El estanque era un océano
Para mi barco pirata:
Mi barco que por las tardes
En un lucero se anclaba.
Mi barco de niño pobre
Que me trajeron por Pascua
Y que hoy surca este romance
Con velas anaranjadas.
Al río del pueblo, un día,
Lleve mi barco pirata,
Lo deje anclado en la orilla
Para hacerle una enconada.
(Romance de barco y junco, fragmento, Oscar Castro)
Es curioso como las coincidencias unen en la historia a poetas de distintos hemisferios, pero representantes de lo mejor de la poesía de habla hispana. Reconozco que para mí es un placer recorrer pasajes de la historia que voy seleccionando, y digo pasajes, porque a estas alturas de la vida he llegado a la conclusión que son más los hechos que nunca conoceré que los que he logrado aprender.
En uno de estos viajes por las redes me encontré con Miguel Hernández, el poeta de Orihuela y Oscar Castro el poeta de Rancagua, quienes nacieron exactamente hace 110 años. Hernández vino al mundo el 30 de octubre y Castro dio su primer grito el 25 de marzo, ambos en el año 1910, en los albores del siglo 20. Sin embargo, las coincidencias solo empiezan ahí ya que ambos murieron muy jóvenes en la treintena y la causa de sus muertes fue la tuberculosis. Miguel se marchó de este mundo el 25 de marzo de 1942, mientras estaba preso en Alicante y Oscar dijo adiós el 1 de noviembre de 1947 en el Hospital El Salvador de Santiago. Ambos en la primera mitad del siglo 20. Curiosas vidas que nunca se cruzaron porque los dos poetas de origen muy humilde, pobre en realidad, jamás tuvieron la oportunidad de cruzar el charco en ningún sentido y, sin embargo, fueron destacados exponentes de la poesía castellana que han marcado las vidas de muchos hombres y mujeres que los conocen sin conocerlos. Miguel Hernández fue pastor de cabras durante su infancia y juventud y su escolaridad fue intermitente, pero mientras cuidaba el rebaño, leía con avidez a Verlaine, Virgilio y otros que obtenía en la biblioteca pública de Orihuela y redactaba sus primeros versos en una máquina de escribir que lo acompañaba diariamente. Por su lado, Oscar, quien desarrolla y transforma su voz lírica en los barrios marginales de Rancagua, entre prostíbulos y casas miserables, hasta adquirir una originalidad casi excéntrica dentro de la poesía chilena, obtiene su educación del amor a los libros mientras vive una infancia de niño pobre bien reflejada en su novela La vida simplemente. Ambos no tienen acceso a una educación regular y, en gran medida, se auto educan. Sus vidas fueron siempre precarias y pese a la excelencia de su obra no contaron con recursos económicos suficientes para un pasar tranquilo.
Miguel Hernández, el poeta de Orihuela y Oscar Castro el poeta de Rancagua, quienes nacieron exactamente hace 110 años.
Ambos no tienen acceso a una educación regular y, en gran medida, se auto educan. Sus vidas fueron siempre precarias y pese a la excelencia de su obra no contaron con recursos económicos suficientes para un pasar tranquilo.
Rara vez dos poetas han sido tan cantados como Hernández y Castro, múltiples poemas de ellos han sido musicalizados y resuenan en los oídos de gente que ni siquiera sabe de la existencia de estos dos grandes de la literatura: ¿Quién no ha escuchado y quizás llorado con temas como Las nanas de la cebolla o la elegía a Ramón Sijé en la voz de Joan Manuel Serrat o con Para que no me olvides y Romance de barco y junco en la voz de Los cuatro de Chile y otros cantantes? Son canciones inolvidables que se conocen a través de todo el mundo hispanoparlante, y que son producto de la dureza y el dolor cotidiano de las vidas de ambos poetas. Las nanas de la cebolla, fue escrito por Hernández para su esposa que pasaba hambre y solo se alimentaba de pan y cebolla mientras él estaba preso y la elegía a Ramón Sijé, considerada una de las mejores elegías del habla castellana, fue su homenaje a la muerte de su gran amigo. En el Romance de barco y junco, Castro canta la pobreza del niño que juega con su barco de papel y Para que no me olvides, es el gran regalo que puede hacer al objeto de su amor en medio de su precaria situación económica. Todos poemas del corazón, escritos con las vísceras y sentidos así por lectores y oyentes.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.
(Las Nanas de la cebolla, fragmento, Miguel Hernández)
Estos dos poetas, participaron activamente en los movimientos sociales de su época, Hernández adhiriendo al bando republicano durante la guerra civil española y Castro en los movimientos anarquistas de su época. Los dos poetas obtuvieron escaso reconocimiento en vida de sus obras y no ostentan grandes premios literarios. Miguel Hernández a los veinte años, obtuvo el primer y único premio literario de su vida concedido por la Sociedad Artística del Orfeón Ilicitano con un poema de 138 versos llamado Canto a Valencia, bajo el lema Luz…, Pájaros…, Sol… Castro obtuvo reconocimiento nacional cuando escribió Responso a Federico García Lorca en homenaje al autor español muerto en la guerra civil española y algunos premios menores por una serie de cuentos campesinos en Argentina, y Editorial Zig-Zag.
Miguel y Oscar murieron tempranamente apenas cumplidos los 32 y los 37 años, respectivamente.
Vidas precarias, vidas vividas con fuerza y pasión a través de sus cortas existencias porque Miguel y Oscar murieron tempranamente apenas cumplidos los 32 y los 37 años, respectivamente. Dos mentes luminosas, quizás demasiado brillantes para vivir largas vidas y que se apagaron así en plena juventud y de los que humildemente se podría decir,
Era casi tierra,
casi claridad,
casi transparente
rama de verdad.
Tuvo una alegría:
la de cosechar.
Tuvo una tristeza:
ya no sabe cuál.
(Pequeña elegía, fragmento, Oscar Castro)