El acecho ultraderechista

por Marcelo Contreras

Los dirigentes de Chile Vamos no ocultan su inquietud. Y con razón. Mucho temen que se confirme el viejo dicho de la hípica acerca de “caballo alcanzado…” La reciente encuesta Cadem, que muestra un empate técnico entre su candidata, Evelyn Mattehi y José Antonio Kast, amenaza con reeditar el escenario de la anterior contienda presidencial, en donde el postulante republicano ganó en primera vuelta, dejándolos fuera de la segunda ronda. Un desplazamiento político que ya tiene recorrido. Sin ir más lejos, baste con recordar la elección de consejeros en el segundo proceso constituyente, en donde republicanos emergieron como primera fuerza, superando ampliamente a Chile Vamos. Sin duda, un escenario catastrófico para la incómodamente denominada derecha tradicional, que estimaba la elección presidencial como una carrera corrida, con una candidata que nuevamente partía liderando las encuestas (que suelen equivocarse, pero inciden en los acomodos políticos). La preocupación se extiende al ámbito parlamentario, en donde republicanos, libertarios y socialcristianos han suscrito un pacto para disputar no tan sólo con el oficialismo, sino también a los candidatos (as) de Chile Vamos.

 Se repite que hicieron todos los esfuerzos para unir al conjunto de la derecha con el objetivo central de desalojar al progresismo, llamando a una primaria amplia, desde republicanos hasta demócratas y Amarillos, con el predicamento que, unidos, representaban a la mayoría del país. Pero José Antonio Kast fue muy claro, desde siempre. No representan lo mismo (“la derecha cobarde” que se acomoda y transa con el progresismo) que su agresiva corriente, que se inscribe en la plaga ultraderechista que recorre el planeta, postulando una restauración conservadora, con tintes autoritarios, para barrer con la izquierda y también a los políticos tradicionales (la casta) que se ha venido turnando en el poder. Una derecha autoritaria que, vociferando en contra de la delincuencia, el narcotráfico y la inmigración ilegal (siguiendo el modelo de Bukele y Trump), es fundamentalmente recelosa de la democracia liberal y partidaria de un estado jibarizado económicamente. Desde un inicio, J. A. Kast anunció que inscribiría su nombre en la papeleta de primera vuelta, afirmando que esa era la verdadera primaria. Y otro tanto viene proclamando Johannes Kaiser, el postulante libertario, pese a su desinfle en las encuestas.

Evelyn Matthei no está exenta de responsabilidades en la crisis de su campaña presidencial. Obsesionada por la idea que la unidad de la derecha – ella, en lo más profundo, no se siente tan distante de Kast ni de Kaiser – aseguraría su victoria, ha extremado sus esfuerzos por lograr esa esquiva y hoy imposible unidad electoral aquí y ahora. Entonces centra sus esfuerzos en disputar el electorado duro, que hoy reconoce filas en la ultraderecha, a pesar de los pesares del disminuído sector más liberal de Chile Vamos que apuesta a retener el voto moderado o de centro. Los mismos que le advierten a la exalcaldesa que de no corregir el rumbo, el resultado puede ser catastrófico, como lo estarían demostrando las referidas encuestas. 

Tanto republicanos como libertarios son hijos putativos de Chile Vamos. Nacieron como una escisión principalmente de la UDI, con la que los une su pasado de apoyo al régimen militar, del que guardan especial reconocimiento y se proclaman como sus legítimos herederos. Un legado que la derecha más tradicional no se atreve a reivindicar. Pese a que se mantienen fronteras porosas, los caminos se vienen bifurcando. 

Hoy la ultraderecha criolla busca inscribirse firmemente en la corriente ultraconservadora que recorre el mundo. Se declaran admiradores de Milei, Bukele, Bolsonaro y, como no, de Donald Trump. En estos días, José Antonio Kast visita a Vox, su congénere español y a Viktor Orbán en Hungría, en donde busca no tan sólo inspiración para su proyecto sino también apoyo material a su postulación presidencial.

