Todo está guardado en la memoria…
Sueño de la vida y de la historia…/León Gieco
Demoré en escribir estas líneas, golpeado por la partida de un amigo entrañable y asumiendo que, con su habitual reserva y discreción, Jorge Silva Ortiz me habría aconsejado despedirlo en silencio. Sin embargo, me resultan ineludibles, trascendiendo lo ya revelado en las ediciones (octubre 2002 y julio 2013) del libro “Disparen a la bandada/Crónica secreta de los crímenes en la FACH contra Bachelet y otros”, resultado de una exigente investigación que no habría realizado sin la motivación surgida tras mi reencuentro con Jorge después de 28 años que nuestras existencias se habían cruzado en circunstancias límites. Créanme que fue muy marcador iniciar una amistad con quien me había salvado de un abrupto final a mis 24 años de edad, pero más aún el cultivo de una fraternidad incondicional en los 23 años siguientes, extendida a nuestro entorno familiar en aquel cruce permanente trascendiendo las distancias geográficas entre Londres y Santiago de Chile.
Recuperar las vivencias con Jorge Silva es indisociable de la luminosidad de Nelsa, lúcida mujer, de profesión enfermera, su aguda y bella compañera de vida durante 54 años; de su hija Bárbara, geógrafa, residente también en Londres, que muy generosamente se hizo cargo de cubrir el angustiante silencio final de Jorge para contarme de su partida; y de su hijo Simón, emprendedor ingeniero que conocí hace años acá en Santiago(las dos hijas del primer matrimonio de Jorge en Santiago no las conocí). No se me olvida el encuentro de mis hijos con Jorge en una de sus primeras visitas a Chile. Francisca, que nació durante mi encierro en el Estadio Nacional, le agradeció emocionada el acto de valentía que le permitió conocer a su padre; Antonio, de menos palabras, lo abrazó conmovido: a fin de cuentas, todos estábamos juntos y vivos. ¿Cómo no recordar ese momento?
Así voy rearmando los eslabones que cruzaron nuestras vidas, desde que junto a Felipe Agüero llegamos, el 16 de septiembre de 1973, luego de ser apresados en las proximidades de la población La Legua, a la Base Aérea El Bosque, empezando a conocer en carne propia la criminal brutalidad represiva que se extendía por todo el país. Allí fue el primer encuentro con el capitán de bandada Jorge Silva. Meses después, sorprendidos, nos volveríamos a ver en la entonces Cárcel Pública de Santiago, cruzando solo monosílabos. Inesperadas circunstancias permitirían un demorado reencuentro cara a cara, en una mañana con tibio sol del invierno santiaguino de 2001, cuando Jorge llegó a mi oficina.
Unos meses antes Felipe Agüero, ya atragantado, había resuelto desenmascarar a uno de sus torturadores durante los interrogatorios en el Estadio Nacional: Emilio Meneses Ciuffardi, quien se desempeñaba, olímpicamente, hace años como académico de Ciencia Política en la Universidad Católica, dictando la cátedra “Ministerio de Defensa”, publicando columnas de prensa sobre la materia y ganando cierto prestigio entre parlamentarios y autoridades del gobierno democrático. El trascendido escaló a partir de una entrevista a Felipe en Revista Cosas, publicada en los inicios del 2001. Meneses, militante de ultraderecha durante el gobierno de la Unidad Popular, realizó su servicio militar en la Infantería de la Armada y, como oficial de reserva, se incorporó al grupo de interrogadores del Estadio Nacional en septiembre de 1973. El ofendido académico no encontró mejor respuesta que una querella por injurias en contra de Felipe Agüero. Un verdadero tiro por la culata, en la misma medida que se sumaron nuevos denunciantes – incluida América Zorrilla, una mujer ultrajada cobardemente por Meneses- que lo identificaron como torturador, durante un proceso judicial que culminaría con el sobreseimiento definitivo de Felipe y la obligada renuncia del académico a la universidad.
Cuando el ingeniero Carlos Silva leyó aquella entrevista a Felipe Agüero, en marzo de 2001, la envío a su hermano Jorge en Londres, donde residía el capitán de bandada tras su expulsión del país luego de su encarcelamiento, torturas y condena en un muy publicitado Consejo de Guerra, ordenado por el General Gustavo Leigh, que lo mantuvo en prisión hasta el 23 de agosto de 1977.
