El amplio triunfo de Gabriel Boric en la elección presidencial chilena de 2021 ha tenido un significativo impacto en la prensa mundial y en particular en América Latina. Una vez más un país de tamaño medio, ubicado en el confín del mundo, inicia un proceso político que es visto como un posible modelo para enfrentar desafíos y resolver asuntos que son compartidos por muchas sociedades de la región, e incluso más allá de ella.
Ocurrió con el proyecto de la Revolución en Libertad encabezada por el democratacristiano Eduardo Frei Montalva en 1964, con la vía chilena al Socialismo del Presidente Allende y también con la transición a la democracia que iniciaran y concluyeran los Gobiernos de Aywin, Frei, Lagos y Bachelet. Una cara oscura de la misma medalla fueron los 17 años de la dictadura de Pinochet, tanto o más brutal que muchas de sus congéneres en América Latina desde el Golpe contra Goulart en Brasil dé 1964, pero cuya política económica y social fue presentada por amplios e influyentes círculos académicos, periodísticos y políticos en el mundo como como una aplicación exitosa del modelo neoliberal hegemónico en Occidente desde los gobiernos de Reagan y Thatcher, inspirados en las teorías económicas de Hayek y Milton.
Los desafíos que enfrenta esta nueva izquierda que se va constituyendo en Chile, y que desde hace diez días tiene la responsabilidad de gobernar el país, son otros: el agotamiento de un modelo de desarrollo basado en el uso extensivo y no sustentable de los recursos naturales; la reproducción de una sociedad extremadamente desigual en muchas dimensiones que amplias mayorías ya no están dispuestas a tolerar; la construcción de un pacto social expresado en una nueva Constitución que supere la aguda crisis política provocado por el estallido social de 2019, inédito en la historia del país, y que ha logrado canalizarse por vías institucionales.
Muchos de estos desafíos son difíciles de resolver adecuadamente solo a nivel nacional. A ellos se añade un contexto internacional extraordinariamente complejo y amenazante que afecta directamente la situación interna. De todos los conflictos y problemas globales, la competencia por la hegemonía a nivel mundial entre los Estados Unidos y China es el que afecta más directamente a Chile y a América Latina. La región ha estado históricamente ubicada en la esfera de influencia política y económica norteamericana. Esta situación ha cambiado dramáticamente en un breve periodo de tiempo. Hoy día para la mayoría de los países de américa del Sur, China es el mayor socio comercial y sus inversiones son y serán crecientes, así como la cooperación en diversos campos.
Los Estados Unidos resistirán esa tendencia e intentarán detenerla. En Chile ya hemos vivido la primera escaramuza de esa confrontación con el escándalo de los pasaportes. El Gobierno abrió una licitación internacional para la fabricación de los pasaportes chilenos, con el argumento de que no existía en el país la tecnología exigida por los modernos parámetros de seguridad. La licitación la ganó un consorcio de empresas alemanas y chinas. El Gobierno de los Estados Unidos declaró que si se entregaba la confección de los pasaportes a un consorcio con participación de una empresa china podría cancelarse el otorgamiento de la visa waiver, que facilita en ingreso de los chilenos a dicho país. La reacción del Gobierno de Piñera fue anular la concesión, vulnerando completamente el derecho interno. Episodios como este se repetirán en el futuro, y es presumible que las respuestas del Gobierno Chino no sean tan moderadas como en esta ocasión. El diseño de una política exterior que afirme la autonomía del país, y asuma el concepto de No Alineamiento Activo, que ha sido propuesta por el Foro Permanente de Política Exterior a la Convención Constitucional para lo establezca en el texto constitucional, es una condición indispensable para un proyecto de desarrollo nacional. Su eficacia dependerá, en buena medida, de que América Latina pueda constituirse en un actor con voz propia en el escenario internacional, en el cual la región es hoy día un actor ausente e irrelevante. Todos sus esquemas de integración o han desaparecido, como UNASUR, o están en una situación parecida a la hibernación. El único espacio institucional de encuentro político regional es CELAC.
La gran pregunta es si esta situación puede ser revertida. En la primera década del siglo XXI los procesos de integración política regional tuvieron un notable desarrollo. Ello coincidió con la existencia de gobiernos y liderazgos progresistas, aunque diversos, en la mayoría de los países: Lula, Lagos, Kichner, Morales, Correa, Tabaré Vásquez. Sus mayores logros institucionales fueron CELAC y UNASUR. Es bueno señalar que esta última instancia contó con la participación del gobierno más conservador de la región, el de Armado Uribe de Colombia.
El período siguiente, de predominio de gobiernos de derecha, surgidos, esta vez, de procesos democráticos en Argentina, Chile, Brasil y Ecuador, a los que se sumó el golpe de estado en Bolivia contra el Presidente Morales, se caracterizó por un fuerte deterioro de los procesos integración política regional. El ciclo de gobiernos de derecha fue más breve de lo que se pronosticó inicialmente. Los triunfos de Fernández en Argentina, de Arce en Bolivia y de Boric en Chile han creado un escenario muy diferente, al que se suma la posibilidad cierta de la elección de Lula en Brasil y la no descartable de Petro en Colombia. A todo ello hay que añadir que México con el Gobierno de López Obrador, tiende a realizar una política exterior más independiente y que la derecha fue derrotada en Honduras.
