Pese a la enorme movilización de opositores, encabezados por el Presidente encargado, Juan Guaidó, que cruzó la frontera para asistir al gran espectáculo político musical, bajo la consigna de ingresar una masiva ayuda humanitaria acopiada en las fronteras con Colombia y Brasil, el objetivo resultó frustrado. Lo impidieron las FF.AA. venezolanas que aún mantienen su lealtad con el régimen de Maduro, pese a las fuertes presiones y amenazas, especialmente de parte de Donald Trump, que les promete las penas del infierno si se mantienen leales al gobierno chavista.
Aunque superen una centena (la cifra es natural objeto de polémica) los uniformados que aprovecharon la jornada para desertar, la inmensa mayoría de las FF.AA., apoyadas por la guardia nacional y colectivos de choque del chavismo, cumplieron al pié de la letra la instrucción de Nicolás Maduro, para impedir la entrada de esta ayuda humanitaria que, según el oficialismo, busca desestabilizar su gobierno e impulsar un golpe de Estado.
Aunque superen una centena (la cifra es natural objeto de polémica) los uniformados que aprovecharon la jornada para desertar, la inmensa mayoría de las FF.AA., apoyadas por la guardia nacional y colectivos de choque del chavismo, cumplieron al pié de la letra la instrucción de Nicolás Maduro, para impedir la entrada de esta ayuda humanitaria que, según el oficialismo, busca desestabilizar su gobierno e impulsar un golpe de Estado.
Desafiando una expresa decisión de los tribunales de justicia de su país, que le prohibían abandonar el territorio nacional, Juan Guaidó llegó a Cúcuta, donde lo esperaban el mandatario colombiano Iván Duque, el presidente de Paraguay Mario Abdo – hijo del secretario del ex dictador Alfredo Stroessner – y nuestro mandatario Sebastián Piñera.
Las expectativas generadas por las rotundas declaraciones de Guaidó, afirmando que la ayuda humanitaria entraría a su país “sí o sí”, llevaron a pensar a buena parte de la comunidad internacional, incluidos, ciertamente, los mandatarios asistentes, que ese sería un día decisivo. El día que la mayoría de las FF.AA. venezolanas le retirarían su apoyo al gobierno ilegítimo de Maduro, permitiendo el ingreso de la ayuda y reconociendo al Presidente encargado, precipitando el final del régimen chavista.
Las expectativas generadas por las rotundas declaraciones de Guaidó, afirmando que la ayuda humanitaria entraría a su país “sí o sí”, llevaron a pensar a buena parte de la comunidad internacional, incluidos, ciertamente, los mandatarios asistentes, que ese sería un día decisivo. El día que la mayoría de las FF.AA. venezolanas le retirarían su apoyo al gobierno ilegítimo de Maduro, permitiendo el ingreso de la ayuda y reconociendo al Presidente encargado, precipitando el final del régimen chavista.
La realidad fue muy distinta. Salvo unas pocas deserciones, ampliamente publicitadas y saludadas por el presidente encargado, las FF.AA. se mantuvieron leales al gobierno de Maduro y cumplieron sus instrucciones de impedir el ingreso de la ayuda humanitaria mediante la fuerza y la represión, que dejó un saldo de cientos de heridos y detenidos, sumando cerca de 20 fallecidos según fuentes opositoras.
¿Y ahora qué?
El resultado de la movilización, con máximas expectativas, significó un fracaso para Juan Guaidó y la oposición venezolana. Ello los enfrenta a un dilema muy complejo ante un régimen que mantiene el apoyo de las FF.AA. y retiene el poder real.
La insistencia de mantener abiertas todas las opciones, incluso la intervención militar extranjera, asumida por Guaidó, con el respaldo del gobierno de Trump, ha recibido un categórico rechazo no tan sólo de parte de la Unión Europea, sino también de la propia comunidad latinoamericana, tal como lo expresara categóricamente el llamado Grupo de Lima, reunido en Bogotá luego del abortado intento de ingresar la ayuda humanitaria, expresando que “la transición a la democracia en Venezuela debe ser conducida por los propios venezolanos de manera pacífica”” rechazando explícitamente una intervención armada.