Un párrofo de aquella noticia sobre los dichos de Felipe Agüero removió la memoria de Jorge Silva:” el día que lo detuvieron venía de una reunión con Gazmuri en una población del sur de la capital, en auto con Fernando Villagrán. Era el 16 de septiembre. Por evitar un control policial, se metieron en una calle donde los paró un grupo del Ejército. Venían con un instructivo del partido y terminaron en la Base Aérea El Bosque. Pero, sin que lo supieran, los ayudó un oficial que los interrogó y que se encargó de que esa misma noche salieran en un bus hacia el Estadio Nacional (…) Si nos hubiesen dejado allí, con el papel que andábamos, estaríamos muertos. Supe después que era el capitán Silva, quien terminó preso. Lo vi después en la Cárcel Pública”
Entonces Jorge Silva, desde Londres, reabrió aquella congelada conversación que yo había intentado imprudentemente en el patio de la cárcel, a la hora que los presos de la galería que ocupábamos los civiles podíamos salir unos minutos para pedir medicamentos que repartía inútilmente un practicante, y nos cruzábamos con los recluidos en la galería vecina repleta por las decenas de oficiales y suboficiales de la FACH sometidos a un Consejo de Guerra caratulado “Contra Bachelet y otros”. Yo lo hice sorprendido por la presencia de un rostro que, hasta ese momento, solo recordaba como el de uno de los duros interrogadores en la Base Aérea El Bosque. Días después, el 12 de marzo de 1974, el capitán Silva, junto al médico, comandante de grupo, Álvaro Yañez, intentaron auxiliar y reanimar al general Alberto Bachelet Martínez, que sufrió un infarto provocándole la muerte tras retornar de la Academia de Guerra Aérea (AGA), donde fue sometido, amarrado de manos y encapuchado, a un último y cruel interrogatorio bajo el control del coronel Horacio Otaíza.
Después de 27 años, se abrió una conversación vía e -mail, que terminaría marcando insospechadamente nuestras existencias. El capitán Silva, con su franqueza característica, recordaba nuestro primer encuentro: “(…) Te dirigiste a mí, pensando que yo era otro muchacho de tu edad al que podías tratar de tú, con una confianza que no entendías que carecías e indirectamente colocándome en una situación difícil de controlar. Eran los momentos, no debes olvidar, en que muchos se creían dioses y, como los hechos posteriores los demostraron, dueños incluso de las vidas de quienes apresaban. Obviamente, yo no estaba en ese juego, pero sí debíamos simularlo. Tu actitud me obligaba a frenarte en la forma dura con que se trataba a los prisioneros y al no actuar de esa forma me colocaba en una posición difícil (…) Eran los tiempos cuando el odio y el crimen campeaban en la Base Aérea El Bosque. Recuerdo que esa tarde me dijeron: “Estos dos están seleccionados para hoy en la noche” (…) Sólo atiné a ordenar que los enviaran en el primer convoy que salía al Estadio Nacional, para de esa manera “robarlos” y evitar que ustedesestuvieran en la base esa noche (…)”
El reencuentro personal se produjo entonces desde la franqueza ineludible tras la experiencia vivida. No dejaba de conmoverme conversar libremente con quien me había salvado de una muerte temprana. Más aún cuando los tormentos nuestros parecían menores frente a los soportados prolongadamente por oficiales y suboficiales de la FACH de parte de quienes habían sido sus camaradas de armas.
Se inició así una conversación infinita que la partida de Jorge no detendrá en mi memoria. Pasan los años y las ausencias no son tales cuando no olvidamos.
Se cumplirán 51 años desde aquel golpe cívico militar que la contingencia inmediata y sus urgencias no pocos aprovechan para olvidar convenientemente.
Por lo mismo cobra sentido recuperar un episodio histórico que involucró a Jorge Silva y le pasó una cuenta extrema. El capitán de bandada, eximio paracaidista, fue el más joven hombre de Inteligencia de la FACH enviado a la entonces recurrida Escuela de las Américas en Panamá, bajo control directo de USA en tiempos de la guerra fría. Quien decidió aquella destinación fue el entonces comandante Mario Jahn.
Jahn, antes del triunfo de Salvador Allende en la elección presidencial de 1970, concentraba sus tareas en identificar y seguir los pasos de los oficiales considerados constitucionalistas. Apenas electo Allende, el comandante desapareció de escena, viajó a Panamá, asumiendo esas funciones de contrainteligencia el capitán Silva.
Tras el atentado que costó la vida al comandante en jefe del Ejército René Schneider, el 25 de octubre de 1970, y frustrado el intento golpista para impedir la asunción presidencial de Allende, se ponía en marcha otra operación criminal, con intervención protagónica de mandos sediciosos de las fuerzas armadas, algunos en retiro y otros muy activos. Fue cuando Jorge Silva, citado con información engañosa, llegó a Viña del Mar, siendo recibido por el recientemente retirado comandante Sergio Montero. Éste, aludiendo a la confianza transmitida por Mario Jahn, y en compañía del almirante Horacio Justiniano y del comandante del Regimiento Coraceros, le indicó al sorprendido visitante que requerían de su ayuda con armamento automático y personal de confianza para cubrir la retirada de quienes ultimarían a Salvador Allende durante su visita programada para el próximo fin de semana. La sorpresa del capitán aumentaba, junto a la reiteración de los convocantes sobre el conocimiento que tendría de lo planficado el entonces comandante en jefe de la FACH, Carlos Guerraty.
