Cuando en el Madrid ochentero de la transición realizábamos un entretenido seminario de estudio del Iching con un grupo de profesionales izquierdistas con predominio de argentinos, aprendí a admirar y envidiar su cultura, sus conversaciones, su infinita capacidad de entretenerse, la falta de autocensura para hablar, su hedonismo, y su tolerancia. En fin, algo así como su nivel civilizatorio. De esas entrañables conversaciones aprendí también que para leer la realidad argentina hay que hacerlo considerando estos cuatro factores: 1) el peronismo; 2) el psicoanálisis 3) A Jorge Luis Borges y 4) el tango.
La mirada genealógica del antes de Milei, merced al poder de la impronta psicoanalítica en la cultura los argentinos, proveía de explicaciones para todo y todas ellas ponían la responsabilidad fuera de las conductas de los ciudadanos. Esa misma irresponsabilidad cultural se infiltró en el ethos de la argentina moderna mediante el tango en su propuesta de la resignación fatalista de cambalache: Siglo veinte, cambalache problemático y febril/El que no llora no mama y el que no afana es un gil/Dale nomás, dale que va/Que allá en el horno se vamo’ a encontrar/No pienses más, sentate a un la’o/Que a nadie importa si naciste honra’o.
Entonces, en el inconsciente colectivo de los argentinos reflejados en ese tango se escuchaba algo así como: las cosas son así, y qué se le va a hacer….
Pienso que lo que vino después tiene que ver principalmente con estas preguntas que en medio de las crisis se fueron gatillando subliminalmente en los argentinos: ¿Quién tiene la culpa de lo que nos pasa?Y como la clase política, intelectual, y los líderes de opinión no la tenían, los confundidos y agotados argentinos, acabaron por encontrarla en los que se situaban fuera del sistema, que no es en Argentina otra cosa que fuera del peronismo y el antiperonismo.
Recientemente, un avergonzado Macri, les recordaba a sus auditores, que el presidente que ellos mismos habían elegido (esto último lo subrayaba) no venía del mundo político, sino que era un outsider,un personaje del mundo de la televisión fuertemente apoyado por las redes sociales. Evidente alusión al eco rebotantemente irreflexivo que los outsider y personajes mediáticos consiguen con mensajes simples para simplificarlo todo. Como la canción despacito que no dice nada pero que llega inmediatamente a todos, Milei encontró con acierto identificar un enemigo imaginario pero que todos podían identificar como el malo de la película: La Casta.
El término casta hizo su advenimiento en una Argentina atravesada y ahogada por los desequilibrios macroeconómicos y la inflación galopante y destructora.
Milei no desconocía que lo que verdaderamente preocupa a la gente es esa economía que le sirve para comprar cosas, pagar cuentas, ahorrar -y a ser posible-, comprar una vivienda. Como eso lo obligaba a traducir las interpretaciones neoliberales al lenguaje cotidiano de los argentinos, construyó un discurso agresivo que enfrentara directa y brutalmente y con todos los medios a su alcance a la casta: Zurdos de mierda que vivían del aprovechamiento de los pobres y otras imprecaciones violentas y groseras.
Los presupuestos teóricos del anarco capitalismo no han sido aplicables en ninguna parte, pero eso no importaba. Lo que verdaderamente importaba era poder introducir subliminalmente la idea de que las dificultades para traducir una remuneración en capacidad de compra tienen una causa: hay un estado criminal que nos roba a través de los impuestos que solo sirven para mantener una casta ociosa mientras el pueblo trabaja y es su esclavo.
El capitalismo en su forma más extremista viene a resolver el encierro de la resignación fatalista,porque para el capitalismo y la mano invisible del mercado la culpa es irrelevante. Como lo es también para las terapias conductistas. Porque el que transita por el desierto debe entender que allí falta agua y esto constituye un riesgo. No hay fatalismo, hay realidad. Y la realidad del capitalismo en versión Milei es simple: lo único verdadero son las personas (las jurídicas también, aunque esto siempre lo ocultan), que actuando en el mercado toman decisiones racionales en pro de sus intereses. Y si no lo hacen no es porque no quieren, es porque no tienen libertad: ¡viva la libertad carajo!
Personas libres que se relacionen libremente en el mercado. En esta visión el Estado no solo es innecesario sino también un estorbo. Como no sea para proteger la propiedad privada -lo único sagrado verdaderamente-, el Estado es un gasto inútil.
Los equilibrios son los equilibrios fiscales porque cuando estos no funcionan, el Estado paga el exceso de gastos emitiendo más flujo de dinero a través de (¡horror de horrores!) el Banco Central.
A grandes problemas soluciones simples: fin del Banco Central y fin a la moneda argentina. Que el dólar y el Tesoro de EE.UU. determinen los términos monetarios argentinos: ¡viva la libertad carajo!
