Justificarnos con razones

por Mario Valdivia

Explicamos y justificamos nuestras decisiones con razones generales; principios. Decimos, para justificar el atraso de una tarea, “hay que decidir rápido pero también en forma adecuada”. Deducimos nuestra decisión de un principio general, cuando lo que hicimos fue decidir, en este caso específico, que hay tiempo y vale la pena estudiar más el asunto.

Es el racionalismo trabajando, “todo tiene una razón”. Su poder estriba en que haya pocas razones, y simples, para explicar muchas decisiones, y complicadas. Una palanca de Arquímedes mental. Pero en asuntos humanos, siempre situados y particulares, no existen las palancas generales, y hay que actuar como se pueda, hacer algo en vez de nada, sin saber bien qué, más vale tarde que nunca.

Es infantil querer guiarnos por unos pocos principios simples. Así matamos nuestra confiabilidad, convertidos en autómatas lógicos. “Decidí ahora de esta manera, en otra ocasión lo puedo hacer diferente; yo me comprometo con las consecuencias”, es necesario para producir confianza. Porque las razones que justifican mis decisiones sirven para justificar mis fallas. No fui yo, fallaron las razones. ¿Las más a mano?, las acciones de las demás.

Discutir sobre quién tiene la razón latea al respetable adulto. Son espectáculos mentirosos, como las peleas de payasos, que simulan que la vida está en juego. Sabemos personalmente que las decisiones que nos importan de verdad no las basamos en razones, ni culpamos a nadie por los resultados. Como declarar el amor, lanzarse al abordaje, crear esa metáfora, escoger ese socio. Instalados en un extremo de la palanca, y en el otro el mundo entero, nos distanciamos anímicamente de éste en proporción arquimédica.

No creo que seamos gente necesariamente aburridora, mentirosa, peleadora y desconectada. Solo cuando trabajamos de pernos. Pero lo hacemos a menudo. 

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