La política de Bolsonaro, de estrecha identificación política e ideológica con el Gobierno de Trump, significó un golpe de muerte para cualquier posibilidad de convertir a la región en un actor con voz propia en la escena internacional. Por razones evidentes, sin Brasil simplemente no es posible constituir a América Latina en un actor global.
Un cambio en el Gobierno de Brasil que retome las orientaciones fundamentales de su política exterior desde la recuperación de la democracia abriría una nueva oportunidad para impulsar con fuerza el indispensable dialogo político y la cooperación regional para enfrentar los múltiples y urgentes desafíos comunes, en las más diversas áreas. Desde Sarney, a Fernando Henrique Cardoso y Lula la política exterior dio una alta prioridad a la integración regional, y particularmente a la de América del Sur. Esa orientación tiene profundas raíces históricas. Para el Barón de Rio Branco, el gran arquitecto de la política exterior de Brasil a comienzos del siglo XX, la cooperación y la integración de América del Sur era clave para que Brasil pudiera cumplir su vocación de “potencia intermedia con intereses generales” en la escena internacional. Fue el redactor e impulsor del Tratado de Inteligencia Cordial y Arbitraje suscrito en 1915 entre Argentina, Brasil y Chile (el llamado ABC). Allí se establecía el compromiso de los firmantes de “proceder siempre de acuerdo en todas las cuestiones que se relacionen con sus intereses y aspiraciones”. En ese momento histórico los tres países poseían las mayores economías y capacidades militares de la región, y se desplegaban tanto en el Atlántico como en el Pacífico. Recorrer la senda propuesta por el Barón sigue siendo una tarea pendiente.
Lo más probable es que en octubre Brasil elija a Lula como Presidente. Lo indican así prácticamente todas las encuestas y los principales creadores de opinión, tanto en la prensa, como en la academia y los medios políticos. El Gobierno de Bolsonaro ha sido extraordinariamente divisivo e ineficaz, sobre todo para enfrenar la pandemia del coronavirus y sus secuelas sociales y económicas. Su talante autoritario, confrontacional y ultraconservador hace que muchos de sus apoyos iniciales se hayan diluido. Una gran mayoría considera que su eventual reelección constituye una severa amenaza a la estabilidad democrática, el progreso y la gobernabilidad del país. A su vez, el sólido liderazgo de Lula se ha reafirmado notablemente. Liberado por el Tribunal Superior Federal y otras instancias de la judicatura de todos los procesos en su contra que lideró el exjuez Moro y el Fiscal Dallagnol, ha articulado una amplia alianza que incluye a todos los partidos de izquierda y a muchos liderazgos de la centroderecha, con el propósito de defender el orden democrático y enfrentar la crisis económica y social. La mayor expresión de la amplitud con que está configurando su base de apoyo es la elección de Geraldo Alckim como su compañero de fórmula como Vicepresidente. Alckim ha sido una destacada figura del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileira, liderado históricamente por Cardoso), principal adversario del PT y de Lula desde 1989. Fue Gobernador de Sao Paulo y dos veces candidato a la Presidencia. Compitió y perdió con Lula en la elección de 2006.
Todos los intentos de generar una tercera alternativa presidencial, con el pretendido objetivo de evitar la polarización del país, no han tenido éxito. Los cuatro o cinco candidatos que aspiran ocupar ese espacio no tienen ninguna posibilidad de pasar a segunda vuelta, como tampoco la voluntad de acordar una candidatura única.
Aunque el rechazo a Bolsonaro es hoy día mayoritario, aún mantiene una base de apoyo significativa. En casi todas las encuestas este bordea o supera el 30%. En todas también es superado por un amplio margen por Lula en la segunda vuelta. Muy probablemente no será reelegido, pero también es cierto que él y lo que representa continuarán siendo actores políticos relevantes en el próximo futuro.
Una eventual presidencia de Lula, conocidas sus convicciones y su habilidad en materia internacional, volverán a poner a Brasil y, potencialmente, a América Latina en el escenario global.
Ya en su primer discurso, desde el Palacio de la Moneda, el Presidente Boric señaló la importancia que otorgará su Gobierno a la región: “tenemos que trabajar juntos con nuestros pueblos hermanos, como conversábamos hoy con presidentes de otros países. Nunca más mirarnos en menos, nunca más mirarnos con desconfianza, trabajaremos juntos en América Latina para salir adelante juntos”.
El Presidente Boric tendrá el liderazgo y las condiciones políticas en la región para que Chile vuelva a tener un rol activo y protagónico en los procesos de diálogo, colaboración e integración en América Latina.