Hasta aquí todo bien: Hay que cambiar conductas y pronto. El conductismo no es elegante, pero si eficiente. Pero lo que sigue obliga a invocar al Jorge Luis Borges de Ficciones porque paradójicamente Milei no asume que no está jugando con un grupo de jóvenes. Ya no es el outsider que en su momento hacía una rifa con sus seguidores de las redes sociales y adjudicaba su remuneración de diputado al ganador. Ahora es el presidente de la República. El presidente de un estado criminal al que se debe por juramento y misión.
Eso significa que excentricidades más, excentricidades menos, debe asumir que forma parte de un entresijo institucional de un régimen presidencial que tiene un parlamento y una estructura político institucional federal a los que debe respeto y atender en lo que corresponde, a su autoridad.
Y así fue como empezaron los primeros choques. En el juego de los play station el héroe no tiene más límites que los del tiempo de juego. Entretanto puede ir matando enemigos a diestra y siniestra. Y así fue también como sus arrebatos lo llevaron a estrellarse y estrellar sus paquetes de iniciativas legislativas estratégicas. La ley OMNIBUS y la denominada DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia). Ambos porque constituyen un conjunto improvisado de normas antidemocráticas y de dudosa constitucionalidad, con una enorme cantidad de disposiciones de diferente índole todas dirigidas a liberar al sistema jurídico argentino de las regulaciones de mercado; protección de los derechos de los trabajadores; consumidores; arrendatarios y dejarlos en la práctica, y privarlos de sus derechos a la educación, salud, y previsión. O sea, a desmantelar, el estado bienestar de los argentinos conquistado en decenas de años de progreso social. Los textos no tuvieron mayorías en la Cámara de Diputados que fue cercenando disposiciones como quien deshoja una margarita hasta que el ejecutivo optó por retirar la ley ómnibus primero y enviar el segundo, el DNU al Senado, con peores resultados, pues allí fue rechazado de plano, con el doble de votos por el rechazo que los del apruebo.
Las reacciones de Milei fueron semejantes a las de un niño histérico porque pierde en un juego virtual: sus pataletas lo llevaron desde calificar de cueva de víboras a los diputados, hasta movilizar a sus troleros mandando de sus propios twits los números de teléfonos de los senadores empujando las funas.
Para entender la reacción de Milei hay que retroceder un poco y mirar el fenómeno desde las claves de la psicología: Javier Milei fue un chico maltratado por su padre que pareciera haber puesto todo su empeño en destruir cualquier forma de seguridad como la que otorga el apego en las relaciones parentales normales. Su padre lo consideraba un inútil y así se lo decía frecuentemente. Si logró con el tiempo construir una razonable autoestima esta no proviene precisamente del cariño y cuidado de su progenitor. Al contrario, Javier Milei fue víctima de malos tratos de palabra y obra como muchos niños. Esto lo convierte en una persona insegura e intolerante a la frustración y, por supuesto, maltratadora.
Hay que decir que hasta ahora el parlamento ha sido paciente con ese presidente que los insulta, pero otros, como los gobernadores, empiezan a mostrarse rebeldes de las decisiones del ejecutivo que los priva ilegítimamente de los recursos que realmente les corresponden.
Argentina, en el reino de la paradoja, el presidente que viene a sepultar las interpretaciones sobre la realidad política y social del argentino sustentadas en el psicoanálisis parece necesitar una terapia urgente. Y no porque sí, una parte de su gobierno se dedica a la contención permanente de los ataques de ira del primer mandatario.
Milei llegó solo y sin el apoyo de la casta –la forma mileista de decir clase política-, aunque ya había hecho su entrada desde el parlamento.
Esta situación lo enfrentó a un tópico de cualquier gobierno en toda la historia: poner un grupo de confianza personal absoluta e indiferente de las organizaciones que lo apoyan. Para Milei lo segundo era fácil pues no tenía casi partido que representara su ideario y programa. Lo primero -un grupo de confianza- es por la misma razón mucho más difícil y por eso paradoja de paradojas el antiperonista convicto y confeso acaba por realizar la práctica más típica del peronismo en el poder: colocar a su familia en el poder institucional formal: su hermana Karina se convirtió, por eso, en Secretaria General de la Presidencia, pagada por el estado criminal y dentro de la estructura formal del mismo. Pone también a su confidente, terapeuta y gurú espiritual, al puro estilo Evita y si bien no con su carisma si con su poder fáctico por la que pasan muchas decisiones del Estado. Allí, en la residencia de Los Olivos el presidente gobierna junto a sus cinco perros y puede consultar de tanto en tanto al espíritu redivivo de Conán, el perro muerto en el 2017 y actualmente convertido en cinco clones del mismo. Allí también, en la casa presidencial, se mezclan los soliloquios presidenciales, el esoterismo, y los diálogos sordos pero ruidosos de las redes sociales.
