Desde Chile, el país del hiperconsumo individualista, la inflación, la delincuencia y la humanidad perdida. El país de los conciertos y las “blacks friday fests”. Esperando un acuerdo constitucional que nunca llega (¿rá?). ¿Godot, o el “Desierto de los tártaros”? No, el desierto de los políticos. El presidente -a quien le quedaría bien un disfraz de viejo pascual- inaugura un árbol de navidad de mediano tamaño, por supuesto sin pesebre, y vuelve con el gobierno a su fortaleza olvidada y perdida, soñando por días de gloria y una estatua (¿de arena?) que parecen cada vez más lejanas y ocultas en la bruma del tiempo.
Petro piensa indultar a los jóvenes “gestores de paz” de la primera línea en las revueltas de Colombia, y Bukele manda a 10.000 militares para “extraer” de una región delincuentes y narcos (popularidad 85%). En España e Inglaterra (hasta antes del parto), se permite abortar a un ser humano en gestación debido a la presencia de un Síndrome de Down. Muerte y caos deshumanizadores. En Chile se propone la opción de un “aborto libre”. El ser humano parece ser sólo una máquina de poder productiva, manipulado por otras máquinas productivas incapaces de reconocer su significado primordial espiritual, ético y religioso perdido en las guerras, la muerte y la muerte abortiva, siempre injusta éticamente, de un nuevo ser humano.
El significado del ser humano deviene y acontece entre la vida, el deseo del otro, y la muerte entre dolores, angustias y alegrías. Pero se ilumina en sus inicios y el fin, siempre con una comunidad humana. Es en medio de la vida, donde muchas veces elige lo que le hace daño y hace daño a los otros y puede llegar a exclamar como una vendedora inmigrante ilegal ambulante, con dos hijos que portan cuchillos en su defensa: “Todo lo hago por mis hijos…está mal, los tratan como delincuentes”. Para esto, ya no existe el asombro. Perdemos nuestra capacidad de asombro frente a la inhumanidad.
Leonardo Padura, en su estupenda novela “Personas Decentes”, reflexiona en la conciencia del detective Mario Conde frente a un cruento asesinato de una prostituta en el viejo barrio pobre de San Isidro en Cuba:
“…Muchas de las acciones que hasta poco había considerado como exageradas, extraordinarias, insólitas, incluso ofensivas a la moral por sus niveles de perversión y desparpajo, comencé a asumirlas como los más ordinarios comportamientos cotidianos (…) muy intensos y dolorosos (…) Lo peor para mi conciencia (…) era que muchas de esas actitudes que consideraba criticables, yo empezaba no sólo a entenderlas, sino incluso justificarlas. Porque las degradaciones de muchas personas respondían al simple hecho de que la gente tenía que vivir, (un modo de existencia), a veces sólo subsistir, y para ello estaban obligados a prescindir de ciertos recatos morales (…) O de todos ellos. Ya se sabe, la miseria engendra ¿“miserables”? humanos.
Estas formas de vida, (responsabilidad de todos y todas), como la pobreza y la delincuencia acompañadas de la violencia narco y sicaria, pueden llevar a “envilecer” al ser humano superviviente de tal manera, que la vida de otra persona ya no significa nada.
Sí. Inviten a este lúcido y buen escritor sociólogo (acompañado de su excelente y entretenido detective). Puede que nos ayude a encontrar a algunos delincuentes y a la conciencia perdida. A recuperar la capacidad de asombro frente al verdadero significado de humanidad y de un hacer político que hoy, muy a menudo, no busca siempre el bien común. A seguir haciendo caminos.