El criollito de la quena mágica. La Música que burló a la Inquisición en Arica

por Hermann Mondaca Raiteri

El primero de enero del 1740 los habitantes del puerto de Arica, a pesar de las fiestas de Año Nuevo, se encontraban inquietos e intranquilos como si estuvieran en presencia de una desgracia. La Iglesia Mayor no tenía espacio para recibir a tantos fieles que habían acudido a orar o a cobijarse en ella.

¿Cuál era el motivo de tal desasosiego?

Al amanecer había anclado el barco «San Roque«, proveniente del Callao. El maestre del barco exigió a los oficiales reales de Arica que, cuanto antes, se desembarcara al grupo de condenados de la Santa Inquisición de Lima. En el grupo de cuatro condenados venía una dama de nombre María Fernández, apodada en Lima como «la pulga chilena».

El barco había dejado un cargamento de condenados por la Santa Inquisición. Para la gente que colmaba la iglesia, el barco portaba gente hereje y peligrosa. Ahí radicaba la intranquilidad de la población ariqueña. 

En ese tiempo el arribo de los pasajeros de las embarcaciones se realizaba por el desembarcadero de la Calle del Fuerte por ser el más apropiado, por ahí debía pasar también el cargamento de las personas condenadas por la Santa Inquisición. 

En esta calle, en una casa de buena apariencia exterior, que permanecía cerrada desde hacía algunos años, vivía doña Nicomedes Cárcamo y su hijo un joven muchacho, conocido en ese entonces como «el criollito de la quena», o simplemente por “el quena”, porque nunca se desprendía de este instrumento parecido a una flauta y muy popular en la región de Arica y Parinacota, hecha de caña, que él apreciaba mucho y la denominaba «su quena mágica».

Si bien todos decían que en esa casa vivía doña Nicomedes, casi nadie la conocía. Las comadres más ancianas que decían conocerla aseguraban que en su juventud había sido la moza más guapa y hermosa del puerto, pero que, desde que su marido fuera ahorcado -acusado de haber dado muerte a un español-, ella no había salido nunca más de su casa, ni de día, ni de noche. 

Las lenguas bifurcadas de las comadres del puerto comentaban y aseveraban que toda la noche la pasaba conversando con el fantasma de su marido, hasta que sonaba la última campanada de las doce de la noche. 

Su hijo, “el quena, tampoco se libraba de la maledicencia de sus venenosas lenguas, a pesar que su ocupación era humilde y sencilla, dedicado al pastoreo en los pastizales de la chimba cercana al puerto, donde llevaba las recuas de mulas y asnos que llegaban de Potosí y otras minas del Corregimiento de Arica. El joven muchacho se concentraba en su trabajo, realizaba las compras que llevaba a su casa donde su madre Nicomedes cocinaba para ambos. El joven criollito era muy astuto y sagaz, y se había ganado el respeto y estima de las autoridades y la gente del pueblo. Cuando llevaba las recuas de mulas y asnos a pastar, el criollito se concentraba solo en la música, hasta los animales parecían relajarse con sus bellas melodías, que dejaban sorprendidos y atónitos a cualquier humano que pasara por el lugar. Era muy popular por la destreza y la armonía de sus notas musicales que brotaban de su preciada quena.

Cuando los condenados por la Inquisición pasaron atados y en un sombrío desfile por la Calle del Fuerte, la muchedumbre que los seguía, al pasar frente a la casa de doña Nicomedes, se detuvo y comenzaron a lanzar insultos y gritos destemplados contra ella, incluso algunos más exaltados lanzaron piedras y grandes terrones de adobe, que azotaron las murallas, mientras la acusaban de “hechicera, bruja, que tenía pactos con el maléfico”, gritando otras odiosidades.

Pareciera que todo aquello fue motivo suficiente para que unos días después doña Nicomedes fuera notificada, por la autoridad eclesiástica de Arica, para que emprendiera viaje a Lima a presentarse ante el Santo Oficio de la Inquisición y dar cuenta de su misteriosa vida y cargos de brujería que se le imputaban.

Aunque los oficiales reales intervinieron para que la dejaran en paz, nada impidió que debiera viajar obligadamente a Lima para someterse al Tribunal Inquisidor. Su hijo se las ingenió para conseguir que ella partiera cabalgando en su mansa mula. El criollito le había enseñado a la obediente bestia a   

El criollito, hijo de doña Nicomedes, en sus ratos de ocio y en la soledad, cuando pastoreaba los animales de los trajineros, se entretenía enseñando a su mula que lo obedeciera al son de su quena. Fue así como él, con deleite, la hacía trotar, galopar, correr desaforadamente, encabritarse o calmarse, tan sólo cambiando el tono de su musical instrumento.

