Inmediatamente después del regreso de Augusto Pinochet a suelo chileno – marzo 2000 – y tras permanecer casi dos años detenido en territorio británico; comenzó la disputa judicial en su contra. Con el antecedente válido de que la justicia internacional había hecho lo suyo, el juez encargado de las causas que se acumulaban en los tribunales de justicia, comenzó a operar. A los pocos días de su arribo a la nación y teniendo a la vista la famosa imagen del Senador vitalicio levantándose de la silla de ruedas en la losa del aeropuerto, Juan Guzmán pidió el desafuero parlamentario; petitorio que fue aprobado por la Ilustrísima Corte de Apelaciones en el mes de junio y ante una expectación periodística sin precedentes, fue confirmado dos meses después por la Excelentísima Corte Suprema.
Desde ese preciso minuto se entabló una batalla judicial nunca antes vista en el país. Se interpusieron un sinnúmero de recursos y la causa comenzó a avanzar. Los detractores del General veían con muy buenos ojos la posibilidad concreta de juzgar la extensa lista de tropelías y crímenes por los que había sido sentado en el banquillo de los acusados por parte de los tribunales ingleses y la sola idea de que se hiciera justicia en Chile, asomaba como un buen presagio.
Era sanador, necesario e indispensable.
El ambiente que se percibía en el Palacio de Tribunales nunca más tuvo ese cariz, las conversaciones de pasillo se sucedían y los periodistas perseguían a los ministros en busca de la preciada información. Se estaba juzgando al principal responsable y mentor de la larga y oscura noche que significó la dictadura militar.
Sin embargo, el Senador vitalicio guardaba algunas cartas bajo la manga para evadir su evidente responsabilidad en los crímenes que caracterizaron al régimen. Siempre tuvo una coartada; inocua, pueril y nimia. Por eso cada cierto tiempo se recuerda aquella frase que lo retrata de cuerpo entero y que esbozó mientras lo interrogaba un juez de la república:
“No me acuerdo, pero no es cierto. No es cierto y si fue cierto, no me acuerdo”
Por eso también recuerdo con singular afecto esta fotografía, porque mientras yo tomaba la instantánea, el ministro José Luis Pérez Zañartu redactaba el voto de minoría en el caso Caravana de la Muerte; donde argumentaba que la supuesta demencia subcortical vascular moderada de Augusto Pinochet no era efectiva y por lo tanto debía ser condenado. Lamentablemente eso no ocurrió y el dictador terminó siendo sobreseído en aquella causa, ganando 4 – 1 en la sala penal de la Excelentísima Corte Suprema; tribunal del cual el ministro fue un destacado miembro. Me queda el orgullo de haber sido testigo de un acto de justicia que tanta falta le hizo a nuestro país.
3 comments
magistral relato e imponente e histórico registro.
Se dice que una fotografía vale más que mil palabras, pero en este caso la narrativa que acompaña la imagen es tan importante como necesaria.
Que gran relato, tremenda vivencia .. histórico para ambos para chile . Felicitaciones !