“Austeridad y transparencia” son dos de los atributos con los que el abogado Francisco Orrego (cercano a la UDI) ha afirmado en varios medios de prensa nacionales que pretende dar un sello propio a su gestión en la Presidencia del Directorio de TVN, bajo el encargo del nuevo gobierno de Chile Vamos. Mismo discurso que esbozó recientemente ante el Congreso Nacional, donde debía dar detalles del plan de capitalización a la espera de recibir 47 millones de dólares para la implementación técnica de la transición a la televisión digital y otros 18 millones para la creación del nuevo canal cultural, proyectos de los que reconoce “ausencia de un plan de negocios y un plan estratégico” acompañado del debilitamiento de la marca e imagen del la estación.
Señales de la crisis
Orrego tiene ante sí una tarea no exenta de conflictos, acusaciones corporativas cruzadas y filtraciones de prensa mediante, que no hacen más que reflejar el cúmulo de tensiones que reporta el salvataje financiero del canal y la justificación de su actual aporte diferenciador. Todo en un año que comenzó en enero con la renuncia en pleno de los tres directores representantes del actual oficialismo, quienes fueron sustituidos recién en junio pasado; y con el término del período y próximo reemplazo de dos directores de la oposición más el nombramiento de otro de sus cupos que se mantenía vacante desde abril del 2017.
Estos hechos refieren solo al accionar del cuerpo colegiado binominal que administra políticamente a TVN y que debe garantizar su autonomía de los gobiernos de turno, más su sentido editorial como medio público y su viabilidad financiera bajo la fórmula del autofinanciamiento vía masividad e ingresos publicitarios (imperativo legal que parece agotado e imposible en la actual condición de crisis de la industria de la TV generalista, con audiencias fragmentadas y un share de avisaje que se reduce). Toda una labor que, si se repasan los estados financieros de la estación desde 2014 a marzo 2018, refleja una pérdida acumulada cercana a 90 millones de dólares –sobre 60 mil millones de pesos- y la enajenación o prenda de parte importante de sus inmuebles para generar liquidez.
De la plaza pública al mall
TVN es el único medio televisivo público en Chile. Una señal que durante sus casi cincuenta años de vida acumuló un fuerte valor simbólico, especialmente al ser el primero en cubrir prácticamente a todo el territorio nacional, a fines de la década 60 y comienzos de los 70, y después del retorno a la democracia, con una programación y relato que plasmó la transición y el reencuentro de los chilenos con su historia reciente: documentales, debates, teleseries sociográficas, programas de arte y tendencias, más un sólido proyecto periodístico informativo y de actualidad formaron parte de este esfuerzo. Tal fue el éxito de esta etapa que la década 90 termina instalando a la estacion como líder indiscutido en audiencias, desbancando la histórica hegemonía de Canal 13, y acaparando más del 40% de la torta publicitaria. Misma época en que generó su política editorial bajo la reforma legal de 1992 y sus primeras orientaciones programática cinco años más tarde.
Después del retorno a la democracia. con una programación que plasmó la transición y el reencuentro de los chilenos TVN se instala como el líder indiscutido de las audiencias.
Pero el proyecto TVN que representó esa plaza pública virtual de encuentro de los chilenos que recuperaban la democracia se comenzó a diluir con la llegada del nuevo siglo y el recambio de ejecutivos clave. Es así como el 2002, ante la partida de Jaime de Aguirre como Director Ejecutivo de Chilevisión, Eugenio García asume la Dirección de Programación y propone ante el diectorio de la época modernizar el relato de la pantalla de TVN ya no como plaza sino como un mall. Una lógica que calza también con el crecimiento explosivo de la cultura del retail en la sociedad chilena volcada al consumo y al endeudamiento, pero que además transforma a la audiencia de la TV pública en meros consumidores y no ciudadanos. Lógica que incorporaron en su adn los equipos internos que debían consolidar la nueva estrategia TVN en el siglo XXI (como el intento fallido de la administración de Daniel Fernández, llamada TVN 2012).
Fuga de audiencias, ejecutivos y nuevos actores
Más de alguien pensará que remontarse quince o veinte años atrás puede parecer inútil, pero en realidad es clave para comprender el vaciamiento del relato y la pérdida de audiencias e ingresos en la estación pública, al tiempo que la penetración de la banda ancha y los servicios de internet y tv de pago comenzaban a masificarse. Tanto así que es precisamente el 2004 cuando Mega lidera por primera vez la TV abierta y que TVN asistirá al deterioro sostenido de sus ratings durante toda esa década, pese a recuperar el liderazgo entre el 2005-2007 y 2009-2010.
