¿Asesinados o muertos? El lenguaje espurio de la guerra.

por Antonio Ostornol

El ataque de Hamas a los territorios del sur de Israel significó el asesinato de alrededor de 1.400 personas, la inmensa mayoría civiles. Fue un hecho brutal, sangriento. Nos puso nuevamente ante los ojos una violencia ciega que recordaba los peores momentos de los atentados fundados en convicciones religiosas. Los medios de comunicación internacionales, los comunicados oficiales de los gobiernos que se han solidarizado con las víctimas, las declaraciones de los principales líderes del mundo occidental, con justicia y energía, han condenado los asesinatos, los han calificado de terrorismo puro y han defendido el derecho de Israel a la legítima defensa. Pero el ejercicio de este derecho ha significado, según cifras aceptadas por organismos internacionales, casi 10.000 muertos producto de prácticamente un mes de bombardeos a la franja de Gaza. Una vez más, los medios de comunicación, los líderes de occidente, los comunicados oficiales han denunciado el hecho. Pero no todas las muertes han sido iguales: 1.400 personas fueron “asesinadas” y 10.000 “solo murieron”.

La distinción semántica entre “muertos palestinos” y “asesinados israelíes” pareciera una sutileza banal en medio de una tragedia que observamos desde una cómoda distancia. La televisión, con su particular tendencia a transformar cualquier noticia en espectáculo, al final termina ocultando la verdadera profundidad del drama que ambos pueblos viven hoy, y han vivido desde hace décadas, condenados por occidente a disputarse un territorio que, a lo largo de milenios, los vio nacer, los acogió, los expulsó, los sometió, les ofreció sus dioses y los colonizó. Las imágenes difundidas de las secuelas del ataque de Hamas son feroces. Es verdad. Un grupo de milicianos palestinos traspasando el muro israelí y disparando a los habitantes de los asentamientos, matando a casi un millar y medio y secuestrando a más de doscientas personas, fueron estremecedoras. Esto ocurrió en un día. Fue un momento de dolor, de espanto. Luego vino la represalia, el castigo. Y durante semanas hemos asistido al bombardeo inmisericorde de la franja de Gaza, un territorio pequeño densamente poblado, agobiado hace décadas por una ocupación y un bloqueo que los ha condenado a la pobreza. Para nadie ha sido sorpresa que la consecuencia de esta acción del ejército israelí haya sido la matanza de miles de personas (se hablaba de casi 10.000 la última vez que leí los datos), la gran mayoría civiles, entre ellos niños y mujeres. El escenario es dantesco, infernal.

Detrás de las imágenes y de las cifras, hay muertes reales. Las unas no son menos “asesinatos” que las otras.  Los medios de comunicación, especialmente los de carácter internacional, califican sistemáticamente las muertes de ciudadanos israelíes como asesinatos terroristas y la de los palestinos, simplemente como muertes, casi como si se tratara de un hecho casual. En esta simple distinción se está construyendo una falacia. De alguna forma, al eximir a Israel discursivamente de la naturaleza del asesinato, le baja el perfil a la muerte de los palestinos. En los enunciados de la televisión, hay un acto criminal y terrorista (el asesinato de 1.400 personas y el secuestro de otras doscientas), y 10.000 muertos productos de la legítima defensa de un estado agredido por un grupo terrorista.

Me resisto y me violenta la exposición comunicacional a la que estamos siendo expuestos.Tengo grandes amigos judíos y sé de sus sufrimientos y del dolor que históricamente han vivido. Sé de sus persecuciones y cómo han sido discriminados, explícita o implícitamente, a lo largo de los siglos. Sé de su valor y su inteligencia y de todo lo que han contribuido al pensamiento, la ciencia y al arte de nuestra cultura. Hemos sido vecinos, compañeros de curso, poetas amigos y amigas, camaradas. También tengo amigos palestinos y sé también de sus sufrimientos, de la expulsión de sus territorios ancestrales, de la condena al exilio de millones de sus ciudadanos, de vivir durante décadas bajo la ocupación militar por parte de Israel, de los miles de ciudadanos presos en las cárceles israelíes. Sé también de sus talentos, de su inteligencia, de su contribución al arte y las ciencias. No, no me convencerán de que hay pueblos mejores que otros por su propia naturaleza. Todos los vivos y todos los muertos son iguales.

Un estudiante de mi universidad me dijo que el problema en nuestro país para hablar de este tema es que no entendíamos que el conflicto árabe – israelí es de carácter religioso. Me hizo mucho sentido su observación. “Esta es una lucha entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad. Entre la humanidad y la ley de la selva”, dijo en algún momento del primer ministro de Israel, defendiendo su “guerra”. Hamas, además de reivindicar su independencia, apela al mandato sagrado de expulsar a los infieles de sus tierras, negando el derecho a la existencia del estado judío. Desde el lugar en que cada bando se sitúa, es imposible una solución. Si cuando cada uno, para afirmar su derecho a la guerra, cree que responde a un mandato divino, privilegiado, natural de ocupar el territorio y expulsar a los otros no hay manera razonable de encontrar una ecuación que equilibre los discursos. Ha sido derrotado el lenguaje de la política y se ha impuesto el lenguaje espurio de la guerra. Tanto palestinos como israelitas se miran como enemigos y en ambos lados hay dirigencias y grupos que exacerban el lenguaje del odio. Y ya lo sabemos: cuando se ha logrado transformar al otro en un ser inhumano, carente de la más mínima humanidad, despreciable por su propia naturaleza, entonces se ha pavimentado el camino para el horror y la muerte.


En estos momentos, hay dos comunidades humanas sumidas en el dolor y el odio. Las acciones de Hamas y la respuesta despiadada de Israel solo ayudan a eternizar, como en los tiempos antiguos, una enemistad capaz de justificar las aberraciones más grandes que podamos imaginar. Me gustaría imaginar que el mundo, condolido con la tragedia, se pone a la tarea de buscar un espacio de paz, entendimiento y tolerancia, donde se construya la esperanza, para millones de palestinos y judíos, y se restaure su derecho a convivir en un mundo mejor, cuyo equilibrio no dependa de la cantidad de muertos que se sumen de lado y lado, sino del florecimiento de aquellas capacidades milenarias que ambas culturas han aquilatado durante milenios. Puede sonar ingenuo lo que digo porque sé que detrás de estas matanzas los intereses en juego son muchos y muy complejos. Pero me resisto a sumarme al lenguaje de la guerra y, aunque peque de inocencia, prefiero llamar al encuentro y la vida, y no a la muerte. 

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2 comments

Elia Parra noviembre 14, 2023 - 12:46 am

Muy bueno el análisis de Antonio Ostornol. No le » presta» plata a nadie. Es honesto, justo y porfiado. Qué hacer para que cada vez sean ( seamos) más los seres humanos q se salgan del círculo de la discordia?? Sean más aquellos que, desde los márgenes de este círculo, les digan a los que están adentro, «así no, por favor!! rompan el círculo y hagámoslo de otro modo, así no, por favor» !!! Tal vez muchos llamados de atención los hagan reaccionar…

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Patricia Hidalgo noviembre 27, 2023 - 1:40 am

Nos interpreta a muchos. Mirado con la cabeza y el corazón.

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