El 11 de septiembre, como es costumbre histórica, se ha recordado y rendido homenajes a las víctimas de la dictadura. Estando próximos a una elección presidencial y con adelantos programáticos aún incipientes de las diversas postulaciones no pareciera ocioso resaltar lo que nos condujo al golpe de estado de 1973.
Aunque parezca lejano y dejado de lado en las consideraciones históricas actuales, me permito destacar un aserto de Lenin que tiene pertinencia al respecto: “La clave del momento actual consistía ayer en nacionalizar, confiscar con la mayor decisión, en golpear y rematar a la burguesía, en acabar con el sabotaje. Hoy, sólo los ciegos podrán no ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y acabado más de lo que hemos sabido contar. Y la socialización se distingue precisamente de la simple confiscación en que se puede confiscar con la sola “decisión”, sin saber contar y distribuir acertadamente, pero es imposible socializar sin saber hacer eso”. (V.I. Lenin. “Acerca del infantilismo “izquierdista” y del “Espíritu Pequeño burgués”. OE, en un tomo, Ed. Progreso, pág. 458. Mayo-1918).(El subrayado es de Lenin).
Una pretendida tesis acabada, ciertamente no surge de la noche a la mañana requiriendo de un período y proceso de incubación. La cita consignada ilustra que Lenin muy tempranamente consideraba que el tránsito al socialismo era un proceso gradual.
Algunos analistas vienen sosteniendo, por largas décadas, que en lo esencial de la derrota de la Unidad Popular estuvo la ausencia de una política militar y el error de no haber sabido escoger el momento oportuno para liquidar la resistencia del gran poder.
Aunque parezca redundante refutarlo, valga precisar inicialmente que el programa de la UP se definió como antimonopólico, anti latifundista y antiimperialista, para ser realizado en un marco institucional y apostando a la simpatía o neutralidad de las fuerzas armadas. Algo que se leyó como viable y exitoso durante los dos primeros años(71-72) de gestión de Salvador Allende, sustentado en tendencias favorables a la independencia nacional, como la que expresó el comandante en jefe del Ejército Carlos Prats y parte de su entorno uniformado.
En segundo lugar, la pretendida viabilidad para “liquidar” la resistencia más sediciosa- que se manifestó tempranamente- careció de viabilidad, precisamente porque un postulado esencial del gobierno de Allende se sustentaba en el marco institucional y las transformaciones dentro de la legalidad, la que precisamente fue trastocada crecientemente por la oposición.
Sería ceguera desconocer que al interior de la UP y la izquierda no existió el acuerdo indispensable para traducir en acción política coherente aquellos postulados presidenciales y programáticos.
Con el paso del tiempo se suele ignorar que el programa de la Unidad Popular se puso como objetivo “iniciar la construcción del socialismo en Chile” y en esa perspectiva el paso ineludible era enfilar las fuerzas contra los monopolios, el imperialismo y los restos del latifundio.
En esta línea de reflexión parece ineludible reconocer que la derrota política, traducida en el brutal golpe de Estado, residió esencialmente en:
a) Una dirección política incapaz de conducir el proceso histórico que ella misma había desatado, ampliando la adhesión de fuerzas democráticas y populares. Dicho de otro modo, apenas quedó en evidencia el carácter agresivo y militarista de la política de la derecha se debió haber respondido (y perseverado) en el fortalecimiento de un frente antifascista.
b) Una dirección débil para encarar y deslindar tajantemente fronteras con el ultraizquierdismo revolucionario, bajo su consigna “avanzar sin transar”. Aquella debilidad fue una realidad decisiva.
c) Naturalmente una dirección de ese carácter no podía sino dejar que los diversos factores en juego escaparan progresiva y aceleradamente de sus manos, potenciando el protagonismo de los actores políticos, gremiales y militares, con suficiente aliento y subvención extranjera para impulsar el golpe de estado.
Entonces vale reiterar, desde la experiencia histórica, que sin aquel contexto de desquiciamiento social; de prolongados y agudos conflictos políticos, económicos y sociales, las posibilidades de golpe militar se reducían sustantivamente. Precisamente en aquellas condiciones el período 71-72 había sido de una extrema tensión.
El golpe de Estado fue apresurado ante la disposición inocultable del Presidente Allende para buscar una salida política, abriendo la opción plebiscitaria que los golpistas temieron y negaron. Ciertamente aquella alternativa de retroceder – inviable a esas alturas – habría sido menos costosa (en todas sus dimensiones) que la realidad del golpe fascista, cívico militar y sus consecuencias evidentes.
Respecto de aquellas consideraciones al contenido original del programa presidencial de Salvador Allende vale la pena detenerse en uno. En su propuesta antimonopólica apuntaba a la estatización de cerca de 150 empresas. Pues bien expropiamos e intervinimos unas 1.500. Unido a otros errores de política económica, nos enajenó a pequeños y medianos productores y nos hizo perder las riendas de la economía, con sus desbastadores efectos de perturbación social. En breve, nacionalizamos y confiscamos “más de lo que sabíamos contar”.
Ciertamente los factores en disputa se proyectaban en una multiplicidad de ámbitos candentes. Entonces, continuar sosteniendo que los hechos se desencadenaron porque el enemigo declarado puso las cosas en el terreno que favorecía sus pretensiones sediciosas es una explicación de lo sucedido, pero no resuelve la interrogante de por qué se aceptó un desafío que, tarde o temprano, nos iba a poner en un callejón sin salida.