En el contexto de la pandemia inmovilizante la despedida de Gracia Barrios– Premio Nacional de Artes Plásticas 2011 – distó de ser la que merecía su generosa existencia y aporte genial al arte y la cultura nacional, reconocidos mucho más allá de nuestras fronteras.
Su fecunda creación estuvo marcada por el contexto histórico y social en que comprometió su genio pictórico desde tiempos juveniles, con el aliento de su padre – Premio Nacional de Literatura, autor, entre tantas obras, de “El niño que enloqueció de amor” y “Gran señor y rajadiablos” – y así sus obras reflejaron en motivos y colores épocas históricas tan diferentes como el surgimiento de colores y magnitudes durante tiempos de la democracia previa al golpe cívico militar, que junto con obligarla a un exilio por una década en blanco y negro, la desafío en su retorno a Chile con el genio fecundo y creador que la distinguió y premió en las décadas posteriores.
Casada con el también premiado pintor José Balmes (que llegó joven en el legendario Winnipeg desde España; fallecido en 2016) sorprendía la autonomía creativa que los distinguía en sus respectivas obras con influencias marcadas y propias de sus diferentes orígenes y experiencias tempranas.
El genio creativo y fortaleza humana e intelectual de Gracia Barrios deja un legado inmenso para la formación de nuevas generaciones de artistas, impregnado de aquella independencia y autonomía que nutrió su obra en tiempos de grandes confrontaciones ideológicas que incidieron sin someter nunca su desafiante originalidad.
Conocerla y aprender de su experiencia, reflexiones y talento, traducidos en una magna obra favorecida por su genio creativo, es un legado que se agradece desde las propias limitaciones de quien se sintió premiado sólo por observarla y escucharla.