No existe suficiente reflexión política y teórica que permita explicar el sorprendente crecimiento de la ultraderecha no tan sólo en nuestro país, sino en el mundo. La más socorrida es la ola migratoria que recorre el planeta, así como el incremento de la violencia y el crimen organizado. También se alude al agotamiento de los modelos políticos tradicionales, tanto de derecha como de izquierda y su incapacidad de ofrecer respuestas novedosas a los nuevos desafíos de la humanidad, generando graves crisis económicas, políticas y sociales. Está el tema de la corrupción, la xenofobia, el descrédito de las elites, el deterioro del orden mundial. En fin. Una serie de factores no debidamente elaborados, pero, lo cierto es que la ultraderecha ha experimentado un crecimiento en los últimos 20 años, con un sorprendente impacto en sectores populares y jóvenes, que no se aborda y confronta de manera satisfactoria desde una óptica progresista de defensa y renovación de una propuesta democrática. 

En lo inmediato y en teoría – solo en teoría- aquella división de las derechas y cruente disputa por la hegemonía del sector, puede favorecer las posibilidades del oficialismo no tan sólo de pasar a segunda vuelta, sino incluso de ganar la próxima elección presidencial. En aquella hipótesis, debiera ser más fácil para el candidato (a) oficialista que triunfe en las primarias enfrentar a José Antonio Kast, que ya fue derrotado por Gabriel Boric en la elección pasada pese a ganar en primera vuelta, pero no puede descartarse que esa confrontación entre la derecha tradicional y la ultraderecha potencie la votación entre ambos sectores, permitiendo el paso de ambos a la segunda vuelta. Como se puede concluir, estamos en período de especulaciones transversales ante escenarios abiertos e inciertos.

¿Qué pasaría en el país si José Antonio Kast ganara la próxima elección presidencial?

Una hipotética victoria de José Antonio Kast en las próximas elecciones presidenciales no representaría una simple alternancia en el poder sino un verdadero giro copernicano en nuestro país. De partida en el plano internacional, alineando a nuestro país con el gobierno de Donald Trump, de Javier Milei en Argentina, Bukele en el Salvador, Viktor Urbán en Hungría, y todas las fuerzas ultraconservadoras del planeta. En el terreno netamente político, significa una agudización de la polarización entre las fuerzas conservadoras y el progresismo, poniendo a dura prueba la gobernabilidad futura del país, sin descartar nuevos estallidos sociales, probablemente diferentes a los ya conocidos. Buena parte de las conquistas sociales de las últimas décadas estarían amenazadas por las políticas ultraconservadoras y regresivas que podría impulsar un gobierno de ultraderecha. Entre ellas, las políticas de género (obviamente la del aborto), la jornada laboral de 40 horas, la propia reforma previsional o el salario mínimo. Para no hablar del sensible tema de los derechos humanos, el futuro de los criminales de lesa humanidad hoy recluidos en Punta Peuco, del Museo de la memoria o del nuevo plan de búsqueda de detenidos desaparecidos. 

Y ni hablar de las propuestas de la Comisión Para la Paz y el Entendimiento en la Araucanía (que ha recibido duras críticas de la derecha, con absoluto ninguneo al exministro de Sebastián Piñera Alfredo Moreno, proveniente de la misma Evelyn Matthei, provocando además la renuncia de la senadora Carmen Gloria Aravena al Partido Republicano ), así como el destino de TVN, que, entre otros, Johannes Kaiser ha prometido cerrar.

Tanto José Antonio Kast como Johannes Kaiser y más recientemente Evelyn Matthei han propuesto reducir el tamaño del estado, castigar severamente el gasto fiscal, ministerios y funcionarios públicos. En la obsesión discursiva de privilegiar el crecimiento, los candidatos de la derecha proponen, sin dar cuenta de los datos actuales de realidad, la antigua receta de reducir impuestos como forma de impulsar la inversión privada. De la misma manera, propician revisar el modelo de asociación público- privada para la explotación de litio, sin descartar que pueda aprobarse el controvertido proyecto Dominga, rechazado dos veces y que hoy se encuentra en tribunales.

