Joan Clarke. Enigma y la asimetría sexual de la historia

por Cristina Wormull Chiorrini

“A veces, la persona a la que nadie imagina capaz de nada es la que hace cosas que nadie imagina”, Joan Clarke

 Y así fue en el caso de Joan Clarke que nació el 24 de junio de 1917 en West Norwood, Inglaterra. Una estudiante destacada del Dulwich High School for girls que al terminar sus estudios secundarios, ganó una beca para estudiar matemáticas en el Newnham College de Cambridge donde consiguió aprobar con mención de honor  la parte I, II y III del Mathematical Tripos  (cursos de tres años conducentes a obtener la licenciatura), pero nunca le entregaron la merecida licenciatura en matemáticas porque la Universidad de Cambridge no le entregó este grado a una mujer hasta 1948 (es decir, hasta hace 76 años)  

Pero Joan tuvo “la fortuna” de que durante la Segunda Guerra Mundial, aquella guerra tan atroz como cualquiera, esta no solo fuera de balazos y bombas sino también una guerra científica y tecnológica en la que nacieron los primeros aviones, los radares, los prototipos de los ordenadores modernos, la fisión nuclear y los avances en biología molecular, entre muchos grandes descubrimientos que cambiaron no solo la forma de hacer la guerra sino la forma de vivir de la especie y, particularmente, abrieron la oportunidad de muchos cambios en la vida y destino de las mujeres. Científicos de ambos bandos se enfrentaron en una lucha encarnizada y contrareloj donde cada pequeño avance podía significar la victoria de uno u otro y la necesidad obligó a una sociedad de hombres a incluir a algunas mujeres. 

Así, cuando Winston Churchill reclutó en 1939 a cuatro matemáticos ilustres para actividades de decodificación y descifrado de la denominada máquina Enigma en Bletchley Park, una mansión victoriana de Buckingshamshire, también reclutó junto a ellos, a jugadores de ajedrez, egiptólogos y todo aquel profesional que pudiera ayudar a descifrar el famoso código, incluyendo mujeres como Joan Clarke que fue convocada por Welchman, un gran matemático y uno de sus profesores de Cambridge. 

Ella llegó a Bletchley Park el 17 de junio de 1940. Al principio, fue asignada al denominado grupo de “The Girls” (“Las chicas”), un grupo de mujeres que se dedicaba a trabajos rutinarios de oficina, aunque pronto destacó y fue trasladada a trabajos de desencriptado. En aquella época la criptología era un mundo de hombres, pero Joan poseía las cualidades que según Willian F. Friedman, padre de la criptología moderna, debía de tener un buen profesional; capacidad de racionamiento inductivo y deductivo, concentración, perseverancia e imaginación.

La habilidad de Joan Clarke era tan impactante que fue rápidamente fichada para el Hut 8, el grupo liderado por Alan Turing que utilizaba una nueva técnica de descifrado, el Banburismus, como base de decodificación. El objetivo del Hut 8 era el más ambicioso de todos; el descifrado del Enigma Naval (denominado Dolphin), el más complejo de todos los códigos Enigma. Gracias a su brillantez y perseverancia, el equipo de Clarke consiguió su objetivo: romper los códigos Enigma. Hasta el día de hoy, se estima que ese descubrimiento redujo la duración de la guerra entre dos y cuatro años, salvando miles de vidas. 

Joan Clarke, excepcional matemática y criptoanalista tuvo que ser inscrita como «lingüista» en su contrato – a pesar de no conocer ninguna otra lengua que su inglés nativo – para poder trabajar con Allan Turing en el Hut 8.

Cuando Joan llegó a Bletchey Park tuvo que ser contratada y alojada como secretaria, a pesar de ser la mejor criptoanalista y bamburista de todo el complejo. Su salario era mucho más bajo que el de cualquiera de sus colegas hombres (aproximadamente unos 3 dólares semanales) y, dado que la burocracia británica no contemplaba protocolos para contratar a una criptoanalista mujer, tuvieron que inscribirla como lingüista a pesar de que no hablaba idioma alguno aparte del inglés… Joan decía que era gracioso rellenar cuestionarios donde tenía que escribir: “Grado: lingüista”; “Idioma: ninguno”.  Pero así la “ascendieron” e instalaron un escritorio junto a Turing, convirtiéndola de facto en subdirectora del proyecto. 

