No siempre las mujeres fueron perseguidas por sus conocimientos ni degradadas a la categoría de servidoras de sacerdotes o de los hombres en general. Hubo un tiempo previo, en los albores de la edad media, cuando algunas pudieron escribir, hablar de sexo, de ciencia e incluso de herejías que posteriormente le costaron la vida no solo a mujeres acusadas de brujas sino a científicos perseguidos por herejes.
En los inicios del siglo XI, en 1098, nació Hildegard von Bingen, una de las mujeres más polímatas de la historia. Ella fue filósofa, teóloga naturalista, científica, poeta y compositora entre muchas otras habilidades largas de enumerar, pues se dice que también fue precursora de la ópera y la primera mujer en hablar y asentar las bases de la sexología, incluyendo la defensa del derecho a gozar de la maravilla del orgasmo tanto femenino como masculino. Fue conocida como la Sibila del Rin y muchos han comparado su mente con la de Leonardo da Vinci.
Fue la décima hija de una familia noble y como se estilaba en aquel tiempo, su destino era y fue ser entregada a la iglesia a la edad de 8 años. Afortunadamente para ella, fue allí donde pudo encontrar los recursos para cultivar su inteligencia, promover sus pensamientos, sus visiones y los mensajes místicos que recibió a lo largo de su vida. El convento al que ingresó era benedictino y a ellos llegaban variados libros sobre cosmologías griegas para ser traducidos. De esta forma tuvo a su alcance volúmenes de ciencia, de historia natural, entre otros, que le permitieron instruirse y desarrollar una visión científica. Como consecuencia de esto ella escribió obras de medicina, de ciencia natural y de fisiología.
“En la misma visión, entendí los escritos de los profetas, de los Evangelios y de los demás santos y de algunos filósofos. Lo hice sin haber recibido instrucción de nadie. Expuse ciertas cosas basadas en ellos, aunque apenas tenía conocimientos literarios, al haberme educado como mujer poco instruida…”
Es necesario señalar que Hildegard von Bingen estuvo siempre protegida por las élites políticas y religiosas y que el Papa, impresionado por sus visiones, le concedió el derecho a escribir sus experiencias y desempeñar su labor como erudita, algo muy raro en su época, no solo por su género sino porque eran escasos los autorizados a escribir (tan solo los monjes, en general). Es importante destacar que tener el permiso papal para redactar esos tratados, la libró de ser acusada de herejía ya que a la abadesa von Bingen se la consideraba la voz de Dios en una sociedad guiada por la superstición. Ella sacó provecho de sus privilegios y escribió su primer libro en 1141: Liber Scivias en que habla de un tipo de cosmología basada en la tradición griega.
Aunque este libro marcó el inicio de su fama, que empezó a extenderse por toda Europa y dio pie a que la apodaran la Sibila del Rin, fue solo el comienzo de sus aspiraciones y deseos. Ella deseaba tener su propio monasterio hasta que lo consiguió y construyó el convento benedictino de Mount St, Rupert cerca de Bingen, Alemania donde, a partir de 1150 logra profundizar los estudios sobre medicina natural convirtiéndose en sanadora (cualquier otra, por esta mera razón habría sido considerada bruja). A continuación, viaja a través de Europa en una campaña para defender la paz y difundir sus ideas sobre ciencia y medicina. Para dimensionar estos viajes, hay que pensar que estamos hablando de la baja Edad Media y sus limitadísimas condiciones para el desplazamiento.
Es por ese entonces que desarrolla su trabajo más destacado como fue la enciclopedia Physica (Liber Simplicis Medicinae) donde entrega una detallada información sobre enfermedades y el uso médico de las plantas. Y quizás, por primera vez en la historia, recomienda y destaca la importancia de hervir agua a la hora de tratar enfermedades, limpiar el cuerpo y las heridas.
