Una interpretación clásica define el capitalismo como acumulación incesante de capital mediante la compra de capacidad de trabajo y la subordinación de trabajadores. Ahora, el capitalismo crea un mundo para existir como realidad histórica. Una juntura de narrativas y hábitos que dan sentido al trabajo como algo más que subordinación y a la empresa como algo más que acumulación. Sentido que, junto con comprender, nos afecta.
Una tradición crítica al capitalismo (Marx) pone el énfasis en la explotación económica: la identificación de un factor, la capacidad de trabajo, que produce valor y cuya remuneración es menor que su aporte al valor creado. Otra tradición (¿Foucault?) enfatiza el poder de dominio ejercido sobre los trabajadores en la producción.
En el capitalismo industrial, con masas asalariadas laborando en empresas organizadas jerárquicamente, la lucha económica de clases y por la liberación coinciden. En el mundo del trabajo hay sindicatos que luchan por seguridad laboral y salarios. Las empresas son organizaciones funcionales estables, con ejecutivos que son obedecidos, que producen en masa, bajan costos por aumento de la productividad, y cuidan las relaciones laborales. La negociación empresa – sindicatos es fundamental. Con el apoyo de éstos, aquellas pueden garantizar empleo de por vida, asegurándose estabilidad. Progreso nacional, industrialización, acceso masivo al consumo y a los servicios básicos, constituyen los polos atractivos del mundo.
Todo esto cambia hoy. La empresa capitalista desarma su estructura fija y jerárquica. Se organiza ahora en equipos – redes transversales transitorios que se autogestionan para conseguir metas, y son controlados por sus resultados. El trabajador con habilidades específicas, definido y organizado con otros en función de ellas, es definido ahora transitoriamente como miembro de equipos – redes inestables trans funcionales. Se encuentra solo ante sí mismo, con una remuneración personalizada, bonos que hacen la diferencia entregados de acuerdo con el desempeño en redes múltiples. El empleo es externalizado, parcializado, subcontratado. La lógica – ley salarial se difumina como lógica – ley contractual comercial. Aumentan masivamente los auto empleados, el liderazgo y la capacidad emprendedora son las virtudes valoradas para conectar redes transversales y movilizar equipos. Sostienen un compromiso personal integral, no solo como trabajadores, que puede llevar a la auto explotación.
El mundo del trabajo del capitalismo actual es otro. No hay trabajo masivo homogéneo sino multiplicidad de diferenciaciones transitorias individuales y de micro grupos. No hay espacio para sindicatos que negocian con la empresa en nombre de “los trabajadores”. Se acaba la estabilidad laboral, ejecutivos incluidos, en las redes externalizadas subcontratadas de empresas mucho más frágiles que la contratista, en el autoempleo que libera dejando inerme ante las contingencias, en proyectos sin permanencia. El norte del mundo de la empresa es la flexibilidad, no la estabilidad; el constante desorden de proyectos innovadores realizados por redes temporales. Innovar y servir a los clientes justifican las ganancias. El éxito personal en las redes – proyectos temporales es el norte del mundo del trabajo. La justicia social deviene justicia. Se socorre humanitariamente a los excluidos, los “más vulnerables”. Las oportunidades abiertas al mérito gravitan, se compite, se rinde en todo. Antes, perder era condicionado por la clase social, ahora es responsabilidad personal. Se ha sugerido que las viejas patologías represivas son sustituidas por la depresión; el enojo con el poder convertido en rabia contra nosotros mismos. Quizás exagero, pero si no estamos ahí hoy, vamos para allá a gran velocidad.
Es complicado para la crítica. En este torbellino inestable y móvil, descubrir el aporte de factores no reconocidos en la ganancia, no se ve tan sencillo. Y liberar más el trabajo cuando todo parece tan libre y horizontal, demasiado quizás, tampoco. Capaz que valga la pena atinarle actualizando la definición.