El diplomático estadounidense más controvertido de la historia de su país, estimuló activamente el golpe de estado chileno y avaló el Plan Cóndor, entre otras operaciones nefastas. Ciertamente murió con total impunidad
Confieso que cuando supe de su partida no pude dejar escapar un profundo suspiro y un “¡al fin!”. Durante largos minutos observé el rostro de este anciano de silueta encorvada, con sus anteojos negros de montura gruesa, esa voz nasal, mejillas flácidas y párpados encapotados. Un hombre con las manos manchadas de sangre, que murió -sin embargo- en la tranquilidad de su casa en Connecticut, en medio de una total impunidad y sin asomo alguno de arrepentimiento. Sospecho que fueron pocos en nuestro continente, al menos, los que lamentaron su muerte la semana pasada. Particularmente los chilenos.
La verdad es que, como criminal de guerra, debió haber muerto en la cárcel. No importa dónde.
Cuando Oriana Fallaci entrevistó a Henry Kissinger en noviembre de 1972, escribió “…no es seductor, tan bajo y robusto y prensado por aquel cabezón de carnero, ni siquiera es desenvuelto ni está seguro de sí. Antes de enfrentarse a alguien necesita tomar su tiempo y protegerse con su autoridad. Fenómeno frecuente en los tímidos que intentan ocultar su timidez y que, en este empeño, acaban por parecer descorteses. O serlo de verdad.”
Y le preguntó por el poder. El respondió: “El poder por el poder no me fascina en absoluto (…) Lo que me interesa es lo que se pueda hacer con el poder. Se pueden hacer cosas espléndidas, créame.”
Más adelante la periodista le dice: “Usted no es pacifista, ¿verdad”. “No, no creo serlo. Aunque respete a los pacifistas genuinos, no estoy de acuerdo con ninguno y en especial con los pacifistas a medias: los que aceptan la guerra por una parte y son pacifistas por la otra”, contestó.
Qué ironía: Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz al año siguiente, el mismo año en que Chile sufrió el golpe de estado que él articuló y avaló. El diplomático estadounidense más controvertido en la historia de su país fue pieza clave en el derrocamiento de Allende y de lo que se conocería posteriormente como el Plan Cóndor. Pero su protagonismo no se limitó sólo a América Latina. Como asesor en doce administraciones -desde Kennedy hasta Biden- sin ninguna noción de ética, ejerció una permanente práctica de abuso del poder y de la fuerza.
David Sanger, destacado periodista del New York Times, lo entrevistó en numerosas ocasiones durante el transcurso de siete años. En su obituario dijo “no hay cómo escribir acerca de la vida de Henry Kissinger sin enojar a casi todo el mundo”. Agregó que “algunos admiraban su visión y otros abominaban sus tácticas.” En un correo que me escribió hace unos días, comentaba: “Era de una personalidad muy compleja.”
«La polémica es inevitable, lo importante es dejar un legado para la historia«, escribe Kissinger en sus Memorias (tres volúmenes). Con un currículum tristemente célebre, sin ninguna hazaña espléndida, sus huellas dactilares están en gran parte de la política exterior de Estados Unidos y dan cuenta no sólo de un total menosprecio por el cumplimiento y defensa de los derechos humanos sino de un fuerte anticomunismo que rayó en la obsesión. Desde la guerra de Vietnam hasta Camboya, Bangladesh, Grecia y Timor Oriental. Promovió la prolongación de la guerra de Vietnam y los bombardeos sobre Camboya y Laos, permitió la guerra genocida de Pakistán contra Bangladesh y se contagió con la fiebre golpista militar en América Latina. Fue elogiado, entre otros, por figuras de dudosa vocación democrática como Putin y Xi Jinping.
Pese a que intentó desconocer el papel que cumplió en el Golpe chileno hasta el fin de sus días, su versión de los hechos no calza con la evidencia. Ya en septiembre de 1974, The New York Times revelaba las operaciones encubiertas de la CIA para derrocar a Allende. La desclasificación de miles de documentos revela que Kissinger influyó de manera decisiva en la política del gobierno norteamericano hacia Chile con su estrategia de presión y hostilidad. Sin amagos, como asesor de seguridad nacional y secretario de estado, se opuso ferozmente a la Unidad Popular porque creía que si la “revolución socialista” triunfaba se vería afectada la hegemonía norteamericana y el equilibrio mundial del poder. «No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo«, afirmó.
Ante el fracaso en impedir las elecciones presidenciales del 70, se empeñó en impedir la ratificación del triunfo de Allende. Días antes de la votación, Nixon se reunió con Agustín Edwards, propietario de El Mercurio, con el fin de discutir la estrategia para impedir que Allende asumiera la presidencia. Tras la muerte de Kissinger, el diario se refirió a Kissinger (en su portada) como “una figura clave en la diplomacia global del siglo 20”. No se refirió a su legado en Chile.
