Las balaceras con varios muertos y heridos se repiten en Estados Unidos y con ellas se reitera el debate sobre la posesión de armas de fuego y con él aumentan las compras de armas y munición. El país, con menos del 5 % de la población mundial, tiene el 46 % de las armas de fuego en manos de la ciudadanía.
Datos efímeros
A la hora de este martes 24 de enero cuando comienza la composición de este artículo ha habido en Estados Unidos, en lo que va del año, al menos treinta y nueve de las llamadas “matanzas” con armas de fuego que han dejado casi cuarenta muertos y alrededor de 60 heridos. Las más recientes en California, uno de los estados con leyes más estrictas sobre la compra, venta y posesión de esas armas.
Es posible que para cuando el artículo se difunda, las cifras hayan crecido.
A los efectos de este artículo se usa el término “matanza” de la forma que lo define el Buró Federal de Investigaciones (FBI): un incidente en el cual hay al menos cuatro personas muertas o heridas, sin contar al pistolero que, habitualmente, termina suicidándose o suicidado por la policía.
De acuerdo a esa definición, al 24 de enero del año pasado había habido en todo el país una sola de tales matanzas. En todo 2022 hubo 617 matanzas, después de 690 en 2021 y 619 en 2020.
Las matanzas, que atraen enorme atención mediática con su repertorio de congojas, reclamos, acusaciones y excusas, no son el componente sustancial de la violencia armada en Estados Unidos. En realidad no suman más del 4 % de los muertos y heridos por esas armas.
De acuerdo con Gun Violence Archive, en los mismos 24 días de este enero ha habido 2.801 muertos y 2.134 heridos en todo el país en incidentes vinculados a las armas de fuego. Casi el 60% de tales incidentes son suicidios, y otro 35 % lo ocupan los crímenes, con un saldo menor por los accidentes y las operaciones policiales.
Un análisis de la tasa de homicidios con armas de fuego entre países con ingresos medios y altos, hecho por el Institute for Health Metrics and Evaluation, encontró que Estados Unidos encabeza de lejos la lista con 4,12 homicidios con armas de fuego por cada 100.000 habitantes, seguido por Chile con 1,82/100.00 y Canadá con 0,5/100.000.
Dentro de EE.UU. las tasas de estos homicidios varían desde 17,01/100.000 en el Distrito de Columbia y 9,79 en Louisiana a 1,17 en Vermont, 1,05 en Maine y 0,91 en New Hampshire.
Entre 2004 y 2021 la tasa de mortalidad por armas de fuego aumentó un 45 %, y los índices de homicidios con estas armas fueron más elevados entre los hombres negros e hispanos, al tiempo que las tasas de suicidio fueron más altas entre los hombres blancos mayores de 70 años.
En 2022 hubo al menos 44.287 muertes por armas de fuego –incluidos homicidios, suicidios, accidentes y acciones policiales. La cifra puede leerse impresionante pero es similar a la de muertes en accidentes de vehículos automotores.
Demasiadas armas, dicen unos
Dado que no existe en Estados Unidos un registro nacional de las armas de fuego que poseen los civiles, las cifras varían según el ábaco con que se cuentan: para quienes abogan por más controles del armamento, las que ya hay son demasiadas, y para quienes se atienen al mandato constitucional que prohíbe las restricciones, las que ya hay son excesivas.
Según Statista, el porcentaje de hogares en EE.UU. donde hay una o más armas de fuego se ha mantenido relativamente estable desde 1972 oscilando entre el 37 % y el 47 %. En 2019, antes de la pandemia, esa presencia estaba en el 37 % de los hogares, saltó al 42 % en 2020 y a fines del año pasado estaba en 45 %.
Con una población de 326,7 millones hay quienes calculan que hay en posesión de la ciudadanía entre 320 millones y 380 millones de rifles semi automáticos, escopetas, rifles de cerrojo, pistolas semi automáticas y revólveres, además de miles de millones de municiones de todo calibre.
Esa posesión no es pareja: aproximadamente el 7 % de los ciudadanos armados posee el 33 % de esas armas ya sea porque son coleccionistas, aficionados al tiro deportivo o a la caza, o porque se preparan para sobrevivir al colapso del orden social. Lo cual significa que hay, por el otro lado, decenas de millones de personas que no poseen armas.
Demasiadas reglas, dicen otros
La National Rifle Association (NRA), que viene siendo el agente de relaciones públicas de unos cinco millones de armatenientes, protesta que hay alrededor de 20.000 leyes federales, estatales, de condados y municipios que regulan y restringen la compra y venta, la tenencia, porte y uso de las armas de fuego.
Por su parte el Centro de Política Urbana y Metropolitana en Brookings Institution sostiene que ese dato es falso y que no hay miles de tales leyes sino unas 300.
Sean pocas o sean muchas, los defensores intransigentes de la Segunda Enmienda de la Constitución –según la cual “no se infringirá el derecho del pueblo a tener y portar armas”- sostienen que, aparte de violar el concepto constitucional todas esas reglas y leyes de poco sirven para prevenir el crimen.
El razonamiento es simple: a los criminales poco les importa la ley. Es por eso que son criminales. Si se excluyen los suicidios, los accidentes, las acciones policiales, y los homicidios perpetrados en el contexto de la violencia doméstica o de pareja, la gran mayoría de los homicidios con armas de fuego involucran armas robadas.
En su gran mayoría los armatenientes son ciudadanos pacíficos, respetuosos de las leyes, que cuidan dónde y cómo guardan las armas y las municiones en sus casas.
