El juicio de Donald J. Trump

por Jorge A. Bañales

El ex, y quizá futuro, presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump va, al fin, a juicio. No es el más grave de los cuatro procesos que tiene en su contra, pero es el más sexy.

Otra vez el primero

Donald Trump ya tiene en su haber otros “primera vez”: fue el primer presidente de Estados Unidos enjuiciado dos veces en el Congreso, fue el primer presidente que se ha negado a aceptar el resultado de una elección que perdió, y el primero que incitó una asonada para impedir que el Congreso certificara el escrutinio.

         Esta semana añadió otra a su lista de distinciones poco honrosas: es el primer presidente en casi dos siglos y medio de la República sometido a un juicio criminal.

         El hombre es ducho en las lides judiciales: desde la década de 1970 y hasta que fue elegido presidente en 2016, Trump y sus empresas han estado enredados en más de 4.000 querellas en tribunales federales y estatales. La lista de demandantes incluye clientes de casinos, querellas por millones de dólares en bienes raíces, alegatos de difamación y más de un centenar de disputas por impuestos empresariales.

         Trump es más hábil esquivando sentencias que moderado en su locuacidad.

         En febrero el juez Arthur Engoron, de New York, impuso a Trump una fianza de 454 millones de dólares después que un juicio civil probó que el famoso mago de los bienes raíces había subvaluado sus propiedades a la hora de declarar impuestos, y las había sobrevaluado a la hora de usarlas como colateral en la obtención de préstamos.

         El supuesto billonario dijo que no podía depositar esa fianza pero evitó el embargo de bienes cuando, casi a última hora el 25 de marzo, un tribunal de apelaciones dejó en suspenso la ejecución por diez días si el sentenciado depositaba una fianza de 175 millones de dólares. Trump consiguió quien le diera el respaldo y la fianza marchó el 1 de abril con lo cual pudo apelar el fallo.

         

Elizabeth Jean Carroll es una periodista que acusó a Trump de violarla sexualmente a mediados de la década de 1990 y, debido a las respuestas públicas del acusado, lo demandó por difamación y asalto en New York. Un jurado, en mayo de 2023, encontró a Trump culpable por difamación y, siendo éste un caso civil, le ordenó un pago de 5 millones de dólares como indemnización.

         El veredicto desató otra tanda de declaraciones fieras de Trump contra Carroll y contra el tribunal. Carroll presentó otra demanda civil por difamación y en enero pasado un jurado falló en su favor y ordenó el pago de otros 83,3 millones de dólares. Trump depositó 91,6 millones de dólares como fianza e inició la apelación del veredicto.

         Perdedor, hasta ahora, en los dos casos civiles, este lunes pasado Trump compareció en otro tribunal de New York, pero en esta ocasión como acusado en un crimen.

Pago por silencio

Hace justo un año el fiscal del distrito de Manhattan, Alving Bragg, hizo pública una lista de 34 cargos por falsificación de documentos empresariales con la intención de cometer u ocultar otro crimen vinculado con su campaña presidencial en 2016.

         Un cargo criminal, que no es de mucha monta y, si Trump es declarado culpable podría recibir una sentencia de libertad vigilada o un máximo de hasta cuatro años en prisión estatal por cada cargo.

         Lo que hay detrás de esta causa es más entretenido que la lidia con registros contables.

         

Karen McDougal, una ex modelo de la revista Playboy, y Stephanie Clifford, más conocida como Stormy Daniels en el mundo de la pornografía, sostienen que en 2006 tuvieron relaciones sexuales con Trump, antes de que fuera presidente, pero cuando era ya el marido de Melania Trump y ella estaba embarazada.

         En 2016 el equipo director de la campaña presidencial de Trump vio el peligro de que esas vinculaciones –que Trump sigue negando- salieran a luz pública poco antes de las elecciones.

         McDougal recibió un pago de 150.000 dólares de American Media, la firma propietaria del diario sensacionalista National Enquirer por los derechos de publicación de su historia. Y, en un acomodo habitual y legal, la historia no se publicó.

