Estando en París es imprescindible visitar el cementerio de Montparnasse y buscar la sepultura de Julio Cortázar…es difícil encontrarla pues la sencilla tumba de granito blanco pasa fácilmente inadvertida y solo recorriendo una y otra vez el lugar se puede dar con ella y el cronopio, realizado por el escultor Julio Silva que oficia de centinela. Los visitantes suelen guardar silencio y dejar boletos como homenaje para el gran escritor que descansa acompañado por los restos de las dos mujeres que más amó: Aurora Bernárdez y Carol Dunlop.
Cuando Julio conoció a Aurora a través de una amiga que los presentó, a él le impresionó “su nariz respingadísima”, pero quizás esto o una conexión inmediata hizo que empezaran a salir y la relación avanzara rápidamente. Tanto, que Cortázar después de un breve viaje a Francia, regresa y le propone irse juntos a la capital francesa. Él había obtenido una beca del gobierno francés, pero era aún un desconocido. Parte solo, para instalarse. Es el año 1951. Pero nunca volverá más que ocasionalmente a Argentina… En sus últimos años se nacionalizará francés.
Transcurrió más de un año hasta que Aurora llegara París y durante ese tiempo fueron múltiples las desventuras de Cortázar. Bernárdez era seis años más joven que Julio, recién licenciada por la Universidad de Buenos Aires y traductora como él. Ella era el complemento perfecto, se podría decir que eran la pareja perfecta, ambos altísimos, cómplices y con una convivencia casi mágica dada por una gran afinidad intelectual que se complementaba brillantemente y hacía que el resto del mundo pareciera sobrar.
“Comíamos kilos de papas fritas, hacíamos los bifes casi clandestinamente porque en la pieza del hotel no había cocina ni se nos autorizaba a cocinar, abríamos la ventana para no humear tanto”, contará Aurora.
Se casaron en 1954. Y fue con Aurora que Julio conoció las calles de París y otros lugares alrededor del mundo como India e Italia. Compartieron las apreturas económicas de los primeros años en Francia y trabajaron a cuatro manos para la Unesco. Ella consiguió un trabajo para traducir una enciclopedia de Filosofía. Y Julio, con la ayuda de Aurora, obtuvo el encargo de traducir a Poe. Su primer logro literario, pues hasta hoy es considerada la mejor traducción que existe de la obra de aquel. Cortázar la llamaba Glop y Aurora fue la que vio como poco a poco se hacía de un nombre en el mundo de las letras. Así pudieron comprar una casa en Provence y ella se convirtió en su “cable a tierra”, su conexión con la cotidianeidad recordándole permanentemente que había que comer, aunque fuese un poco, a pesar de estar sumergido en la formación de Rayuela.
Su relación de pareja duró 14 años a través de los cuales crearon un vínculo poderoso que mantuvo el cariño mutuo que permaneció a través de sus vidas. Siguieron siendo buenos amigos hasta los últimos días de Cortázar cuando ella fue quien lo cuidó y acompañó en su muerte y a ella fue a la que él legó sus bienes y la posesión legal de la mitad de sus derechos de autor.
«Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo. Lo que me gusta de tu sexo es la boca. Lo que me gusta de tu boca es la lengua. Lo que me gusta de tu lengua es la palabra», escribió Julio Cortázar a Aurora.
En plena crisis de su matrimonio, Julio conoció a Ugné Karvelis en Cuba, donde había viajado solo ya que Aurora estaba en Argentina cuidando a su madre enferma. Muchos dicen que Ugné fue la causa del rompimiento de Julio y Aurora, pero la verdad es que nadie logra algo así, salvo que ya haya problemas entre las parejas. Ugné era 22 años menor que Julio y nunca se casaron, pero vivieron cuatro años juntos, aunque su relación se extendió laboralmente en el tiempo porque ella trabajaba en Gallimard que editó obras de Cortázar y también, por qué no decirlo, porque continuaron siendo amigos. Ugné fue todo lo contrario a Aurora y su forma de abusar del alcohol, su mal genio y sus celos, fueron lo que no permitieron una relación más duradera.