Así, son múltiples las implicancias que tendría para el país un eventual triunfo de la ultraderecha. Es más que evidente que la derecha tradicional no tendría muchos remilgos para apoyar a Kast en segunda ronda, tal como lo hizo cuatro años atrás. Ello no necesariamente garantiza su victoria en la segunda vuelta, como sucediera en la elección anterior, pero la situación no es similar. Más allá de que ningún candidato(a) a primaria del progresismo se asuma como mero continuador del actual gobierno, es más que evidente que se les asocia con su legado. Uno que el presidente Boric buscará fijar en su próximo mensaje presidencial y que la derecha y los medios de comunicación afines, buscarán desacreditar, insistiendo en la tesis que el país vive una triple crisis (económica, se seguridad y social) que es necesario revertir abruptamente con un futuro gobierno de orden y procrecimiento.

Sin embargo, los datos duros no avalan esa tesis. La economía se ha ajustado respecto de los graves desequilibrios heredados de la administración última de Sebastián Piñera. Más del 85 % de la deuda externa es heredada de entonces y la inversión extranjera está creciendo. En materia de seguridad, el país ha logrado avanzar en aprobar una robusta agenda sobre la materia y tal como lo han reconocido las autoridades policiales, se han incrementado muy sustantivamente los recursos para su fortalecimiento. En el terreno social, el país ha logrado relevantes avances para aprobar un salario mínimo superior a los $500.000 pesos y la jornada laboral de 40 horas. Una reforma previsional que mejora las actuales y futuras pensiones. La gratuidad de la atención primaria de salud, además de otras conquistas sociales que el mandatario resaltará en su último mensaje a la nación. Son logros irrefutables que no apuntan a mostrar un país idílico o que ha resuelto desafíos mayores. Tan sólo a demostrar que Chile está mejor que hace cuatro años y que la única manera de enfrentar los múltiples desafíos que enfrenta en un mundo convulsionado es a través del diálogo y la búsqueda de acuerdos, antes que la confrontación y polarización política que propician los abanderados de la ultraderecha.

Los consecuentes desafíos del progresismo de cara a la elección presidencial

El mayor desafío que enfrentan los sectores progresistas de cara a la próxima elección presidencial es forjar un renovado proyecto, que asuma los avances y conquistas de las ultima décadas y enfrente los desafíos del país con una propuesta que haga sentido y convoque a una mayoría ciudadana, más allá de las fronteras de la actual coalición gobernante. Un proyecto que converse con los jóvenes, que bien pueden decidir la elección, explicitando propuestas específicas y nuevas oportunidades de inclusión El tema de los inmigrantes y su progresiva formalización aparece como un tema relevante, al igual que la reactivación económica y los nuevos motores del crecimiento. La seguridad ciudadana continuará siendo un tema crucial con nuevos desafíos a ojos vista. Como el tema de la tercera edad y los derechos de las mujeres. El pluralismo y la expresión de la diversidad. La cultura en su perspectiva más global, vinculada a la formación ciudadana. Y continúa abierta la interrogante respecto de una efectiva reforma del sistema político.

El muy mediático tema de las licencias truchas habla de un deterioro de la ética pública que es indispensable enfrentar, así como diferentes casos de corrupción, tanto en el sector público como privado. Habla de un problema estructural que sacude a la sociedad en su conjunto, en donde ningún sector puede apuntar con el dedo al otro. Es indispensable afrontarlo no tan sólo con nuevas medidas legales o administrativas sino, también con una ofensiva cultural, que reivindique la ética individual y colectiva.

Buena parte de la suerte del progresismo de cara a la próxima elección presidencial se juega en las primarias del próximo mes de junio. Una participación en torno a los dos millones de ciudadanos no tan sólo puede garantizar alguna base de legitimidad al candidato (a) que resulte vencedor(a), sino también un apoyo relevante para enfrentar el desafío electoral siguiente. No es suficiente para ganar la elección presidencial, pero es la condición necesaria para enfrentarlo con la ineludible convicción de que sí se puede.

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