Este 11 de marzo asume el nuevo gobierno. Lo hace también una nueva generación, que reemplaza a la llamada vieja guardia. Aquella que vivió la revolución en libertad, de Eduardo Frei Montalva, la vía chilena al socialismo de Salvador Allende. Que experimentó la derrota de 1973 y los rigores de una dictadura. Que luchó por la recuperación de la democracia y la defensa de los derechos humanos. Y que también tuvo una segunda oportunidad para liderar el proceso de transición y consolidación democrática. Su legado, con evidentes progresos para el país, admite luces y sombras más que debatidas en este último período, como lo sostiene el nuevo mandatario.
Hoy asume una generación joven. Hijos o nietos de la democracia. Con un ambicioso proyecto de cambios estructurales. En la economía, la salud, la educación, la seguridad social. Una nueva perspectiva de género. Un nuevo trato hacia los pueblos originarios. Una nueva política internacional.
En paralelo, se desarrolla el proceso constituyente que promete renovar
profundamente la actual institucionalidad. Chile pasaría a ser un estado
regional, plurinacional. Con una cámara legislativa, paritaria y con cuotas de
representación para sus etnias originarias, y un Consejo territorial, que
reemplazaría al actual Senado. Que, en determinadas materias, distinguiría un
sistema de justicia indígena. El proceso de resoluciones de la convención se
encuentra en sus fases iniciales. Ciertamente propondrá diversas innovaciones.
Se trata de materias opinables y muchas veces controversiales a la hora de fijar un nuevo marco constitucional que regule nuestro sistema democrático y redistribuya el poder. El bicameralismo asimétrico aprobado por los constituyentes puede ser una buena fórmula, a condición de que se fijen claramente sus atribuciones y equilibrios. Un sistema mixto de justicia es una fórmula válida, siempre que queden claras sus competencias y jurisdicciones, en un marco común de respeto a los derechos humanos y las normas básicas su ejercicio.
Los procesos de cambios, como el abierto en respuesta y salida a una crisis mayor de gobernabilidad al corto andar de la administración de Sebastián Piñera (que hoy culmina su ejercicio con un mínimo respaldo ciudadano) no son fáciles de implementar. Generan temores e incertidumbres. Y como es natural, resistencias. No tan sólo de aquellos sectores afectados en sus intereses o ideologías. También de parte de otros más conservadores y tradicionales que no asumen el sentido más profundo de la crisis que fundamentan su sentido.
No será tarea fácil para el nuevo gobierno implementar su programa de cambios en sintonía con las definiciones del proceso constituyente en curso. En primer lugar, porque no cuenta con una clara mayoría parlamentaria. También porque está apoyado por dos coaliciones, con amplias coincidencias y algunas diferencias que aún deben hacer camino al andar bajo la conducción del Presidente Boric. Y, además, porque los partidos políticos atraviesan por una severa crisis de representación y pérdida de confianza de la ciudadanía.
Una derecha derrotada
Pero, probablemente lo mas relevantes, es que enfrenta a una derecha sin proyecto común que no sea la resistencia a los grandes cambios. Tanto o más fragmentada que el llamado progresismo o la izquierda, en donde conviven sectores nostálgicos del régimen militar, nacionalistas, conservadores a ultranza, neo liberales, populistas y liberales a medias.
En las pasadas elecciones presidenciales terminaron todos apoyando al candidato de la ultraderecha. Perdieron las elecciones municipales, los gobernadores regionales y la de constituyentes, sin alcanzar el tercio que les permitiría sostener un derecho a veto. El gran consuelo, no menor, es mantener la mitad del parlamento. Y aún deben cargar con el pesado fardo que Piñera les heredó como legado. Con estallido social y proceso constituyente.
Con toda seguridad, una amplia mayoría de la derecha ejercerá una frontal oposición al nuevo gobierno, mas allá de las palabras de buena crianza. El diputado Diego Schalper fue imprudente al llamar a quitar fuerza moral a la convención constituyente y “atrofiar” el gobierno de Gabriel Boric, pero interpreta a un sector muy importante de la derecha, que ya está intentando restarle legitimidad al proceso y desacreditar sus avances. Afanosamente buscan la manera de torcer el proceso. Y es más que evidente que militarán en una oposición dura e intransigente frente al nuevo gobierno, refugiándose en el empate de fuerzas en el Senado. Sin embargo, corren el riesgo de una derrota mayor que bien puede ser terminal. Al menos para ese sector de la derecha que hoy aparece como mayoritario.
