A diferencia de casi todos los cuarenta y cuatro presidentes que le precedieron, Donald Trump no se ha ido borrando como actor político y unos 30 millones de estadounidenses creen que sigue siendo el mandatario legítimo. El trumpismo se nutre de su Gran Mentira sobre fraude electoral y persiste gracias a la aquiescencia republicana .
Advertencia
A comienzos de julio tres civiles, tres generales y dos almirantes retirados, que han ocupado puestos de alta jerarquía en el Departamento de Defensa enviaron una carta a 17 senadores que han sido militares expresando su preocupación por “las amenazas, tanto internas como externas, para nuestra democracia”.
“Les instamos a que den la mayor prioridad a la protección de nuestro sistema electoral”, escribieron los firmantes exsecretarios (civiles) del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, un ex jefe de Estado Mayor del Ejército, un ex jefe del Estado mayor de la Fuerza Aérea, un ex jefe del Comando Central, un exsecretario interino de Seguridad Nacional , y un exsubjefe del Comando estadounidense en Europa.
El llamado de atención ocurre al tiempo que las legislaturas estatales controladas por republicanos han aprobado reformas electorales en 18 estados, y hay más de 400 proyectos de ley electoral a consideración en 49 estados.
El escozor por las “reformas electorales” está arraigado en la insistencia de Donald Trump acerca de la legitimidad y validez de los procesos electorales en Estados Unidos, donde ni siquiera una comisión por él designada tras los comicios de 2016 –y encabezada por el entonces vicepresidente Mike Pence- ha hallado pruebas de trampas en los comicios.
En 2016, Trump ganó la presidencia por la lotería del Colegio Electoral, pero, de hecho, recibió 3,2 millones de votos menos que su rival demócrata Hillary Clinton. Ante esa realidad, Trump alegó que hubo “millones de votantes ilegales” incluidos, supuestamente, inmigrantes indocumentados.
Ante la realidad de las encuestas que anunciaban su derrota en 2020, Trump cuestionó el voto por correo y advirtió que no reconocería el resultado si salía perdedor. Y eso es lo que hizo: perdió la elección y desde entonces ha insistido en que hubo un gran fraude, una prédica que ya produjo una asonada y asalto al Capitolio el 6 de enero.
Trucos viejos y nuevos
La lógica indicaría que los políticos y sus partidos ganan elecciones cuando adquieren más votantes, cuando añaden a sus seguidores los sufragios de sectores más amplios.
El trumpismo no opera con esa lógica.
Los indicadores demográficos señalan que hacia 2043, Estados Unidos ya no será un país con mayoría “blanca”, sino una nación de minorías. Los blancos pasarán a ser apenas la minoría más numerosa.
Podría esperarse que, al igual que los demócratas, los republicanos hicieran esfuerzos por ampliar su base electoral que ahora, y por causa de Trump, se ha consolidado entre la población blanca, con menos educación universitaria y más apego a un cristianismo conservador, y que por el simple paso de los años va envejeciendo.
A contrapelo de ese razonamiento, el trumpismo salta hacia atrás con restricciones que, en conjunto, se parecen a los impedimentos variados y tramposos con los que, por casi un siglo desde la Emancipación de los esclavos, se obstruía el acceso de los negros al registro electoral.
En 1965 el Congreso aprobó y el presidente Lyndon Johnson promulgó la Ley de Derechos Civiles que colocó bajo vigilancia del gobierno federal los procesos electorales en varios estados del Sur donde persistían las regulaciones segracionistas.
En 2013 la mayoría conservadora de jueces en el Tribunal Supremo invalidó las estipulaciones de la Ley de Derechos Civiles que permitían la vigilancia federal sobre las elecciones en los estados porque, según opinó el presidente del tribunal John Roberts “casi cincuenta años más tarde las cosas han cambiado sustancialmente”.
Las nuevas leyes estatales, que sus promotores señalan como una defensa de la pureza del proceso electoral, incluyen por ejemplo el requisito de documentos de identificación con fotografía.
Esto puede parecer normal en otros países donde hay un solo sistema electoral y donde existe un “credencial cívica” válida en todo el país y cuyo único propósito es el sufragio.
En Estados Unidos cada uno de los cincuenta estados tiene su sistema electoral, sus requisitos de identificación de votantes. Para muchos votantes de bajos ingresos, o muy mayores de edad, es onerosa la obtención de un certificado quizá en otro estado donde nacieron. Lo mismo ocurre con inmigrantes que han vivido por años en EE.UU. se han hecho ciudadanos y ahora, para votar han de conseguir su certificado de nacimiento en su país de origen. No todos los ciudadanos tienen una licencia de conducir donde aparece su fotografía.
Otro impedimento es la reducción de los puestos de votación, de manera que en algunos estados los votantes han de recorrer distancias más largas para sufragar. En EE.UU. la elección presidencial no ocurre en un fin de semana o en un día festivo. Ocurre el primer martes después del primer lunes de noviembre, cuando millones de personas deben concurrir a trabajar.
En algunos estados se ha reducido el período para depositar votos por correo. En otros se ha limitado la votación en el fin de semana previo a la elección, a sabiendas de que en muchas comunidades negras o de bajos ingresos, las iglesias ofrecen transporte precisamente el domingo previo a la elección.
Estos esfuerzos han sembrado en buena parte de la ciudadanía la desconfianza hacia el sistema electoral en un país que se presenta al mundo como ejemplo de democracia, comicios libres y limpios, y transición pacífica del poder.
En su carta a los senadores, los ex funcionarios de seguridad nacional y mandos militares enfatizaron la necesidad de que haya “acceso igual a la votación para todos los votantes elegibles, transparencia y supervisión efectiva del sistema electoral, y educación cívica para tener un electorado informado, comprometido y ampliado”.
Las nuevas regulaciones son variadas, pero consideradas en conjunto, muestran una opción clara hecha por los republicanos al tono de la Gran Mentira de Trump: en lugar de conseguir más votantes el chiste consiste en que haya menos votantes.
Es decir: avanzar con los ojos en la nuca.