La cercanía con Turing, el carácter de ambos y el hecho de compartir pasiones como el ajedrez, los rompecabezas, la botánica y, tejer, hizo que se cimentara una gran amistad coordinaban sus días libres para poder pasar más tiempo juntos.  Esto los condujo a un breve compromiso matrimonial en 1941, roto cuando el matemático le confesó su homosexualidad, pero la amistad continuó hasta la muerte de él en 1954. Clarke admitió más tarde que sospechaba de la homosexualidad de Turing durante algún tiempo, y no fue una sorpresa cuando él lo reconoció

«Después él se arrodilló ante mi silla y me besó, aunque no habíamos tenido mucho contacto físico hasta entonces», Joan refiriéndose a la petición de matrimonio de Turing.

Turing y Clarke fueron distinguidos con la Orden del Imperio Británico, a pesar del secretismo sobre las actividades desarrolladas en Bletchley Park y la necesidad de destruir las máquinas Bombe y la documentación allí generada.

Alan Turing, a diferencia de la desconocida Clarke, es recordado como un héroe.

La labor de Joan Clarke en Bletchley Park fue reconocida en 1947, cuando la nombraron Miembro del Imperio Británico (MBE).

El reconocimiento costó. Joan fue discriminada durante años por ser mujer. No pudo conseguir el grado en matemáticas que le hubiera podido abrir muchas puertas laborales, no por falta de conocimientos y dedicación, sino por el simple hecho de haber nacido mujer. Por ello mismo estuvo mal pagada y su vida tras la guerra entró por la senda establecida para su sexo: un matrimonio convencional con un compañero de trabajo y una vida donde se priorizaba la vida casera, ya que no estaba bien visto que una mujer fuera soltera y viviera de forma independiente

Tanto la mente de Alan Turing como la de Joan Clarke fueron excepcionales a la hora de plantear nuevas fronteras de pensamiento o enfrentarse a problemas vitales en tiempo real, y el reconocimiento de la labor de ambos fue tardío, debido al carácter secreto de sus actividades en Bletchley Park. Pero el reconocimiento social de ambos no es el mismo, a pesar de sufrir ambos a causa de su sexo.

Después de la guerra Clarke continuó trabajando en el Goverment Communication Headquarters, (GCHQ)/Cuartel General de Comunicaciones del gobierno, un servicio de inteligencia del Reino Unido dedicado a la inteligencia de señales, en un trabajo similar al de Bletchley Park, pero enfocado al terrorismo y la seguridad de la información.

Y se casó en 1952 con el Teniente Coronel John Kenneth Ronald Murray, un oficial retirado del ejército que había servido en la India. Poco después de su matrimonio, John Murray se retiró debido a su mala salud y la pareja se mudó a Crail en Fife (Escocia).

«Hicimos varias cosas juntos, fuimos al cine y tal, pero ciertamente fue una sorpresa cuando me dijo: ‘¿Podrías considerar el casarte conmigo?’, contó Clarke en una entrevista para un documental de la BBC en 1992.

Los últimos años de su vida se dedicó a la numismática, donde realizó interesantes investigaciones sobre monedas antiguas. Publicó varios trabajos sobre monedas escocesas del siglo XVI y XVII que la hicieron merecedora del Sanford Saltus God Medal de la British Numismatic Society, uno de los galardones más importantes del gremio.

La mayor parte del trabajo de esta brillante mujer sigue oculto por el secreto de los documentos de guerra por lo que seguiremos durante un largo tiempo sin saber la verdadera dimensión de sus logros… es posible que nunca los conozcamos. 

Recién el 2014, Morton Tyldum dirigió The imitation Game, una película que recrea el trabajo de Turing y la construcción de la máquina electrónica Bombe que consiguió decodificar los mensajes de Enigma.  Fue la primera vez que se mencionó a esta excepcional matemática y criptoanalista que secundó a Turing en su trabajo y fue inmortalizada por la actriz británica Keira Knigthley que por este rol fue postulada al Oscar de la academia.

Murió en 1996, en Oxfordshire, sin haber casi contribuido al relato sobre el proyecto Enigma, aunque, como dijo el director de The Imitation Game, Morten Tyldum, ella tuvo éxito como criptoanalista en una época en la que «la inteligencia en las mujeres no era apreciada».

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