Dictadura y surrealismo

por Antonio Ostornol

La escena es digna de algunas de las grandes novelas escritas en nuestra América latina acerca del motivo del “dictador”. El “presidente” de la República bolivariana de Venezuela, cuya reelección viene de ser proclamada por el Tribunal Electoral sin mostrar los resultados de la votación, se presenta en traje de civil y corbata, cual fuera un abogado, frente al Tribunal Supremo de Justicia, para presentar una demanda de “golpe de estado cibernético y neofacista” contra su gobierno. Si quienes asistimos con estupor a la puesta en escena que se transmite en todos los noticieros del mundo fuésemos lectores de una novela, no dudaríamos en recordar grandes obras del realismo mágico latinoamericano como El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, Yo, el supremo de Augusto Roa Bastos, o El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias. Si acostumbramos a creer que literatura no hace otra cosa que imitar la realidad, tal vez este sea un caso donde la realidad imita a los peores (en el sentido moral) personajes de la realidad.

La puesta en escena del gobierno de Maduro en Venezuela para ocultar, esconder y, en definitiva, desconocer los muy probables resultados de las elecciones que, al parecer, le significaban una categórica derrota, supera todos los límites de la credibilidad. Todas las señales son propias de una triste opereta: el presidente de la República y candidato (al parecer derrotado), es proclamado por un Tribunal electoral conformado mayoritariamente por personas de su propio partido y que funcionó a puertas cerradas, obstaculizando la presencia de veedores independientes y de los partidos opositores, sin mostrar ningún resultado pormenorizado de los votos emitidos y limitándose a informar unas cifras agregadas que, según dicen, ni siquiera cuadran matemáticamente. Esto ya es bien raro. ¿Qué más podría querer una fuerza política supuestamente triunfadora que ha alcanzado el 54% de los votos que todo el mundo se entere, hasta en los más mínimos detalles, de la forma categórica en que construyó su victoria? Sin embargo, el régimen hace exactamente lo contrario y a dos semanas de la realización de las elecciones todavía no entrega los resultados. Como diría un comediante chileno bien conocido, sospechoso…

Las acciones siguientes de Maduro ya no son sospechosas sino francamente ridículas. Una demanda ante un tribunal de justicia cuyos integrantes son parte del aparato chavista. Por supuesto, nadie cree que ese tribunal se atrevería a entregar un fallo diferente al decretado por el gobierno, tal como efectivamente ocurrió. Son todos parte de un mismo proyecto político.

Algo similar ocurre con la Fiscalía Nacional. Maduro le pide a su camarada poeta que ejerce de Fiscal que investigue a los principales líderes de la oposición, desde los de derecha hasta los socialdemócratas, por instigar a la violencia y ser parte de un “golpe de estado cibernético neofacista” (¡el que sea capaz de traducir esta definición merece un premio!)  Como en las viejas peleas en que los boxeadores son manejados por quienes controlan las apuestas, todo huele a tongo.

Este escenario era previsible. El gobierno venezolano desde hace años que declara su voluntad de no entregar el gobierno en siglos. Recuerdo declaraciones muy beligerantes y rotundas de Diosdado Cabello y varias otras del propio Maduro. El gobierno venezolano se preparó. Varios candidatos con alto potencial electoral fueron dejados fuera de competencia o inhabilitados por los personeros e instituciones dominadas por el chavismo. Hubo detenciones de activistas. Hay decenas de dirigentes importantes en el exilio. Los medios de comunicación no oficiales han sido clausurados o censurados. 

Quienes fuimos víctimas de la dictadura de la derecha en Chile y tuvimos que enfrentarla a riesgo de la propia vida, sabemos lo que significan estas imposturas “institucionales”. ¿Alguien se acuerda de que en Chile durante un buen tiempo existía un “poder ejecutivo” constituido por Pinochet y sus ministros que enviaba proyectos de ley a un “poder legislativo” constituido por los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas y Carabineros, y jugaban a ser un sistema político democrático con independencia de los poderes del estado? ¿Nos acordamos de que los partidos políticos en Chile estuvieron prohibidos, proscritos y perseguidos durante dieciséis años, a lo menos, y que la constitución política del 80 fue elaborada por nueve beneméritos y sancionada en un plebiscito que no tuvo ninguna garantía democrática?

A mí, al menos, lo que vivimos en Chile bajo la dictadura y lo que hoy se vive en Venezuela, en términos de credenciales democráticas, no representa ninguna diferencia. Ni ayer ni hoy estos pueden ser considerados gobiernos democráticos. Por lo mismo, es bastante inexplicable que haya partidos o dirigentes políticos que no solo tomen distancia respecto a las vulneraciones de la democracia en Venezuela, sino que incluso sientan la elección como legítima. Del mismo modo, es completamente perverso hacer de la posición que los distintos sectores políticos toman frente a la crisis venezolana un eje de la discusión en nuestro país que, incluso, debiera producir un acomodo radical de las actuales alianzas políticas en Chile. Se ha llegado a sugerir que el PC debiera salir del gobierno o lisa y llanamente no ser parte de la alianza oficialista en las próximas elecciones. Esta lógica es maliciosa porque en Chile no hay nadie que muy suelto de cuerpo pueda “lanzar la primera piedra” en estas materias. Así como el PC defiende a Maduro e históricamente ha defendido las dictaduras en el mundo soviético, la derecha chilena fue el sustento, la gestora y administradora de la peor dictadura en Chile, que no solo nos significó 17 años sin democracia (y miles de muertos, torturados y desaparecidos), más otros tantos años con una democracia cautelada por los militares. Y siendo honestos, muchos de quienes hoy nos reconocemos en el socialismo democrático, tuvimos una mirada política que menospreciaba el valor de la democracia. Incluso por ahí todavía circulan algunos guevaristas que soñaron con encender uno, dos o tres Vietnam.

Chile ha podido mantener una gran parte de su vida independiente como una democracia con el aporte de todos los sectores. De los que dieron golpes de estado, ejecutaron matanzas de trabajadores, hicieron desaparecer opositores políticos, y también de los que organizaron guerrillas, o realizaron atentados y asesinatos políticos. Si tuviéramos que excluir de la vida pública a uno u otro sector político por sus posiciones, declaraciones y acciones del pasado, nos quedaríamos sin política. Todo indica que en estas materias no existen los santos. La exclusión no es el camino de la democracia. Lo que nos permite tener una mejor y más profunda vida democrática, es el debate. Cada sector debe hacerse cargo de su historia (y explicarla) y abrirse al debate. De esas discusiones, a lo mejor podríamos fortalecer los límites que la acción política debe tener en una sociedad democrática.

Así como la escena de Maduro presentándose ante los tribunales es surrealista, a veces algunos dirigentes que quieren encender la hoguera de las persecuciones, también lo es. Mejor, dejémosle algo a la literatura y hagamos política con mayúscula: lleguemos a un buen acuerdo para mejorar las pensiones hoy, enfrentemos la crisis integral de la salud, veamos como Chile recupera un tranco de crecimiento sostenible económica y socialmente, y hagamos un esfuerzo mayor en mejorar la calidad de la educación, porque ahí está la verdadera revolución en el futuro.

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1 comment

Elia Parra agosto 9, 2024 - 5:10 pm

Antonio, me alegra muuuucho q hayas regresado a tus columnas. Más que buenas – como la actual- estas son necesarias, sobre todo en nuestro país actual, de este año. Siempre te he buscado aquí pero sería bueno leerte en espacios más amplios, de mayor llegada. Gracias!!

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