La «modernización» del relato que concibe a TVN ya no como una Plaza pública (lugar de encuentro de los chilenos) sino como un Mall, marca el inicio de la fuga de audiencias.
Durante el primer gobierno de Sebastián Piñera se produce también la compra del 67% de la propiedad de Canal 13 por parte de Andrónico Luksic (agosto 2010) y la fuga de la casi completa plana de ejectutivos de la señal pública. A HidroAysén emigra Fernández (Director Ejecutivo 2004-2010) y a la estación católica se van el Gerente General, el Director Comercial, el Director de Servicios Informativos y la Gerenta de Estudios, entre otros (acompañados de productores ejecutivos de entretención, ficción y gestores de márketing). Luego, el 2013 será el momento en que Carlos Heller, dueño del grupo Bethia, compre el 100% de Mega al grupo Claro, operación que vendrá de la mano del levantamiento de todo el staff programático y estratégico de contenidos y planificación de Canal 13, más la contratación de casi el 100% del área dramática de TVN (cuyo costo anual independiente de la realización de teleseries supera los 1.200 millones de pesos). Este fue el tiro de gracia para derrumbar el único pilar de masividad que mantenía la señal estatal, derruida ya en su esencia como televisión pública creativa y convocante.
Es así como se puede comenzar a comprender que en los últimos cuatro años TVN haya tenido cuatro directores ejecutivos y un cúmulo de pérdidas económicas que superan más de dos veces el llamado “pacogate”. Y que carezca de director de programación por más de un año y dé lo mismo, y que recién en octubre volverá a contar con una nueva directora de prensa, cargo diez meses vacante.
De regreso al sentido original
No se trata de defender o denostar a este medio por motivos ideológicos o de otra especie, sino sencillamente mostrar parte del escenario que consolidó su actual estado de desgaste, mediocridad e irrelevancia (anclada en la disolución de su narrativa pública en el actual contexto ciudadano, cargado de desconfianzas, carencias de capital social, sospechas e indignación, más un mercado de concentración económica creciente).
TVN transita una crisis multisistémica. Un medio que bajo la nueva dirección ejecutiva de Jaime de Aguirre -iniciada en diciembre 2016- aún batalla por salir del cuarto lugar, en un ecosistema televisivo generalista descalzado en costos y en los tiempos cotidianos de las personas (abusando de la extensión horaria de noticieros y programas para generar economías de escala, a riesgo de hacer telebasura o sacrificar su talento creativo homologándolo todo).
Rescatar el sentido original apunta a la necesidad de renovar la mirada sobre lo público como factor identitario central para la resurrección de la señal.
Un contexto industrial marcado por una metamorfosis que reducirá las dotaciones de personal de las estaciones de forma dramática, ajustando sus gastos a sus realidades de ingreso y sus crecientes necesidades de externalización de todo tipo de producciones. Una TV que se radica en las mujeres mayores de 50 años de los segmentos medios y bajos y en la tercera edad. Un medio que se achica y que al mismo tiempo presencia cómo los sectores de mayores ingresos y capital cultural -junto a los más jóvenes y globalizados- son los más audiovisuales de la historia y paradójicamente los menos televisivos, se trate de TV pública o privada.
Por eso, urge el diseño y divulgación del plan estratégico de TVN. Porque no solo se juega su salida a la crisis corporativa, ni a su cuasi quiebra financiera, sino porque será un buen momento para romper el viejo anclaje de derecho adquirido de cinco partidos políticos a binominalizar eternamente el directorio cual “cinturón de castidad” cívico. Y también una oportunidad para renovar sus miradas y narrativas sobre lo público, como un factor identitario central para la resurrección de una señal que quedó anclada al no relato, a la disolución de su vínculo funcional con las audiencias en su dimensión de ciudadanos y no solo clientes consumidores. Un canal que muy de tarde en vez logra dar destellos que justifiquen su existencia, como fue el destape de los abusos eclesiásticos y el caso Karadima. Un medio destinado a servir de alternativa y resguardo frente al mainstream generalmente vacío del mercado y los intereses cruzados de grupos empresariales que se compran canales para influir con sus respectivas agendas.