         Daniels recibió un pago de 130.000 dólares del entonces abogado y arréglalo todo de Trump, Michal Cohen a cambio de la firma de un acuerdo para no divulgar la historia. Para hacer ese pago, poco antes de las elecciones, Cohen obtuvo una línea de crédito y puso como garantía su casa.

El pago por silencio no es ilegal.

         Pasadas las elecciones y mantenido que fue el silencio de ambas mujeres, el diario The Wall Street Journal publicó acerca de los pagos hechos por Cohen a Daniels.

         Inicialmente, Trump negó conocimiento de todo el asunto, y tras idas y venidas, y en una declaración muy cuidadosamente elaborada, admitió que él le había hecho pagos a Cohen y que, para justificarlos de cara a los impuestos, se documentaron como gastos legales de los negocios de Trump.

         Lo que convierte esta historia sórdida en acusación más grave es que, en su imputación de cargos, el fiscal Bragg sostuvo que la falsificación de registros tuvo el propósito de “esconder de los votantes información dañina y actividades ilegales antes y después de la elección de 2016”.

         En otras palabras, interferencia en el proceso electoral.

         

Éste no es sólo un crimen más grave, sino que, si Trump es hallado culpable, podría implicar una sentencia de prisión y/o, incluso, su inhabilitación para ocupar la presidencia nuevamente.

El juicio en marcha

Se esperaba que el trámite inicial del juicio, que consiste en la selección de los miembros del jurado, fuese largo y trabajoso por la dificultad de encontrar en Manhattan personas que no tengan ya una opinión formada sobre Trump y sus negocios.

         La presunción de inocencia es un componente central en el sistema de justicia de Estados Unidos, y tanto el juez como los abogados de parte y parte buscan un jurado imparcial, entre otras cosas para evitar que el veredicto sea cuestionado por fallas en el proceso. 

         En ese trámite la fiscalía y la defensa interrogan a cientos de ciudadanos convocados para su deber como jurados, y van descartando los que lucen demasiado prejuiciados. En los primeros dos días ya fueron juramentados al menos siete jurados.

         

Trump ha comparecido, hasta este miércoles, sin la compañía de sus hijos adultos, Donald, Eric, Ivanka o Tiffany. No es de extrañar, sin embargo, la ausencia de su esposa Melania, teniendo en cuenta que a alguna altura del juicio Daniels y McDougal podrían comparecer como testigos.

         “Rara vez he visto un acusado solo, sin familia, sin siquiera una persona a su lado en el tribunal”, comentó la ex fiscal federal Joyce Vance. “Es triste ver a un expresidente con cuatro hijos adultos y una esposa, todos los cuales parecen haberle abandonado en este momento”.

         Las imágenes de prensa muestran a Trump demacrado, su pelo otrora amarillo falluto luce ahora casi blanco, y el caudillo de mentón mussoliniano que adoran sus seguidores, es en el banquillo de los acusados un anciano encorvado y rencoroso.

         

El juez Juan Merchan le ha ordenado a Trump que no haga declaraciones públicas ofensivas o amenazantes para el juez mismo y su familia, el personal del tribunal, los miembros del jurado y los fiscales.

         Pero ya desde el primer día del juicio el fiscal asistente Chris Conroy dijo que en tres mensajes de su red Social Truth había violado esa orden, y solicitó una multa de 1.000 dólares por cada infracción. Marchan no tomó un decisión de inmediato.

         Trump fomenta constantemente el fervor de sus simpatizantes presentándose como víctima de una persecución política que, por supuesto y muy al estilo trumpiano, no tiene precedentes en la historia del país, o casi, en la historia de la humanidad.

         Las acusaciones, los juicios, las órdenes para que se calle la boca son, en la versión de Trump y para más convencimiento de los trumpistas, evidencias de tal persecución, una injusticia igualmente sin precedentes desde la existencia del universo.

         El peligro, real para quienes son blanco de los vituperios y tergiversaciones de Trump, es que hay decenas de millones de estadounidenses le son fieles, y entre ellos haya más de uno resuelto a corregir los entuertos.

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