Estimado presidente, quiero invitarlo a que cruce la calle Morandé y vaya al número 25, al Teatro Antonio Varas, sin ningún protocolo y menos con la avanzada presidencial. Al viejo estilo de los presidentes de otros tiempos, a su estilo. A pie.
Quiero que sorprenda a los trabajadores del teatro, de lo que Pinochet bautizó el “Teatro Nacional Chileno”, en un evidente esfuerzo de borrar la historia del Teatro Experimental, el Instituto de Teatro de la Universidad de Chile, el ITUCH y el DETUCH, que lo vinculaba con la primera universidad de Chile, de la cual usted reconoce domicilio.
Cruce la calle y no les avise.
La dictadura se preocupó de borrar todo vestigio de la importancia que este teatro había realizado durante su vida desde 1941, donde crearon una escuela, dieron paso a los grandes dramaturgos de nuestro país y del mundo, crearon un público para la escena teatral y se presentaron nuevos valores.
Pinochet logró desarmar el cuerpo estable del teatro universitario y acertó una estocada a las grandes producciones que se realizaron en sus tablas.
De hecho, censuró y prohibió que Brecht organizara a los pobres en la “Ópera de tres centavos” y se develara el juicio del “Círculo de Tiza Caucasiano”. Lo hizo también con la trasgresión y la chilenidad delEvangelio según San Jaime y puso en la lista de los detenidos-desaparecidos a “Joaquín Murieta”, que había escrito Pablo Neruda. Sabía que Antonio Acevedo Hernández era peligroso en el decir campesino y de “Chañarcillo”… ¡Ni qué hablar!
Debe haber temblado con la idea de poner en escena a “Fuenteovejuna” de Lope de Vega. Lo debe haber vuelto loco solo pensar en Marat Sade, o que penaran las ánimas de día claro junto a las campesinas de “La Remolienda” de Sieveking. Y más aún, que alguien lo dateara que las obras habían sido dirigidas por Víctor Jara.
Cruce la calle, señor presidente, y cruce con toda la historia de quienes fundaron el teatro universitario hace algo más de ocho décadas.
De hecho, el tiranuelo censuró las grandes producciones. Esas funciones maravillosas, de meses, se llenaban de jóvenes estudiantes, trabajadores y empleados, con toda la sociedad chilena.
Cruce la calle. ¡Si usted trabaja al lado!
Le propongo que para el aniversario de la fundación del teatro – el 22 de junio de 1941- anuncie el cambio de las butacas que están desde 1954, hace siete décadas y que depende del Banco Estado.
Cruce la calle y se sorprenderá que el “teatro nacional” solo tiene unos 15 empleados, incluidos la directiva. En todo el mundo, los teatros nacionales tienen un centenar de actrices, actores, directores, técnicos, administrativos y acomodadores.
Cruce la calle y lo primero que encontrará son magos y magas que han hecho lo imposible para mantener la dignidad originaria de Pedro de la Barra. Aman el teatro y no bajan la guardia.
El otro día me invitaron a conocer que habían conseguido que les arreglarán el piso de la entrada y los camarines -el mismo donde se quedaba a vivir Víctor Jara, porque no tenía casa- que estaban a punto de sufrir un hundimiento esmeraldiano.
Y qué decir de los actores y actrices que se acercan y traen grandes obras para que el escenario siga iluminado con las ideas, con el drama y el entusiasmo de sus mentores. En Abril, Alfredo Castro dirigirá “Limpia” de la gran Alia Trabucco, en una temporada de un mes. Y en Mayo, nos traerán de vuelta “Quién le tiene miedo a Virginia Woolf” con el fantasma del gran Agustín Siré, en cuerpo y alma, en voz de Daniel Alcaino, la luminosidad de Trinidad González, y de los emergentes talentos de Nicole Vial y Felipe Zepeda.
Pareciera que el Teatro Nacional Chileno es un niño grande, robado y criado en otro país y que necesita volver a su patria a reconocer a sus padres fundadores.
El país necesita devolverle su origen, sus apellidos fundacionales, volver a las grandes producciones y tener ahora un conjunto estable, que haga giras en los territorios, en los colegios, en los teatros municipales y que le gane los espacios a la narco-cultura. Necesitamos a gritos a los célebres inmigrantes del teatro: los grandes autores del mundo y de nuestro país.
Cruce la calle Morandé, señor presidente, y acompáñese con la historia. Cámbiele el nombre y recupere el Teatro Nacional de la Universidad de Chile, para la casa de estudios y para todos los chilenos. Ganémosle a la subsidiariedad.
En noviembre, la Sala Antonio Varas cumple 70 años con el estreno de “Noche de Reyes”… con las mismas butacas, el mismo sobrenombre y sin cuerpo estable.
En dictadura, tapiaron la puerta de Morandé. Ahora usted tiene la llave.
3 comments
Bien Felipe… bello y reivindicatorio artículo Después de leerrlo se me viene a la cabeza a Don Roberto Parada, la Señora María Maluenda y tantos otros que conocimos en las tablas. También evocamos cuando ir al teatro era un acto casi clandestino.
http://jorgelillonilo.blogspot.com/?m=1
Excelente y necesario comentario crítico, amigo Jorge. Tu padre estaría orgulloso. Si el presidente Boric se decidiera a cruzar la calle Morandé, sería un aporte cultural verdaderamente histórico. Volver a rescatar el Instituto deTeatro de la Universidad de Chile sería una Medalla de Honor para el gobierno de Boric.