El país necesita (y hay espacio) una derecha o centro derecha moderna, que deje atrás el pasado autoritario. Una centro derecha renovada, que ajuste sus cuentas con la democracia y se abra a los cambios que el país demanda y requiere. Una centroderecha que una a sectores hoy disgregados, con una impronta claramente democrática, liberal y progresista.
Muchos de los firmantes del documento de los “amarillos” podrían sentirse representados en ese espacio, así como sectores que hoy militan en Renovación Nacional, Evopoli, Ciudadanos y ex DC. Incluso algunos exsocialistas, PR o PPD. Y no pocos de los denominados “independientes no neutrales”.
El gobierno de Gabriel Boric debiera favorecer el diálogo con estos sectores.
Los poderes fácticos refractarios a los cambios
Uno de los efectos de la muy prolongada dictadura cívico militar fue generar graves desequilibrios sociales que le democracia reconquistada no ha logrado reparar. Entre otras cosas un sistema de medios de comunicación que, con diversidad, expresara el pluralismo y heterogeneidad política, social y cultural del país. El sindicalismo fue reducido a su mínima expresión. Los partidos fueron proscritos y perseguidos. Y la concentración de la riqueza, agudizado en las últimas décadas, generó una clase empresarial militantemente conservadora y defensora de sus privilegios, aumentando su poder político y la captura del Estado.
Las FF.AA., que constituyeran el principal sostén de apoyo de la dictadura no han logrado sacudirse de la pesada herencia de esos 17 años, ni las fuerzas de orden y seguridad adecuado su accionar a un sistema plenamente democrático.
El nuevo gobierno aspira a reconquistar equilibrios sociales. Con un empoderamiento de sus reales protagonistas (sindicatos, organizaciones vecinales, organismos no gubernamentales, organizaciones juveniles, de mujeres, etc.), buscando un mayor protagonismo y participación en la agenda pública.
Demasiado evidente resulta la exigencia de superar la retórica, hasta hoy inconducente, para fortalecer la existencia de medios públicos de comunicación( entre ellos, por cierto, TVN), así como incentivar la existencia de medios independientes. Estableciendo un nuevo marco que promueva y garantice la diversidad y el pluralismo en su interior.
En relación al empresariado, es muy relevante establecer un diálogo y búsqueda de cooperación público – privada, con nuevas reglas, más estrictas pero claras, que lo viabilicen. Las malas prácticas empresariales no tan sólo han debilitado las instituciones republicanas, sino que han contribuido al descrédito de la política. Y hay todo un tema pendiente con la justicia tributaria en nuestro país. No por nada el índice de Gini se mueve poco o nada antes y después de los impuestos. Los empresarios deberán hacer una mayor contribución a un desarrollo inclusivo y sustentable, a cambio de reglas del juego claras que les permita desenvolverse sin abusos.
El tema de las FF.AA. y los servicios de orden y seguridad merecen un análisis aparte. Los escándalos conocidos – como milico gate o paco gate – que mantiene procesados a cuatro excomandantes en jefe del Ejército y otros tantos generales y altos mandos del Ejército y de las fuerzas policiales, son el síntoma de una crisis mas profunda, en donde no está clara la necesaria sujeción y control desde el poder civil y democrático.
La reciente y extensa cuenta del renunciado comandante en jefe del Ejército, oscurecida por su requerimiento judicial, no ha merecido el análisis que amerita. Ella da inédita cuenta de un pesado legado de 17 años de dictadura, en donde se cometieron graves violaciones a los derechos humanos, que no son posibles de resolver con un nunca más, si no van unidos a un esfuerzo mayor de esclarecimiento de los hechos que signifique sino paz, al menos certezas a los miles de familiares que durante los últimos treinta o cuarenta años, han venido exigiendo verdad, justicia y reparación.
El país requiere de FF.AA. y policías reconciliadas con el pasado, altamente profesionalizadas y subordinadas al poder emanado de la soberanía popular, en el marco de una democracia fortalecida.
No existe un mañana sin un ayer
El país no nace o renace con Gabriel Boric y su gobierno, Tampoco es posible refundarlo. Necesariamente es continuidad y cambio. Y hace parte del liderazgo y adecuado manejo político determinar las prioridades. Y tan importante como lo anterior, es el cómo viabilizar las transformaciones.
No todo tiene que cambiar, pero tampoco es posible que todo cambie para que todo siga igual. El nuevo gobierno enfrenta el enorme desafío de viabilizar un proceso de cambios tan necesarios como inevitables, que abra el paso a una mejor democracia con mayor justicia social, más libertad, igualdad, fraternidad y solidaridad.
Este 11 de marzo se empieza a escribir una nueva historia. Un desafío que involucra a la inmensa mayoría del país como sujeto activo.