En otras partes resuenan, sin embargo, los tambores intermitentes pero incesantes de la realidad social Argentina y de los efectos directos de la política de shock: Ha caído en un 21,3 por ciento la capacidad de compra entre enero y noviembre del salario real; la pobreza se incrementó en ocho puntos porcentuales en un solo mes y sigue acumulándose; la merma de la industria pyme se calcula en un 30 por ciento; las ventas minoristas han caído en enero en un 28,5 por ciento. Y si bien el corazón del programa económico de Luis Caputo y Javier Milei es lograr el equilibrio fiscal a través de un fuerte ajuste al gasto, esto se hace con mano mora y trampas. Lo primero porque lo está realizando con la licuación de las pensiones (44,5 por ciento de la reducción del gasto en enero) y la segunda, porque se hace con la trampa de derivar gastos a futuro. Además, el equilibrio fiscal enfrenta un problema: al bajar el gasto se deprime la demanda, o sea las ventas, y ello repercute directamente en los ingresos por IVA. Y como por cada punto que cae el producto la recaudación merma en un 0,2 por ciento la meta se va desplazando en el tiempo. Y lo que es más importante, esto se hace empobreciendo a la población y ahogando a las provincias.
Los numerazos que Milei proclama sobre la capacidad de reducir la inflación se hacen desde análisis toscos: la desaceleración de la inflación de enero y febrero respecto al 25,5 por ciento de diciembre más que éxitos de la gestión son el resultado del ancla cambiaria del 2 por ciento basada en la fuerte devaluación de diciembre por la brutal caída de la actividad y la natural sobre reacción a la devaluación. Que sea un numerazo una inflación de un 13,5 por ciento, es decir mayor que la más alta de la gestión anterior, se explica solo por la disminución sobre la sobre inflación que este gobierno ha provocado. Un pobre sofisma económico.
Pero lo que sí empieza a quedar claro para todos o casi todos, es que el precio de la juerga no la está pagando la casta sino los jubilados, trabajadores, jóvenes y sobre todo niños argentinos que ven el incremento de los alimentos, salud, educación, transporte, y energía mientras disminuyen los salarios, pensiones y subsidios. Los remedios empiezan a percibirse mucho peor que la enfermedad, pero el médico que insiste en aplicar una terapia tan inútil como cruel sigue en su puesto y seguirá probablemente hasta cuando ocurran tres cosas: 1) los niveles de pobreza superen los niveles en que se convierte en factor directo de criminalidad; 2) los beneficiados de las políticas de shock empiecen a conocerse y 3) el presidente pierda autoridad en la nación y legitimidad en la gente.
Tampoco parecen ayudarlo las fuerzas del cielo como pretendía en el discurso al parlamento a principios de marzo porque hasta el espiritualismo mediático tiene sus límites. Cuando en el Tedeum el Rabino Shimon Axel Wahnish le recordó al presidente lo que Salomón pidió a Dios para su gobierno poniendo, entre ellas la templanza virtud que se echa en falta cuando descalifica públicamente las decisiones de su vicepresidenta Villarruel, injuria a los opositores, o insulta a la prensa crítica de sus medidas antisociales. Ni sabiduría de la cábala ni la fe de la Torá pueden remediar lo irremediable:Javierito sigue siendo el niño malcriado con rasgos sociópatas y aferrado a la compensación frágil de las redes. Mientras más difícil resulta liderar equipos de trabajo más se concentra en la guerrilla de twiters. Se comenta que su largo mutismo en las reuniones de gabinete contrasta con su compulsiva actividad twitera. Cree estar en todo y acaba por no estar en nada: Cuando reconoce no estar enterado de que en momento de recortes y despidos masivos de funcionarios había autorizado el incremento de su propia remuneración de presidente (46 %!!) sus reacciones rozan el comportamiento histérico como destituir a funcionarios en vivo en un programa de televisión por motivos que más tarde se comprobaron completamente infundados. Mucho desgaste político en tan poco tiempo.
Es cierto que las últimas encuestas, no parecen mostrar por ahora, una clara caída de su popularidad, pero no es menos cierto que salvo en los varones jóvenes su identidad empieza a debilitarse.
Entre tanto, en esa Argentina poblada por italianos que hablan español al decir de Jorge Luis Borges el país se debate entre la esperanza de los votantes duros y fieles a Milei, los que esperan a ver qué pasará en los próximos tiempos, y los que se preparan para movilizarse en las calles. Pero, pase lo que pase, ya ni el tango pondrá la letra, ni el peronismo los límites, ni el psicoanálisis interpretará la música del inconsciente colectivo, ni el europeísmo de Jorge Luis Borges distinguirá a la Argentina culta, moderna y vanguardista.
Si Milei dura poco y los argentinos dicen a rey muerto rey puesto; el mileiismo no morirá necesariamente. Quedará, probablemente, no solo como un amargo período de castigo a los más débiles, sino principalmente, como el recuerdo, de cuando la Argentina única y total de Osvaldo Soriano se quebró totalmente.