“No podemos vivir en un mundo que es interpretado para nosotros por otras personas. Un mundo interpretado no es una esperanza. Parte de nuestro miedo es recuperar nuestra propia habilidad para escuchar. Para usar nuestra propia voz. Para ver nuestra propia luz”, Hildegarda von Bingen
En el plano personal defendió incluso a personas que habían sido excomulgadas por la iglesia a las que ella defendió y llegó a darles sepultura en campos santos, algo que estaba absolutamente prohibido
„Cuando el diablo engañoso supo que el hombre, por inspiración de Dios, había empezado a cantar […], se sintió aterrorizado y atormentado y se dio a reflexionar y a averiguar […] cómo podría en adelante no sólo multiplicar en el corazón de los hombres las sugerencias malvadas y pensamientos inmundos o diversas distracciones, sino incluso en el corazón de la Iglesia, a través de disensiones y escándalos o mediante órdenes injustas, perturbando o impidiendo la celebración y la belleza de la divina alabanza y de los himnos espirituales. Por eso, vosotros y todos los prelados debéis reflexionar con extrema vigilancia, y antes de cerrar con vuestra sentencia la boca de alguien que en la Iglesia canta las alabanzas de Dios al suspenderlo y prohibirle recibir los sacramentos, antes de hacer todo eso, debéis examinar con cuidado las causas por las que lo hacéis, pensando sobre ellas con la mayor atención”. — Hildegarda de Bingen Carta en respuesta a la excomunión en 1179.
Otra gran mujer de la época fue Herrade de Landsberg que vino al mundo una centuria después, se estima que alrededor de 1130 y fue, como Hildegarde, también monja, nacida en una familia noble alsaciana y abadesa de Hohenburg en los montes Vosgos. Hay que remarcar que ser abadesa concedía a las mujeres una situación muy privilegiada en el marco de la sociedad de esa época.
Herrade es conocida, sobre todo, por ser la autora de la enciclopedia pictórica Hortus deliciarum (El jardín de las delicias)
Alrededor del 1165, Herrade comenzó la obra por la que sería conocida, el Hortus deliciarum, un compendio de todas las ciencias estudiadas en su época, incluyendo la teología. Este trabajo, en el marco de la actividad literaria del siglo XII, desarrolla una escritura muy elaborada y contiene 336 ilustraciones que ornamentan los textos. Las ilustraciones, realizadas con una técnica original y con una imaginación muy extraña entre los artistas de la época, representan simbólicamente asuntos teológicos, filosóficos, históricos y literarios. La poesía que los acompaña ha sido parte de la fama de Herrade porque, aunque tiene los defectos habituales de las obras literarias de entonces, las líneas poéticas son musicales y adaptadas a su propósito que es el servicio a la divinidad.
Solo para no olvidar, hay que precisar que en el scriptorium de Hohenburg trabajaban unas sesenta novicias en el Hortus. Aunque era un sistemático trabajo en cadena, el esfuerzo principal se enfocaba en las miniaturas para acentuar con toda probabilidad el carácter didáctico del Hortus, que era “una especie de libro de texto”, como sintetiza la historiadora M. Martinengo.
Herrade fue la coordinadora medieval del libro en el que tuvo la genialidad de incluir un retrato minucioso e individual de las monjas del scriptorium de Hohenburg como colofón de esta obra que significó treinta años de trabajo y que después de haber sido preservado durante siglos en la misma abadía de Hohenburg, pasó a la biblioteca municipal de Estrasburgo donde las miniaturas y el texto fueron copiados por expertos. Esto fue afortunado porque cuando el manuscrito original terminó destruido durante el incendio de la biblioteca de Estrasburgo en medio de la guerra franco – prusiana, se preservó la copia del mismo que es la que actualmente podemos apreciar.
De la vida personal de estas dos mujeres, prácticamente sabemos nada y eso nos habla de la poca o nula importancia que se daba a las mujeres que, en este caso podemos deducir tenían un gran poder para su época ya que las Abadías eran un verdadero complejo habitacional (una pequeña ciudadela) que permitía que se autoabastecieran y ello implicaba un gran número de personas a cargo de la Abadesa.
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Excelente crónica sobre esas dos monjas que plasmaron con sus plumas las reflexiones sobre las epocas en que vivieron y lo que pudieron observar. Felicitaciones, Cristina.