Así llegó el triste momento, cuando su madre debía partir a enfrentar la Inquisición. Los guardias españoles la sacaron de su casa sin resistencia alguna, y posteriormente la pusieron bien atada en la montura, -según decían- para evitar que  el mal espíritu de su marido la arrebatara y se la llevara antes de llegar a Lima.

Ex Calle del Fuerte, actual calle 18 de Septiembre, donde vivió doña Nicomedes Cárcamo.

La comitiva compuesta por dos arrieros y guardias, pagados por los encargados del Santo Oficio, salió cuando el sol se escondía en las profundidades del Océano Pacífico, aprovechando el viento fresco que llega a esas horas al puerto de Arica. Comenzaba a anochecer cuando llegaron al río Lluta, en su desembocadura en el sector de los humedales, que 9.000 años antes habían cobijado a la Cultura Chinchorro, lugar donde se detuvieron para revisar aperos y animales. 

Continuaron avanzando hacia el interior del camino llegando a Chacalluta. Ahí realizaron una nueva detención para fijar bien las ataduras que retenían a la señora Nicomedes en su mula. 

En el silencio de la noche se escuchaba, a lo lejos, la quejumbrosa melodía de una quena, lo que no era raro en ese entonces ya que todos los pastores la usaban. Cuando se encontraban listos los animales y la señora Nicomedes, bien liada, los guardias españoles y la caravana fueron sorprendidos por un ruido seco, similar al que hacen dos piedras grandes al chocar o golpearlas, sonido que se repitió doce veces.

-Francisco, parece que han sido doce golpes… ¿Serán las doce de la noche? -Dijo uno de los guardias con un tono amedrentado.

-No creo. A no ser que sean las ánimas las que estén encargadas en tocar las horas en esta soledad, le respondió Francisco en tono jocoso.

Sin embargo, cuando aún no terminaba aquel comentario, los sonidos musicales de la quena y sus notas se escucharon mucho más fuertes. 

La quena comenzó a escucharse con variaciones musicales que fueron convirtiéndose, poco a poco, desde una melodía inicialmente cautivante a un embrujo musical que culminó en una danza con sonidos infernales.

Los animales comenzaron a inquietarse, la mula en que cabalgaba doña Nicomedes comenzó a golpear fuertemente sus cascos en el suelo polvoriento del desierto. Al rato después, la mula se encabritó y fue tanto el alboroto que provocó entre los demás animales que, éstos espantados salieron corriendo velozmente, separándose a pesar del esfuerzo que hacían los trajineros y los guardias mandados por la autoridad eclesiástica de Arica para sujetarlos. Pronto se perdió la figura del bulto de los animales en la oscuridad de la noche y desapareció el ruido que hacían los cascos de los mulares al golpear el pedregoso suelo del camino.

El asombro de los arrieros y guardias, encargados de llevar a Lima ante el Santo Oficio o Tribunal Inquisidor a doña Nicomedes, fue inmenso cuando al lograr reunirse con los animales no encontraron, ni rastros del mular de doña Nicomedes, ni tampoco a ella.

A la autoridad eclesial de Arica, solo le preocupaba que dirían al Tribunal Inquisidor. Nada hemos podido encontrar en los archivos sobre la cuenta que dio la guardia española, a los encargados del Santo Oficio, sobre el desaparecimiento de doña Nicomedes.

Pasaron los años, y la casa en que ella vivía fue demolida, quedando solamente el recuerdo de lo acontecido.

¿Se habrán ido de la región doña Nicomedes y su hijo?

¿Se habrán encontrado doña Nicomedes y María Fernández “la Pulga Chilena” en las hondonadas y matorrales del Valle de Azapa?

¿La quena que algunos aseveran haber escuchado en el costado sur del Morro de Arica, será la del criollito; y las risas que surgen de la Cueva del Diablo y desde el Infiernillo serán de María Fernández y de doña Nicomedes? 

Hasta el día de hoy se asevera que en la oscuridad previa al amanecer se escuchan voces e incluso el sonido de una quena melodiosa, al costado sur del Morro de Arica.

Todo aquello es posible.

Lo cierto es que del paradero de doña Nicomedes Cárcamo, de su hijo el criollito y de la quena mágica, nunca más se supo…

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2 comments

Luz Marina Osorio abril 5, 2024 - 8:45 pm

Me encantó tu historia. Buen relato

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Leonel abril 8, 2024 - 1:50 pm

Lindo relato que nos remonta a la primeridad de la cultura q se fue formando y que hoy se pone en crisis ante la globalización que uniforma todo.

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