“El proceso fue un fracaso. Una falla de la política chilena” (Expresidente Lagos). “Ganó el sentido común y perdieron las miradas extremas maximalistas, refundacionales y plurinacionales”. “Revivió Pinochet” (Petro). “Perdió catastróficamente el presidente y su gobierno”. “No entendieron el texto”. “Perdió el octubrismo”. “Una Constitución que era demasiada vanguardista”.
Llenos de alegría por “la nueva oportunidad”, se alistan para retomar el poder perdido partidos y sus líderes que no son más que muertos vivientes, caminantes nocturnos de la nueva postmodernidad pragmática y liberal en un mundo de transformaciones turbulentas y azarosas. A pesar de un voluntarismo ciego la incertidumbre no cesará. Vivimos en un campo de probabilidades y no sentidos que conforman el nuevo sentido. Ansiedad, asombro, sorpresa y desasosiego. (Momento, momento. Sube la bolsa. Llegó la alegría).
Y los días después, llenos de llamados al diálogo y a “renovar las confianzas”, a veces funcionales, ingenuos, buenistas y también oportunistas que uno observa lleno de desconfianza crítica, en una espera de que también sean honestos y bien intencionados e intencionadas. Vemos y escuchamos la necesidad de un “juntos con todos” (Juan Sutil), las críticas conservadoras de siempre sobre cualquier “fervor revolucionario embriagador” (Cristián Warnken), comentarios ciegos y arrogantes contra “Las poblas que se sienten condominios” (Natividad Llanquileo, ex convencional), sumados a la convocatoria y necesidad cierta de lograr “grandes acuerdos para un diálogo que no “imponga visiones ideológicas ajenas a la realidad” ( Monseñores Fernando Chomalí y Juan Ignacio González).
Se cierne una opaca mega tormenta sociopolítica sistémica. El tsunami post plebiscitario está siendo, mientras que la ola que inunda todo ya es de varios metros de altura, alcanzando de forma inmediata el segundo piso de la inexperiencia política y a la oficina presidencial. Ya dejó varios muertos tirados en la arena política. Por lo pronto algunos ministros y ministras. Una perturbación límite que abre un punto de bifurcación en los flujos sociopolíticos y económicos. El primer gobierno terminó y nace otro. Derrota catastrófica para los que quisieron crear y apoyaron el apruebo del nuevo librillo constitucional. “Se farrearon una oportunidad histórica” dicen algunos y algunas, y tienen razón. “Otro triunfo del malestar social” (Alberto Mayol) que la nueva elite inexplicablemente no leyó ni entendió. Son responsables de la debacle.
Las personas que votaron ¿sucumbieron sólo a la implacable y odioso combate económico comunicacional de los grupos de poder hegemónicos contra la convención y el programa de gobierno? (Leer reportaje de CIPER)) ¿Ganó un “nuevo” pueblo ciudadano (obligado a votar) “conservador y social” que guardaba silencio, territorializado irremediablemente por el neoliberalismo económico de la máquina implacable deseosa del consumo? (Representado, como me comentó un amigo, por las largas colas para entrar a IKEA…) No, sólo fueron y son las personas comunes y corrientes de siempre preocupadas de sobrevivir y de tener una calidad de vida justa y digna de un ser humano. No, fueron los pobres, los ricos y una clase media que se extingue en medio de un cambio que se intensifica.
Los convencionales jugaron a ser dioses reaccionarios sin serlos, más bien nunca creyeron en Él.
“Un reaccionario, una figura radical en absoluto conservadora, naufragada en un presente constantemente cambiante que sufre de nostalgia de un pasado idealizado”, o un deseo incontenible y casi delirante de un futuro inalcanzable y utópico. No estaban preocupados en La Pintana del feminismo radical y la economía circular sustentable. Tampoco del pluri nacionalismo. Sí de sus derechos y de la justicia social. De sus derechos al trabajo, su salud y la educación. Fue una nueva constitución vaciada de lo sagrado y lo espiritual. No tomaron en cuenta de que los sectores populares tienen un alma conservadora fuertemente religiosa. No les gusta (con razón) un aborto “libre”. Era una propuesta constitucional post materialista y post moderna que naufragó en el narcisismo identitario y la insoportable arrogancia elitista propia de unos jóvenes del milenio que dejó de lado el deseo de la mayoría. Del pueblo ciudadano común y corriente, y su sentido común. Al pueblo no le gusta la violencia y la inseguridad.
“Personalidades de la generación del 68 como Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut defienden desde hace tiempo que los activistas de izquierda cometieron un error desastroso en la década del 70, cuando abandonaron a la clase trabajadora tradicional y viraron hacia a la política identitaria”. Aquí dejaron de lado a la clase del pueblo ciudadano.
Aún es tiempo de un cambio resiliente transformacional y épico que mantenga su mística y pasión revolucionaria pacífica, destinada a cambiar nuestra historia. Esta es la verdadera “segunda oportunidad”, de un flujo histórico socio político de cambios que ya alcanzó su punto de no retorno.
El pueblo no puede esperar más. Los pobres no pueden esperar más por sus derechos a una justicia y dignidad personal y social. El plebiscito y la polarización de la coexistencia (no convivencia), sólo ocultan (y a lo más debilitan), una crisis que se mantiene. No la resuelven.
Estos son los momentos en que se ve de qué valores y principios están hechos los verdaderos liderazgos presidenciales con un apoyo ciudadano político responsable.
Sigamos presidente. Una gran mayoría espera y confía.