El otro punto en el cual los intransigentes hacen énfasis es la exactitud de los términos que se emplean en el debate, con la demonización de lo que los medios y políticos llaman “armas de asalto” o “armas de guerra”, y en especial del rifle AR-15 o los que lo imitan. (AR no significa assault rifle, sino el nombre de la firma que lo inventó: Armalite Rifles).
Esos rifles no tienen, como las armas de guerra, la capacidad de disparo automático en ráfagas –por algo se llaman semi automáticos- y tanto el AR-15 como sus imitadores usan munición calibre .222, similar a los tan populares rifles calibre .22. La diferencia no está en el calibre, sino en la carga de explosivo.
Cuando los partidarios de las restricciones hablan de “prohibir las armas de asalto”, los intransigentes se acaloran denunciando la intención aviesa de dejar a la ciudadanía inerme y expuesta, primero a los criminales, y más luego a los designios malévolos del gobierno totalitario.
Una encuesta del Centro Pew encontró que el 95 % de los agentes policiales entrevistados favorece leyes que impidan la venta de armas a personas con problemas de salud mental, el 88 % apoya la idea de requerir una verificación de antecedentes en las compras de armas en privado (no en las armerías), pero sólo el 61 % cree que debería crearse un banco de datos federal para el rastreo de todas las compras y ventas de armas. Es más, sólo el 32 % de los policías cree que una prohibición de las tal llamadas “armas de asalto” ayudaría a reducir la violencia armada.
En cuanto a la opinión pública, una encuesta del Centro Pew halló que la violencia armada es apenas el cuarto motivo de preocupación para los votantes después de la asequibilidad del cuidado de la salud, el déficit del presupuesto federal, el crimen violento y la inmigración ilegal.
Esa misma encuesta muestra que el 53 % de los adultos opina que las leyes pertinentes a las armas deberían ser más estrictas, un 32 % opina que las leyes son ya adecuadas, y un 14 % cree que debería haber menos regulaciones.
Lo que contribuye al status quo es la divergencia política: el 80 % de los republicanos cree que las leyes existentes ya son adecuadas o debería haber menos de las tales, en tanto que el 96 % de los demócratas quiere que las leyes sean más estrictas o que se mantengan las ya promulgadas.
Así, a la hora de la congoja, medio país llora y acusa, y el otro medio reza las condolencias y se atiene a la noción de que las que matan no son las armas sino quienes las disparan.
A las armas
En Estados Unidos hay casi 12.600 fabricantes de armas y munición, y quienes abogan por más controles sostienen que es una industria que opera, básicamente, sin reglamentaciones gubernamentales.
La fabricación alcanzó una cima de 11,5 millones de armas en 2016, bajó en 2018 a alrededor de 8,7 millones y, tras los temores de la pandemia y la polarización política ha vuelto a subir a los 11 millones de armas por año.
Hay decenas de fabricantes de munición y se calcula que la producción anual ronda por los 10.000 millones de unidades en toda la gama de calibres, con precios desde los tres centavos de dólar por una bala calibre .22 largo, a los cuatro dólares por las de mayor calibre. Las fábricas siguen operando día y noche, toda la semana, y en varias instancias desde la pandemia la demanda a superado la oferta, abriendo una oportunidad para la importación.
Entre las municiones más baratas –y de poco prestigio- se cuentan las de marca Tula procedente de la fábrica del mismo nombre en Rusia que ha estado fabricando munición desde 1880. Muchos usuarios evitan la compra de munición Tula porque sospechan que su casquillo de acero es perjudicial para las armas.
Las armas de más producción son las pistolas con poco más de 3 millones de unidades, seguidas por 1,9 millones de rifles, 580.600 revólveres, y 480.000 escopetas.
La popularidad de las pistolas y los revólveres refleja, en gran medida, el ingreso masivo de las mujeres al contingente de compradores y su preferencia por armas pequeñas que pueden portarse, ocultas, bajo la ropa o en una cartera. Las mujeres conforman el segmento de crecimiento más rápido entre los nuevos compradores y el slogan de la venta en esta área es la “defensa personal”.
En materia de pistolas las más vendidas, tal como ha ocurrido por varios años, son las Glock en sus diversas versiones con precios entre los 430 y los 500 dólares, seguidas por la Sig Sauer P365 que se vende a unos 500 dólares.
La oferta de revólveres es muy variada con precios que van desde los 100 dólares por un Arms Rough Rider de Heritage, calibre .22 y acción simple, al Colt Python .357 de doble acción que se vende, usado, a unos 4.500 dólares.
La firma brasileña Taurus sigue expandiendo su negocio en Estados Unidos con una gama muy atractiva, en precios y calidad, de revólveres y pistolas semiautomáticas.
Los rifles, que se comercializan especialmente para la “defensa del hogar”, tienen sus mejores ventas en calibre .22 largo o .22 magnum, con modelos como el Smith &Wesson Sport 15 (el número indica el número de municiones en el cargador) que se vende por 550 dólares, y su versión M&P 15 II (militar y policial) que dispara la municón 5.560 de la OTAN.
Los precios de las escopetas van desde 250 dólares por una Mossberg Maverick 88 a los 2.000 dólares de una Benelli M4.
La firma IBISWorld de análisis de mercados indica que el valor de la industria de fabricación de armas en Estados Unidos, que andaba por los 16.000 millones de dólares en 2019 ha crecido año tras año desde entonces y llegará este año a los 21.900 millones de dólares.
Estos expertos calculan que la producción de armas y munición crecerá este año un 3,9 % y ha aumentado un 8,2 % por año en promedio desde 2018.
“El volumen de mercado de la industria fabricante de armas y munición en Estados Unidos ha crecido más rápido que la economía en general, y que el resto del sector manufacturero”, apunta IBISWorld.