En la curva centrífuga.

por Jorge A. Bañales

Los estadounidenses lucen cada vez menos adeptos al gobierno federal y más interesados en las atribuciones de los Estados, al tiempo que la posibilidad de violencia armada es asunto que emerge con frecuencia creciente en la discusión política.

Deterioro de la imagen

Una encuesta de Gallup encontró que en 2020 apenas el 30 % de los estadounidenses tenía una imagen positiva del gobierno federal, y un año después sólo el 26 % de los encuestados daba mucho crédito a las instituciones federales –desde la Casa Blanca al Congreso, el Tribunal Supremo de Justicia y los muchos ministerios—con sede en Washington.

Otra encuesta, ésta realizada por el Centro Pew entre el 25 de abril y el 1 de mayo pasados, encontró que mientras el 32 % de los estadounidenses tiene una opinión favorable del gobierno federal en Washington, el 54 % la tiene mejor acerca del gobierno de sus estados, y el 66 % expresa una opinión más favorable del “gobierno local”, una categoría que incluye municipios, condados y entidades como la policía y las juntas escolares.

La tensión entre las atribuciones del gobierno federal y las de cada uno de los estados de la república ha sido permanente en la historia del país que tuvo su primera etapa en un sistema “confederado” en el cual, a los efectos prácticos, no había un gobierno nacional. La experiencia no fue muy elogiable y el país adoptó en 1788 una Constitución que dio a los estados atribuciones básicas y otorgó al gobierno federal poder en ciertas áreas. La puja, que llevó a una Guerra Civil con más de 600.000 muertos y medio millón de heridos y 400.000 desaparecidos entre 1861 y 1865, vuelve al primer plano ahora en disputas como la que rodea el aborto, la legalización de la marihuana, la inmigración, el control de las armas de fuego, y la forma en que las escuelas enseñan sobre racismo, género y orientación sexual.

Gallup ha estado encuestando sobre este asunto desde 1936 cuando, en medio de la Gran Depresión y la gigantesca movilización gubernamental timoneada por el presidente Franklin D. Roosevelt, el 56 % de los consultados aprobaba la intervención enérgica del gobierno federal.

Cuando Gallup volvió a esta consulta en 1981, el primer año de Ronald Reagan en la presidencia, el 56 % de los encuestados favorecía a los gobiernos estatales con solo el 28 % inclinado a un gobierno federal poderoso. En 2016, Gallup encontró preferencias parecidas: el 55 % de los encuestados a favor del gobierno estatal y el 37 % partidario de un gobierno central eficaz y efectivo.

La derecha mesiánica

La derecha en Estados Unidos es, actualmente, algo más bien descripto por el término de reaccionario. Es una reacción contra los enormes cambios económicos y sociales de décadas recientes que han difuminado los mitos y principios que ilustraban la imagen de una nación, y han traído diversidad demográfica y un patas arriba generalizado en el cual los jóvenes son los que enseñan a sus mayores cómo se opera en el mundo digital.

El movimiento reaccionario incluye elementos como el “nacionalismo cristiano”, una noción de Estados Unidos como país hecho por y para los cristianos blancos (y preferentemente, no católicos), pero abarca también a millones de padres y madres que ven en la escuela pública aspectos de educación que ellos no aprueban.

Junto con predicadores de las “mega churches” sin denominación específica, el movimiento atrae a la clase trabajadora que ha perdido puestos de empleo y prestigio social en décadas de globalización, y a grupos extremistas y marginales de supremacía blanca, versiones recocidas de nazismo y antisemitismo, y los defensores intransigentes del derecho que a los ciudadanos ha dado Dios de tener armas de fuego.

También incluye un número creciente de votantes latinos que encuentran en el Partido Republicano un aprecio mayor que en el Demócrata por las tradiciones familiares, la disciplina en la educación de los hijos, la iniciativa y el entusiasmo por iniciar pequeños negocios, y el patriotismo fresco de quienes acaban de adquirir patria.

Actualmente 23 de los 50 Estados de la nación tienen gobernadores republicanos y este partido controla la mayoría en las legislaturas de 30 estados.

Una encuesta realizada por YouGov para Yahoo a comienzos de julio encontró que en los estados con gobiernos republicanos el 35 % de los consultados opina que su estado “estará mejor” si se separa de Estados Unidos y se convirtiera en un país independiente.

         El 86 % de esos votantes opina que el gobierno federal “no funciona bien”, y el 67 % opina que “no funciona en absoluto”.

         A nivel de todo el país, y según esta encuesta, apenas el 17 % de los estadounidenses quiere que su Estado abandone la Unión y se convierta en país independiente, y el 19 % opina que debería haber dos países, uno gobernado por los demócratas y otro por los republicanos.