De una manera bastante torpe e imprudente, el Canciller Ampuero, ha intentado atribuirse protagonismo en el texto recientemente aprobado por el grupo de Lima en Bogotá, con la participación del vicepresidente norteamericano y el propio Guaidó. En verdad ninguno de los países que suscribieron el acuerdo está en condiciones de avalar una intervención militar norteamericana en Venezuela. Y menos la Unión Europea, descontando también a Rusia, China y Turquía, que aún respaldan a Maduro.
La realidad fue muy distinta. Salvo unas pocas deserciones, ampliamente publicitadas y saludadas por el presidente encargado, las FF.AA. se mantuvieron leales al gobierno de Maduro y cumplieron sus instrucciones de impedir el ingreso de la ayuda humanitaria mediante la fuerza y la represión, que dejó un saldo de cientos de heridos y detenidos, sumando cerca de 20 fallecidos según fuentes opositoras.
Tampoco el régimen de Maduro tiene demasiadas razones para celebrar. Y menos en la forma como lo hicieran tras la fuerte represión ejercida en contra de la caravana de camiones que buscaba ingresar en territorio venezolano, dejando cientos de heridos y varios de los camiones quemados. Aún cuenta con el apoyo de las FF.AA., la guardia nacional y los colectivos chavistas armados, pero la pregunta es hasta cuándo. Por ahora las deserciones son mínimas y poco significativas pero contribuyen a horadar la moral. El aislamiento internacional se acreciente y el cerco se estrecha, las presiones se incrementan con graves daños a la economía del país y la oposición, fortalecida por el apoyo internacional, no cederá.
Nicolás Maduro tiene sus días contados. Pueden ser días, semanas o meses, pero es imposible que pueda resistir la crisis política, económica y humanitaria que vive el país, agravada por el aislamiento internacional y las presiones económicas.
Las disyuntivas que enfrenta Venezuela
La esperanza es que, más temprano que tarde- ya que Maduro parece haber resuelto resistir hasta el final- las FF.AA. venezolanas comprendan que la situación es insostenible y que la única salida pacífica a la actual crisis es que el gobierno cese en sus funciones y se designe un gobierno provisional con la misión de convocar a elecciones libres y democráticas al más breve plazo.
La insistencia de mantener abiertas todas las opciones, incluso la intervención militar extranjera, asumida por Guaidó, con el respaldo del gobierno de Trump, ha recibido un categórico rechazo no tan sólo de parte de la Unión Europea, sino también de la propia comunidad latinoamericana, tal como lo expresara categóricamente el llamado Grupo de Lima, reunido en Bogotá luego del abortado intento de ingresar la ayuda humanitaria, expresando que “la transición a la democracia en Venezuela debe ser conducida por los propios venezolanos de manera pacífica”” rechazando explícitamente una intervención armada.
La alternativa es una confrontación armada que divida a las FF.AA. O la temida y no descartada intervención extranjera, que nadie puede seriamente descartar. Las FF.AA. venezolanas no disponen de más de 200.000 efectivos, incluyendo a sus más de 2000 generales, con buena parte de su material obsoleto o inoperativo y una escasa capacidad de resistencia frente a una masiva intervención extranjera. La duda es acerca no tan sólo de la capacidad militar de la guardia nacional y los colectivos chavistas, sino también de su cohesión y moral de combate frente a una confrontación armada.
Desde el punto de vista militar, la intervención militar podría no ser tan compleja pero nadie está en condiciones de asegurar que sería rápida y resolutoria y bien podría derivar en una guerra de guerrillas, sobre todo si la guardia nacional y los colectivos chavistas deciden resistir.
La inviabilidad es fundamentalmente política y diplomática. Sobre todo teniendo en la memoria anteriores intervenciones militares de los Estados Unidos en otras latitudes (como Vietnam, Afganistán, Irak) y en la propia región (Panamá o Granada).
