Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. Utopía y pragmatismo: los vértices de una elección

por La Nueva Mirada

¿Cómo decidir en estas elecciones? En medio del festín electoral, creo que se esconde una vieja disputa actitudinal. Por una parte, quienes todavía creen en esas utopías construidas hace un par de siglos (tanto en la derecha como la izquierda); y por la otra, los desencantados, que creen que una mirada pragmática de la realidad y sus posibilidades asegura mejores resultados.


Cada vez encuentro más personas, con las que creo tener una cierta identidad biográfica, que están dubitativas frente a la elección presidencial. Hay algunos que decidieron apostar por Boric; otros se mantienen fieles a Provoste. La mayoría, en todo caso, aunque ya haya hecho su opción, lo manifiesta tomando cierta distancia de la misma y elaborando argumentos racionales varios para justificarla. Para quienes venimos de la centroizquierda tradicional (la Concertación y sus derivados), esta elección tiene algo de ajena, entre otras cosas porque en el mundo que más podría representarnos, la alternativa política se construyó en base al descrédito, incluida la mentira en torno a los gobiernos de la centroizquierda durante las últimas décadas. Ernesto Ottone, el ex asesor del Presidente Lagos, señala que nuestro sector se enfrenta a “una elección desangelada”. ¿Será una señal de prescindencia u obsolescencia? Como para darle una vuelta.

Por ahora, lo que veo es a un grupo de mi generación, que yo definiría como nostálgicos de la revolución, que están dispuestos a sustentar cualquier forma de cambio radical, como si esto fuera un valor en sí mismo. Son aquellos que resienten la política reformista de los gobiernos de la Concertación, que reniegan del viejo partido comunista (el anterior al 73) que en el fondo prefería las elecciones a las armas, y que reivindica las políticas que entonces, antes y después, se definían como ultraizquierdistas, siguiendo la denominación instituida por el famoso libro de Lenin. En ellos resuena un discurso refundacional que rememora los viejos discursos revolucionarios de hace un siglo atrás. En ellos pareciera que no han hecho mella las experiencias reales de los cambios políticos radicales producidos en países, con diferentes tradiciones culturales e históricas, pero que inevitablemente han terminado en fracasos rotundos.

En quienes construyen su proyecto político en base a este prurito refundacional (“El nuevo Chile”), subyace, en mi opinión, la mirada mesiánica que está en la base de casi todas las revoluciones. Leí hace poco una reflexión en torno a este tema. Se planteaba que este era un problema que había acompañado a la humanidad desde siempre y que era casi un dilema trágico: por una parte, no podíamos avanzar y progresar si no teníamos sueños y nos sentíamos portadores de una convocatoria superior a nosotros mismos; y por otra, el sueño era siempre mayor a las realidades y, por lo mismo, la probabilidad del fracaso o, al menos, del costo de intentarlo eran muy altos. Es verdad que sin la revolución francesa no tendríamos seguramente grandes conquistas de la humanidad, como la idea de república; asimismo, podríamos hablar de la revolución rusa o la cubana. Pero los cambios producidos por estas revoluciones se tomaron largo tiempo. Entre medio hubo dictaduras, matanzas, hambrunas, supresión de los derechos ciudadanos. Pero, en definitiva, se acabó con las monarquías y se abrió paso al capitalismo y las democracias modernas. O se logró que los sectores sociales oprimidos tuvieran una oportunidad de ser reconocidos y acceder al poder.

Entonces, desde la construcción de cambios, es pertinente y válido preguntarse si es necesario “refundar todo” para lograr transformaciones necesarias. El siglo XX quiso creer que era imprescindible la ruptura violenta para transformar la sociedad. Luego, creyó que era preciso ejercer la violencia y clausurar la libertad para mantener los cambios. Finalmente, se resignó a que los resultados no eran los esperados y se produjeron otros para adoptar mucho de aquello contra lo cual se combatía (el caso chino, por ejemplo) y privilegiar el bienestar de las mayorías; o se satisfizo con el deterioro generalizado de las condiciones de vida de la mayoría y la preservación obstinada de las políticas refundacionales (el caso venezolano, por ejemplo). Hablo de las experiencias nacidas del universo ideológico y emocional de las izquierdas, al cual pertenezco. Pero el análisis es válido también para los grandes cambios promovidos en base a la violencia por las ideologías más conservadoras y liberales de nuestro tiempo. Ahí están el fascismo, la colonización, el neoliberalismo (lectura reductiva del capitalismo contemporáneo), y el reguero de dictaduras que se sembraron a lo largo de los últimos siglos. O sea, no estoy hablando de una u otra posición política o ideológica, sino de una condición a la que hemos estado sometidos en los tiempos modernos.

Jean-Francois Lyotard

¿Podremos salir de esta inevitabilidad y construir un “mundo mejor”? Personalmente, me hace sentido algo que leí en un texto del filósofo francés Jean-Francois Lyotard. En un ensayo titulado “La condición posmoderna”, publicado en los años ochenta, habla de los grandes meta relatos de la modernidad occidental, entre los que identifica “emancipación progresiva de la razón y la libertad; emancipación progresiva o catastrófica del trabajo (fuente de valor alineado en el capitalismo); enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de la tecnociencia capitalista; e incluso, si se cuenta el cristianismo dentro  de  la modernidad (opuesto, por lo tanto, al clasicismo antiguo), salvación de las creaturas por medio de la conversión de las almas vía el relato crístico del amor mártir.”, y señala que una de sus características centrales es que “a diferencia de los mitos, estos relatos no buscan la referida legitimidad en un acto originario fundacional, sino en un futuro que se ha de producir, es decir, en una idea a realizar. Esta idea (de libertad, de luz, de socialismo, etc.) posee un valor universal porque es legitimante”. Dicho de otra manera, la fuerza del relato refundacional proviene de una promesa de futuro: la dictadura del proletariado era necesaria porque después venía el reino donde todas las necesidades serían satisfechas; el sufrimiento en nuestra realidad terrenal tenía sentido porque más allá nos esperaba el paraíso; la explotación brutal de los seres humanos y la desigualdad severa entre el capital y los trabajadores se explicaba porque era la antesala de una sociedad de la abundancia.

Nuestros últimos siglos han estado dominados por la dicotomía entre proyectos utópicos (esos que se incubaron en el siglo XIX y se hicieron trágicamente realidad en los siguientes) y aquellos otros menos glamorosos, más tristes en cierto sentido, pero muchas veces más fructíferos, basados en pequeñas transformaciones y en el logro de metas realizables desde un realismo lo más severo posible. Y aunque parezca demasiado volado lo que estoy pensando, creo que en estas elecciones se mueven estas fuerzas: por una parte, los que ofrecen utopías; y por otra, los que aspiran al pragmatismo.

Lo cierto, además, es que igual estas tendencias están medio enredadas y no es trivial desentrañarlas. O sea, esta elección, al menos a mí, no me la puso fácil.

También te puede interesar

1 comment

Jose Luis Lobato noviembre 19, 2021 - 9:57 am

Felicitaciones, una vez más, Antonio, siempre lucido e inspirador.

Reply

Deja un comentario