El sentimiento separatista sigue siendo minoritario, pero al mismo tiempo es más apasionado y optimista que la inercia y desánimo que afecta a la sociedad en general. En la franja reaccionaria con ingredientes religiosos hay un fervor que anticipa el momento de una redención, ya sea por la segunda visita del Mesías, o por el triunfo de los mesías disponibles en el futuro previsible.

Los reaccionarios, con sus muchas franjas, tienen un elemento unificador: el imaginario de una nación excepcional donde los hombres son hombres, las mujeres son mujeres, los jóvenes son respetuosos, los mayores son sabios y los soldados son héroes.

La izquierda boba

Una abigarrada multitud de grupos, grupúsculos, organizaciones no gubernamentales, fundaciones que abogan por causas diversas y tribus que se definen por generación u orientación/preferencia/identidad sexual, se redefinen y vuelven a fragmentarse conforman lo que en EE.UU. pasa por izquierda.

En principio este segmento de la ciudadanía se inclina a favor del Partido Demócrata el cual, para asegurarse los votos, presenta propuestas de gobierno que van mucho más allá de las posibilidades reales de cualquier presidente, y las capacidades de un Congreso ineficaz.

Los reaccionarios nunca ofrecen grandes planes de gobierno porque su ideología sostiene que el mejor gobierno es el que menos gobierna. En lugar de leyes y programas de alcance nacional, los reaccionarios apuntan a los gobiernos locales y estatales, donde siguen ganando terreno.

La izquierda, entre tanto, continúa empujando causas particulares, las demandas de minorías en asuntos que, claramente, actúan como irritantes y e inflaman la militancia reaccionaria.

Los demócratas en el Congreso gastan su tiempo y energías en la investigación de la insurrección del 6 de enero de 2021, el aborto, la equidad/igualdad de géneros, la situación de los inmigrantes indocumentados, o el prurito de llamar “Latinx” a los latinos en aras de la corrección no binaria.

Mientras tanto, una encuesta de CNN esta semana mostró que el 67 % de los votantes opina que los candidatos demócratas al Congreso en el área donde ellos viven no prestan atención suficiente a los problemas más importantes. Para los votantes los asuntos de mayor urgencia son, ahora, la situación económica (el 67 % preocupado por la inflación), las armas de fuego o el crimen.

Los “asuntos sociales” – como los derechos de personas con diversas identidades o preferencias sexuales – preocupan, pero no tanto a la mayoría de los votantes. Y quienes más militan por estos intereses de minorías, son menos disciplinados que los reaccionarios cuando los debates y votaciones ocurren a nivel local.

A un año y medio del fin del gobierno del presidente Donald Trump y comienzo de gestión de Joe Biden, los reaccionarios se mueven a paso de vencedores, y la izquierda desilusionada se ha desbandado sin mucho pataleo.

Nubarrones

Robert Pape, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago, opina que “la idea de que la violencia es legítima para propósitos políticos se ha trasladado al discurso general”.

         “Sigue siendo una minoría, pero si uno tiene del 10 al 15 por ciento de una comunidad que cree que la violencia es aceptable para algunas causas políticas, eso simplemente engendra más violencia para esas causas”, agregó.

La irrupción de Donald Trump en el escenario político estadounidense desde 2015 trajo una dosis tóxica de violencia verbal, incluidos insultos y amenazas que, primero, escandalizó a la opinión pública y luego, por reiteración, pasó a ser aceptada como casi normal. Otros políticos se subieron al tren de los vituperios, y con la venia de los prominentes se multiplicó la violencia física.

El Departamento de Justicia ha documentado tanto el incremento de los grupos extremistas –de derecha y de izquierda – como el número de ataques que incluyen la agresión física, las pintadas en sinagogas e iglesias, la quema de edificios, el uso o amenaza de bombas y las amenazas de muerte.

En junio un boletín del Departamento de Seguridad Nacional sobre amenazas terroristas indicó que la violencia en el país está cada vez mas vinculada con motivos políticos

En un análisis centrado en 193 personas detenidas durante el asalto al Congreso en enero de 2021, Pape y sus colegas determinaron que el 53 % de los insurrectos provenía de condados donde en la elección de 2020 ganó el demócrata Joe Biden.

El 86 % de esos sediciosos no tenía afiliaciones con grupos extremistas o milicias, el 51 % tenía sus propios negocios o empleos de oficina y el 15 % había estado en las fuerzas armadas.

Esto, según Pape, indica que la aceptación del uso de la fuerza con fines políticos se ha extendido más allá del circuito tradicional de las milicias de supremacía blanca. El estudio encabezado por Pape sostiene, asimismo, que la amenaza de violencia no es exclusiva de la derecha o de la izquierda.

También te puede interesar

Deja un comentario