En Canadá, en un viaje de escritores, Julio conoció a su segunda esposa, la americana Carol Dunlop, treinta y dos años menor que él que ya había cumplido los 63. Dunlop era también escritora y fotógrafa amateur. Cortázar la bautizó como “Osita” y ella lo apodó “El lobo”. Cortázar fue quien la buscó luego de leer una obra de ella y le propuso trabajar en conjunto, pidiéndole que se trasladara a París para “poder encontrarse dos veces por semana, elegir temas, intercambiar puntos de vista y escribir cada uno sus textos”, y a pesar de que llevaba ya mucho tiempo separado de Aurora Bernárdez, en 1979 le pidió el divorcio formal para poderse casarse con Carol. En total, compartieron 5 años y habrían sido más si ella no hubiera muerto súbitamente a sus treinta y seis. Cristina Peri-Rossi, amiga íntima del escritor, sostiene que tanto Carol como Julio murieron de Sida, enfermedad de la que se había contagiado Julio Cortázar en una transfusión de sangre en el sur de Francia y él habría infectado a Carol. Sin embargo, el biógrafo de Cortázar, Miguel Herráez, escribe que Dunlop murió de aplasia medular y Cortázar de leucemia. Julio Cortázar la sobrevivió desconsolado y hablando de ella como si estuviera viva, apenas un par de años, pero alcanzó a publicar el libro que había escrito con Dunlop: Los autonautas de la cosmopista.
“Los autonautas de la cosmopista”, el último libro que el autor de “Rayuela” publicó en vida, es un loco diario de viaje que se nutre de distintos géneros discursivos y literarios, con el complemento de fotografías, dibujos y hasta la reproducción de los tickets de peaje de autopista.
El surrealista viaje de Carol Dunlop y Julio Cortázar, de París a Marsella en 32 días fue una insólita aventura a bordo de una Volkswagen combi roja llamada Fafner, deteniéndose en cada parking de la autopista del sur mientras intentaban llegar a Marsella como la metáfora de todas nuestras metas en la vida, como Ítaca en La Odisea homérica. Al término del viaje, los escritores descubrieron que Marsella existe, pero sintieron una hondísima tristeza por finalizar su expedición y es ese el instante en que Carol pronuncia una frase tan sabia como sencilla: “Oh, Julio, qué poco duró el viaje…”. Quizás como premonición de su cercana partida.
“Tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista”, post-scriptum del diario, palabras de Julio tras la muerte de Carol.
Julio Cortázar, ese hombre de mirada profunda, delineada por el marco de sus gruesas cejas, fue quien quizá mejor le habló al amor y no cabe duda de que entre Carol y Julio existió un amor inmenso, que hizo que el escritor pidiera, al momento de morir, que lo enterraran al lado de Carol en el cementerio de Montparnasse en París.
A estas mujeres habría que agregar una cuarta que afectó profundamente a Cortázar, creándole para siempre su apego a la ciudad de París. La mujer que Julio eternizó en las páginas de Rayuela: La Maga, Edith Aron que pasó mucho tiempo junto a Cortázar antes de la llegada de Aurora a París.
No me decidí a irme a vivir con él justamente porque quería estudiar. Además, sabía que él admiraba mucho a Aurora Bernárdez, que estaba en Buenos Aires. ¿Yo enamorada de Cortázar? No lo sabía. Cierta noche, Julio me dijo que Aurora llegaría fin de año a París, ya era 1952, y me preguntó qué era más importante para mí, si Navidad o el año nuevo. No sé por qué le dije año nuevo, que Navidad lo pasaría con mi padre. Cuando nos volvimos a ver, él había pasado Navidad con Aurora y se había decidido por ella. Fue al perderlo que me di cuenta de que lo quería”. Edith Aron, la maga
Para cerrar estas líneas es preciso decir que Aurora no solo acompañó a Julio en sus últimos días, sino que estuvo junto a Carol, hasta su muerte. El último acto de amor de Aurora con Julio fue aceptar que a su muerte la cremaran (tanto el escritor como ella, se oponían a ser incinerados) pues la tumba de Cortázar tenía dos lugares que ya ocupaban él y Carol y esta fue la única forma de que fuera sepultada junto al único amor de su vida y a la mujer que terminó siendo su amiga y con la cual habría compartido esta bella frase:
“O bien la locura se agrava, o realmente entramos poco a poco en este espacio sin límites gracias al cual, y más allá de las primeras apariencias se dibuja una segunda realidad que nos permite decir, exhaustos y fatigados y felices, mientras Julio nos sirve Borgoña blanco muy helado a las cinco de la tarde, y mirándonos con una sonrisa llena de serenidad: ¡Qué bien estamos aquí!”. Anotación de Carol Dunlop en el diario de viaje a Marsella
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Como siempre excelente , Cristina, emocionada de volver a sentir a través tuya , la presencia del gran ,hermoso ,Julio, cronopio, Cortázar y sus maravillosas compañeras ♥️