De una manera bastante torpe e imprudente, el Canciller Ampuero, ha intentado atribuirse protagonismo en el texto recientemente aprobado por el grupo de Lima en Bogotá, con la participación del vicepresidente norteamericano y el propio Guaidó. En verdad ninguno de los países que suscribieron el acuerdo está en condiciones de avalar una intervención militar norteamericana en Venezuela. Y menos la Unión Europea, descontando también a Rusia, China y Turquía, que aún respaldan a Maduro.
La comunidad internacional, incluida la latinoamericana, no parece estar en condiciones de apoyar una intervención militar norteamericana en Venezuela, Cuba o Nicaragua, países que, con o sin razones, sienten que integran la lista de experiencias socialistas que el gobierno de Donald Trump busca borrar del mapa político de la región.
La cruzada de Donald Trump y el grupo de Lima
“Venezuela primero, afirman las autoridades cubanas, y luego viene Cuba”. Y lo mismo puede pensar los partidarios de Daniel Ortega en Nicaragua. Cuba acaba de realizar un referéndum para aprobar un nuevo texto constitucional que reafirma el carácter de “irrevocable” el sistema socialista de partido único, manteniendo su abierto desafío al gobierno de Estados Unidos.
Nicolás Maduro tiene sus días contados. Pueden ser días, semanas o meses, pero es imposible que pueda resistir la crisis política, económica y humanitaria que vive el país, agravada por el aislamiento internacional y las presiones económicas.
Evidentemente Cuba no es un país neutral en la crisis venezolana. Es parte interesada e incumbente a partir de la generosa ayuda petrolera que sigue recibiendo, de manera muy disminuida, de parte de Venezuela y que, pese a la crisis y en la medida de sus posibilidades, el gobierno de Maduro ha buscado mantener. La caída de Maduro y el cese de esa ayuda implicarían un duro golpe a la alicaída economía de la isla.
Daniel Ortega, presionado por la dirigencia empresarial de Nicaragua, ha optado por convocar a la oposición a una muy cuestionada mesa de negociaciones que permita descomprimir la crisis del país. Sin embargo, las demandas de la oposición no difieren demasiado de las de la oposición venezolana: la convocatoria a elecciones libres y democráticas con supervisión internacional.
La inviabilidad es fundamentalmente política y diplomática. Sobre todo teniendo en la memoria anteriores intervenciones militares de los Estados Unidos en otras latitudes (como Vietnam, Afganistán, Irak) y en la propia región (Panamá o Granada).
En este contexto, la iniciativa impulsada por el gobierno de Colombia – apoyada entusiastamente por el de Piñera en Chile – de sustituir a UNASUR (paralizado por desacuerdos internos), por una agrupación de países de inspiración neo liberales, no tan sólo representa un retorno a los viejos alineamientos ideológicos más propios de la guerra fría (que Trump busca resucitar) sino también una clara subordinación a la confrontacional política exterior del gobierno norteamericano y su declarado propósito de erradicar el socialismo en la región.
En este contexto, la iniciativa impulsada por el gobierno de Colombia – apoyada entusiastamente por el de Piñera en Chile – de sustituir a UNASUR (paralizado por desacuerdos internos), por una agrupación de países de inspiración neo liberales, no tan sólo representa un retorno a los viejos alineamientos ideológicos más propios de la guerra fría (que Trump busca resucitar) sino también una clara subordinación a la confrontacional política exterior del gobierno norteamericano y su declarado propósito de erradicar el socialismo en la región.
Es rescatable que los países que integran el grupo de Lima (del que se excluyen México, Uruguay y Costa Rica), rechacen la intervención armada en Venezuela y se pronuncien por una salida pacífica a la crisis pero, con su excesivo abanderamiento se han perdido la oportunidad de jugar un rol más activo en la búsqueda de soluciones. Como aún la tienen los países de la Unión Europea y los pocos países latinoamericanos que han buscado una mayor independencia y neutralidad frente a la crisis venezolana.
Tan sólo los caminos de la política y la diplomacia conducen a la paz pero los tiempos no son infinitos. Ni siquiera prolongados.
Tan sólo los caminos de la política y la diplomacia conducen a la paz pero los tiempos no son infinitos. Ni siquiera prolongados.