La persistente búsqueda del analista Peter Kornbluh del Archivo de Seguridad Nacional (con sede en Washington) ha revelado numerosas conversaciones privadas, llamadas telefónicas y operaciones políticas -entre noviembre de 1970 y septiembre de 1973- destinadas a derrocar al gobierno de Allende. “Chile podría terminar siendo el peor fracaso de nuestra Administración: ‘nuestra Cuba’ en 1972″, destacó Kissinger en un memorándum. Luego del atentado, alentado por Estados Unidos, en contra del general René Schneider, le comentó a Nixon que el ejército chileno resultó ser “un grupo bastante incompetente”.
Pero el Golpe se hizo. En su primer encuentro con el canciller de Pinochet, el vicealmirante Ismael Huerta, Kissinger le dijo que su país quería que su gobierno triunfara. Los buenos deseos se prolongaron en el tiempo. En 1976, en plena dictadura, Kissinger visitaba Santiago en el marco de la asamblea general de la OEA. Pese a que sus asesores le habían aconsejado mostrar una actitud crítica ante las violaciones a los derechos humanos, le dijo a Pinochet en una entrevista: “Queremos ayudarlo, no perjudicarlo. Mi evaluación es que usted es víctima de todos los grupos de izquierda del mundo y que su mayor pecado fue derrocar a un gobierno que se estaba volviendo comunista”. Meses más tarde Orlando Letelier era asesinado en Washington por la DINA.
Apoyó la guerra sucia en América Latina y fue el principal ideólogo del Plan Cóndor, la operación que impusieron las sangrientas dictaduras en América Latina en la década del 70 y 80.
Kissinger mantuvo reuniones con Jorge Rafael Videla y en 1978 asistió al Mundial de Fútbol en Argentina. Cuando se le preguntó entonces por su opinión del dictador argentino dijo: “Es muy inteligente, un hombre muy dedicado que está haciendo lo que es mejor para su país.” Tres meses después del golpe de estado, avaló los métodos de la represión y la barbarie, y animó a los militares a que “hagan lo que tengan que hacer rápido y vuelvan a la normalidad.” Vaya que cumplieron. Sólo en Argentina se calcula 30 mil detenidos desaparecidos (los chilenos fueron cerca de 120). El apoyo de Estados Unidos gatilló la desaparición y muerte de miles de jóvenes disidentes de izquierda en la región que, en su gran mayoría, tenían entre 20 y 30 años (Kissinger gozó del privilegio de cumplir un siglo).
Entre los miles de caídos están mi hermana María Cecilia (socióloga, 27 años) y su marido el médico argentino Guillermo Tamburini (32), secuestrados y desaparecidos el 16 de julio de 1976, en Buenos Aires. Sus cuerpos aún no han sido encontrados.
Cuando Pinochet fue detenido en Londres en 1998, el juez Baltasar Garzón pidió interrogar a Kissinger por su responsabilidad en el Plan Cóndor, pero el Reino Unido negó esa posibilidad.
En febrero del 2001, en entrevista con Elizabeth Farnsworth del NewsHour (Estados Unidos), la periodista le preguntó a Kissinger por qué en su reunión con Pinochet no le dijo que dejara de violar los derechos humanos. Él respondió que “primero que nada, los derechos humanos no eran un asunto internacional en esos días”. Ella insistió: “¿Por qué no le dijo: ustedes están violando los derechos humanos? Están matando a gente. Deténganse”. Kissinger intentó explicarle “dentro de nuestras limitaciones, estábamos tratando de hacer lo que podíamos para mejorar la performance en derechos humanos de Pinochet. (…) Me dijo que liberaría a algunos prisioneros y yo le dije ´Con estos prisioneros no es suficiente. Necesitamos establecer el habeas corpus y otras protecciones.’”
Más adelante, Farnsworth le pregunta por el caso Letelier.
–Conocí a Letelier. Me agradaba en lo personal. Fue prisionero en Chile y yo intervine ante los mexicanos, del gobierno mexicano, para su liberación y envío a México. Y lo vi, creo que dos o tres veces cuando estuvo en Washington como exiliado. Había contratado personalmente un guardia para él.
– ¿Fue un shock para usted que fuera asesinado en las calles de Washington?
– Pensé que era una atrocidad-dice Kissinger.
El expresidente George W. Bush dijo recientemente en un servicio conmemorativo celebrado en Nueva York: «Estoy muy agradecido por su amistad. Laura y yo extrañaremos su sabiduría, su encanto y su humor. Y siempre estaremos agradecidos por las contribuciones de Henry Kissinger«. Al mismo tiempo el anuncio de su muerte era recibido con extendidas manifestaciones de desprecio en las redes sociales del planeta.