? Solo esa música que llevamos dentro –la música de nuestro ser- qué algunos transforman en auténtica música. Que, a lo largo de las décadas, si es lo suficientemente fuerte y auténtica y pura para acallar el ruido del tiempo, se transforma en el susurro de la historia. A esto se aferraba él”, señala Barnes en uno de los pasajes del libro.

¿Qué es lo que realmente importa de Shostakóvich en el libro? Su relación con el poder, la señal absurda de sobrevivencia a pesar de contar con una permanente amenaza sobre su cabeza. La búsqueda de Barnes no se encuentra en el virtuosismo del ruso, se deposita en un individuo que se define a sí mismo como un gusano, que prefiere anhelar un Mercedes Benz antes que un automóvil ruso. Un individuo fumador, constantemente custodiado y vigilado. De esta forma, es difícil congeniar con la cobardía de Shostakóvich, a diferencia de la potencia que manifiesta su música. Posiblemente los lectores terminen sintiendo lástima por este compositor que se esconde, que es incapaz de enfrentar y decir que repudia todo lo que le ha tocado vivir, que muchas veces ha tratado de suicidarse, que tiene buen oído, pero es malo para bailar y que cuenta con una licencia para arbitrar partidos de fútbol, voleibol y tenis.

La búsqueda de Barnes no se encuentra en el virtuosismo del ruso, se deposita en un individuo que se define a sí mismo como un gusano

La mirada de Barnes, autor de “El loro de Flaubert” y “El perfeccionista en la cocina”, entre otras obras, está dirigida netamente al perfil psicológico de Shostakóvich, sin ahondar demasiado en el resto de los personajes que lo rodean. Es una mirada crítica, no demasiado condescendiente sobre uno de los mejores compositores de la música clásica rusa de todos los tiempos. La mirada hacia el artista es casi tan fuerte como la que le brinda el escritor al líder ruso Stalin. A ambos los pone a un nivel similar en términos de protagonista y antagonista. De hecho, en un momento de la novela, Stalin llama personalmente por teléfono al compositor para que represente al país en el extranjero, a lo que Dmitri contesta con la misma naturalidad con la que hablaría con un pariente o con alguien cercano.

Es una mirada crítica, no demasiado condescendiente sobre uno de los mejores compositores de la música clásica rusa de todos los tiempos.

En “El ruido del tiempo” el arte y el poder se confunden, aunque es este último el que prevalece porque para Barnes se trata del ingrediente que mueve la música del artista. Es una cuestión de criterios, de autenticidad. Es el gusano que se esconde detrás de la batuta y de las partituras, el que repta sigiloso dentro de una existencia prestada llena de talento creativo, elogios, premios y condecoraciones inesperadas. Siguiendo el vaivén del tiempo, en la novela queda claro que es la culpa la que logra que el músico se consagre en un mundo gobernado por lo adverso, por estructuras rígidas y establecidas que poco y nada tienen que ver con los verdaderos sueños; con la vida misma.

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