Con elusivas, Silva respondió que debía realizar algunas consultas y regresó de inmediato a Santiago. Instalado en la oficina del Departamento de Contrainteligencia, el capitán redactó un detallado informe de lo ocurrido para presentarlo al día siguiente al General César Ruiz Danyau, quien todos suponían sería el nuevo comandante en jefe de la FACH cuando asumiera Salvador Allende.
En aquel esperado encuentro, para sorpresa de Jorge Silva, Ruiz Danyau llamó a Guerraty pidiéndole que lo recibiera de inmediato. Al reunirse con quien aparecía mencionado en su informe escrito, éste le preguntó al capitán qué opinaba sobre lo planificado. Urgido Silva, respondió que, de llevarse a cabo, ello tendría un alto costo para la institución. Entonces el general le ordenó que viajara inmediatamente a Viña del Mar, lo hiciera de civil, y le comunicara a Montero que no debía hablarse nuevamente del asunto.
Ante la encrucijada el capitán resolvió no viajar y, a través de su conocido comandante Alamiro Castillo, tomó contacto con Miguel Labarca, secretario directo de Salvador Allende, quien escuchando el relato coordinó un encuentro con el mandatario electo que tuvo lugar aquella misma noche en un automóvil. Allende, extrañado por la conducta de Ruiz Danyau, le comunicó a Jorge Silva que en su próximo discurso haría público lo que escuchaba, y efectivamente así lo señaló entonces: “Hay un oficial de una rama de las fuerzas armadas, de apellido Montero, que dice que me quiere matar, pero advierto que tengo pleno conocimiento”
El alivio de Silva duró poco. Pronto recibió una instrucción escrita de Jahn para que retirara de la casa de Montero en Viña del Mar la munición de guerra que le había entregado. El capitán no lo hizo. Suponía que el comandante continuaba en Panamá. Sin embargo, éste lo citó a un rápido encuentro en el ministerio de Defensa. Allí su antiguo superior le informó que al día siguiente estaba citado a un encuentro personal con Salvador Allende, quien tenía en su poder el informe elaborado por Silva. Allende confiaba, una vez más, en su histórica muñeca personal, Jahn le juró arrepentimiento y retornó a Panamá, ciertamente continuando sus actividades vinculadas a la CIA.
Llegado el momento, Jahn cobró la cuenta. Desde el 11 de septiembre de 1973 escaló en sus funciones represivas, con la que llegaría a transformarse en uno de los oficiales superiores de la DINA y activo ejecutor en la Operación Cóndor de crímenes de lesa humanidad a través del continente.
Lo que no pudieron las reiteradas y brutales torturas aplicadas a Jorge Silva por Ramón Cáceres, Edgar Ceballos, León Duffey y Álvaro Gutiérrez, lo intentaría Jahn a través de una falsa libertad, sorpresivamente otorgada al capitán en la cárcel, para inmediatamente ser secuestrado. Una siniestra maniobra, amparada por Leigh, que terminó desbaratada por la urgente llamada telefónica del cardenal Silva Henríquez, quién alertado providencialmente de lo que ocurría, exigió visitar a su “pariente” Silva, condicionando así el regreso de Jorge a su celda en la cárcel.
Le sobraban razones al capitán para cuestionar las limitadas reparaciones institucionales del honor militar mancillado por quienes, en su inmensa mayoría, han disfrutado de la impunidad criminal financiada por el Estado, mientras algunos de los escasos procesados por la justicia – en línea con la conducta de Pinochet tras el regreso de su llorada detención en Londres -se intentaron refugiar en supuestas enfermedades mentales y una conveniente pérdida de memoria.
Pese a quien pese, todo está guardado en la memoria ¡Hasta siempre capitán!
4 comments
Conmovedor relato de una amistad surgida y acrecentada en el tiempo por las dificultades que les tocó enfrentar . El capitán Silva, si puede descansar en paz…
Eternamente agradecida por su valentía y gran coraje.
Fue un honor y una gran emoción conocerlo.
Capitán Silva, descanse en paz, somos muchos los que nunca lo olvidaremos.
Gracias por recordar a mi tío Jorge, sus palabras nos ayudan a reflexionar y a entender la ausencia de un valiente que pagó caro sus principios, estoy muy orgullosa del accionar tan humano, en condiciones tan dificiles.
Bello homenaje de Fernando Villagrán al Capitán Jorge Silva, estas memorias cobran especial sentido en estas fechas, pero siempre deberán hacerse presente. Para que Nunca más