Dora Maar/ mucho más que la mujer que llora “la morena cazadora de imágenes»

por Cristina Wormull Chiorrini

Desde aproximadamente tres décadas ha surgido una imparable marea de reconocimiento a innumerables mujeres de la historia y en especial de numerosas mujeres artistas del pasado siglo XX que pasaron por musas, amantes, esposas o acompañantes, cuando su obra era realmente tan fuerte, bella y original como la de su pareja, o quizás más.  Dora Maar, por muchas razones, ocupa un lugar de excelencia, siendo una brillante exponente femenina del movimiento surrealista

Henriette Théodora Markovitch que sería conocida por la historia como Dora Maar, nació en 1907 en París, en una familia provinciana y católica formada por su padre, un arquitecto croata exiliado y una violinista francesa.  Siendo Henrietta/Dora muy niña, su padre se trasladó con su familia a Buenos Aires donde realizó importantes obras durante casi dos décadas.  Apenas cumplidos los 19 años, regresó a París donde estudió artes decorativas y fue alumna del pintor André Lhote.

En 1930, con apenas 23 años, publicó sus primeras fotografías trabajando para marcas de productos de belleza como Pétrole Hahn o Ambre Solaire y creó (Los años te esperan) uno de los más renombrados proyectos publicitarios sobre una crema antiarrugas donde superpuso dos fotos de mujeres, una en negativo, demostrando su dominio del retoque y del fotomontaje. Su producción fotográfica fue tan amplia que ya para 1931, sin siquiera 25 años, tenía un exitoso estudio junto al escenógrafo Pierre Kéfer.

Gran parte de sus primeros trabajos en Francia fueron fotografías de moda, pero es diferente a la fotografía de moda de cualquier otra persona… sus mejores imágenes son muy dramáticas, afirma Mary Ann Caws.

Para 1933 Dora se posiciona abiertamente en la izquierda y se declara antifacista mientras fotografía a la juventud popular, a indigentes y desplazados en la Rambla de Barcelona y realiza unas 30.000 fotografías de los habitantes de la Zone, un barrio marginal y pobre de París.  También realiza impactantes fotografías de los marginados de la sociedad inglesa.  Se une entonces a los surrealistas llevando a cabo acciones políticas, exposiciones y publicaciones.  Es en esta década que desarrolla su técnica para lograr fotomontajes y fotografías “puras” y enigmáticas como el Retrato de Ubú (una especie de armadillo) y El simulador.

Dora era de una belleza dura de escasa sonrisa (uno de sus primeros autorretratos muestra su rostro fusionado con una calavera) que seducía e incomodaba a los hombres, pero no fue obstáculo para tener varios amantes y para que el filósofo y escritor George Bataille se enamorara de ella y le descubriera las bondades del sadomasoquismo con el que alcanzó éxtasis feroces en la práctica de un sexo de naturaleza salvaje donde se ponen a prueba todos los límites de la carne. Y después, un corto romance con el actor Louis Chavance, desechado rápidamente por la exigente Dora, dueña de un inmenso apetito erótico. Son también los años de amistad con Jacques Prévert, Paul Éluard, y con Jacqueline Lamba, su mejor amiga, la segunda esposa de André Breton y los vagabundeos por los cafés parisinos.

Algunas de sus fotos pueden ser sombrías y generar un sentimiento de fatalidad, mientras que otras pueden ser bastante divertidas. Pero las imágenes de moda fueron solo una parte del trabajo de Dora Maar. Fue a Barcelona y tomó fotos de personas hambrientas en circunstancias desesperadas. Gran parte de ese trabajo ha sido ignorado porque la gente la ve en el contexto de Picasso. Emma Lewis, curadora.

Cuando a través de la red surrealista Henriette Théodora conoce a Pablo Picasso durante el invierno de 1935 – en un encuentro que forma parte de la leyenda del surrealismo- él ya era un artista de talla mundial, pero Dora era famosa por su trabajo fotográfico en Francia.  Ya se había convertido en Dora Maar, la fotógrafa, aquella que apodaban “la morena cazadora de imágenes” y había sido contratada como fotógrafa oficial de la película Le crime de Monsieur Lange de Jean Renoir. Fue durante el rodaje que recibió la visita de su amigo el poeta Paul Eluard, quien le propuso presentarle a Pablo Picasso. El encuentro tuvo lugar en Les Deux Magots, el bar favorito de los artistas, en Saint Germain-des-Près. Él tenía entonces 54 años, se había divorciado de su primera esposa, Olga Kokhlova y quedó prendado de esa mujer que sentada a una mesa clavaba entre sus manos enguantadas un cuchillo haciendo brotar gotas de sangre.  Un acto surrealista. Picasso le habló en francés, ella le contestó en español.  El guardó por años los guantes ensangrentados.

«Hablaba español, lo que significaba que podían tener conversaciones reales sobre los eventos convulsivos de la década de los 30. Era hermosa, pero creo que Picasso se sintió atraído por la dramática chispa que tenía«.

Pese a los veintiséis años de diferencia que había entre ellos, se convirtieron en apasionados amantes y, según algunos, Dora fue la más influyente de sus musas, la más intelectual. Durante los siguientes ocho años fueron parte el uno de la vida del otro, aunque Picasso continuó su relación con Marie-Thérèse Walter, la amante niña que había conocido cuando ella tenía 17 años, la musa de sus pinturas que representan la fase más erótica del pintor y la madre de su hija Maya. Uno de los grandes dolores de Dora que ya había descubierto que no podía tener hijos, cosa que a su amante le importaba mucho.

Dora Maar fue quien consiguió para Picasso el gran apartamento en la calle Des Grands Augustins -cerca de donde ella vivía-, ese lugar que sería estudio y vivienda para Picasso durante veinte años. Pero nunca vivieron juntos. Más aun, ella nunca lo visitó en su estudio sin haber sido invitada. Allí él pintó «Guernica«, encargo del gobierno republicano para el pabellón de España en la Exposición Universal. Maar documentó con sus fotografías todo el proceso de creación de esta obra maestra y hasta dio algunas pinceladas en el caballo.  Dora Maar le enseñó a Picasso cómo la guerra estaba masacrando a España y le mostró las imágenes de aquel pueblo vasco en ruinas, picanéandolo para dejara de ser espectador y se involucrase.

«Le permitió jugar con imágenes vanguardistas y experimentales. Estaba involucrada con el surrealismo, pero creo que era muy difícil para una mujer ser parte de ese grupo de artistas«.  Emma Lewis, cocuradora de la exhibición sobre Dora Maar en la Tate Modern, 2019.

Fueron amantes por 8 años, entre 1936 y 1943, un romance atravesado por el maltrato del pintor a la fotógrafa a quien, se dice, dejó un par de veces inconsciente por las golpizas que le propinaba.  Durante ese lapso de tiempo, Dora Maar fue el tema de aproximadamente 500 retratos de Picasso y su amor por la pintura fue ocupando cada vez más espacio en sus investigaciones, influida por la soledad y la seriedad de vivir consecutivamente la ocupación nazi, la guerra civil española hasta el final de su historia con el Minotauro

Dora Maar fue una de las grandes fotógrafas vanguardistas, la que consiguió que André Breton posase para ella a pesar de que él siempre lo había despreciado considerándolo una tontería… Dora Maar fue la mujer que militó en Contra- Ataque, un grupo antifacista de la época, la que dejó el testimonio de miles de fotografías documentando la sociedad de su época, contraponiendo a los afortunados con aquellos más desgraciados de la sociedad.  También, una pintora excepcional que pintó a Picasso mientras Picasso la pintaba a ella, pese a que siempre negó haber posado alguna vez para él.

«Las yuxtaposiciones son a menudo peculiares y también lo es la forma en que usaba la luz y la oscuridad. Tan pronto como conozcas, aunque solo sea una muestra de lo que hizo Dora Maar, siempre reconocerás su trabajo: las imágenes te hablarán«. Mary Ann Caws, autora de la biografía Dora Maar, con y sin Picasso.

En 1945 comenzó su debacle. Françoise Gilot ocupó su sitio en la cama de Picasso. Para Dora comenzó el período de trastornos, los ingresos en clínicas, el electroshock con que se trataban en ese tiempo tanto la esquizofrenia como un corazón roto, también las sesiones de psicoanálisis con Lacan. Y así hasta que, gracias a su amigo, el poeta Paul Éluard, logra salir del sanatorio, hacerse invisible en un departamento del centro de París, dedicándose a pintar recluida en un misticismo católico que la hizo decir su famosa frase: “Después de Picasso, solo Dios”.

Ya a mediados de los cincuenta. Dora Maar, que se había trasladado a Ménerbes, un pueblo de la región del Luberon en Francia, donde, siempre recluida, se dedica a trabajar en la pintura de paisajes hasta lograr la abstracción mientras sigue escribiendo y dibujando sin salir de su taller y casa donde solo permite que entre un cura.  Para la historia se había convertido definitivamente en La mujer que llora.

«Cuando todo terminó, gritaba y estaba furiosa. Pero cuando se estableció en el sur, desarrolló sus propias habilidades como pintora, algo que solía ser ignorado cuando la gente escribía sobre ella. Esas pinturas pueden ser bastante destacadas, pero sus mejores fotografías son increíbles«.

A partir de los años sesenta nunca muestra o expone su trabajo; llega incluso a cancelar una exposición en Beaubourg. Las últimas tres décadas del trabajo de Dora Maar no se descubrirán hasta un año después de su muerte, cuando se produce la dispersión de su taller.

Separada de Picasso, muy pocos la frecuentaron. Se encerró en su casa con más de 100 obras de Picasso y sus propias fotografías. Jamás concedió una entrevista. Solo vendió, por necesidad, un cuadro del pintor en 4 décadas y durante los últimos años de su vida la descubrió el galerista Marcel Fleiss. Supo que estaba viva cuando expuso algunas de sus obras y ella le llamó para decirle que eran falsas (al final tuvo que confesar que sí eran suyas). 

Al morir dejó una herencia de 2,3 millones de euros y sus picassos escondidos sólo para ella. 

 “Necesito construir un halo de misterio entorno a mí porque todavía soy demasiado conocida como mujer de Pablo”. Dora Maar 

Murió sola a los 90 años, en 1997 y fue enterrada en el cementerio comunal de Clamart a pocos kilómetros del centro de París. Nunca volvió a tener un amante a pesar de haber sido una loba buena. A su entierro acudieron apenas siete personas. 

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