La Guerra de los príncipes gemelos, por el amor de una mujer

por Hermann Mondaca Raiteri

El amor, ese sentimiento que mueve y estremece; que se vuelve frágil como el vuelo de una mariposa y tan fuerte como el viento que azota las llanuras altiplánicas.

El amor lo puede todo, el amor mueve montañas…

Por el amor de una mujer, se remecen las alturas; vuelan los cóndores cuando rugen en los colosos de piedra.

Las leyendas de nuestra tierra no hablan sólo de lo mágico y lo divino; también del amor y la naturaleza; de ese amor que desata una guerra a orillas del Lago Chungará y de la hermosa mujer que la provoca.

 Una batalla a muerte entre dos príncipes titanes de las alturas.

Los Payachatas una historia de guerra y amor por Maria Inala

Un antiguo relato nos cuenta que en aquellos tiempos inmemoriales habitaban en las altas tierras dos príncipes guerreros, Pomerape y Pedro Acarape, quienes se encontraron a las orillas del Lago Chungará, para disputarse el amor de la hermosa ñusta, María Inala.

Todo estaba tranquilo en las alturas; el viento soplaba ligero, surcaban el aire majestuosos los cóndores cuando de un momento a otro el mundo se estremece, un rumor comienza a hacerse sentir en las pampas y quebradas, con un estruendo la tierra comienza a temblar, huyen despavoridos los pumas y guanacos, cóndores y águilas

El rumor se hace ensordecedor, con  voz de trueno de uno de los volcanes, que reclama ser el más alto y estar lleno de tesoros, y su hermano le hace ver su vanidad y engreimiento.

  • “Sabes bien que soy mucho más alto y fornido; y mis tesoros muchos los desean” – vocifera uno de los colosos.
  • “Que importa la altura, cuando la vanidad que traes te hace sombra, engreído” – le responde su gemelo

La disputa continúa…se estremecen los cerros con los rugidos de los gemelos.

Ha comenzado el combate, los otros gigantes desde lejos se miran desconcertados, Misti, Corocuna, Ubinas, Auzangate y el gran Illimani, no saben qué hacer. Mientras al sur, Aconcagua prefiere mantenerse en silencio, Momocoche está angustiado.

Illimani que dormía la siesta con sus pequeños hijos despierta exaltado, e interviniendo les reclama:

– “Hermanos, calmad vuestras iras, que haya paz entre vosotros”. –

Sin embargo, los hermanos ensordecidos por la ira no escuchan consejos y lanzan piedras que cruzan los aires.

Un pedrusco gigante y de afiladas aristas cae cerca de la cabeza blanca de Acarape.

Así nos relató en 1990, don Félix Calle, lo que sus abuelos le contaron:

“Se pelearon en aquellos tiempos y el Payachata le dio un hondazo al Sajama, le sacó el corazón, porque el Sajama le había dado un hondazo al Payachata, le había volado la cabeza, pero él no se dejó así, él siguió luchando hasta que le quitó la mujer puh, la María Inala, ésa era la mujer del Sajama, que se llama el doctor Sajama, hoy en día…Por esa mujer peleaban”.

Don Félix Calle continúa:

“El dios Wiracocha, los convirtió en un volcán puh, y siempre el Payachata bota agua”.

Al momento el gran Wiracocha, todopoderoso, dice que no quiere más guerra ni sangre y los convierte en dos grandes volcanes gemelos petrificados, quiénes desde uno de los lugares más altos del mundo se transforman en los símbolos de una paz duradera.

Don Félix Calle con sabiduría ancestral nos dice:

“Muchos nos creímos, entre nosotros mismos nos creímos, a veces, somos un poquito más decentes y nos creímos más grandes, nos creímos dioses”.

A la gente pobre lo miramos siempre abajo, no debemos ser así, debemos siempre compartir por igual todos, yo pienso así”.

Han pasado los años y los colosos guerreros de piedra y gemelos, aún están enamorados de María Inala y aún el pueblo hoy les canta:

“Yucumani bondadoso, centinela de mi tierra, Tutupaqui peligroso, riqueza y demonio encierra”.

Don Félix Calle concluye:

“…Yo lo que me contó mi abuelito no lo olvido y siempre lo voy contando.

A las personas que han venido acá, yo les he contado, porque no me gusta que se quede dentro de mi corazón y se pierda ahí.  Porque muchos no le cuentan lo que yo les cuento”.

A lo lejos vemos a dos gigantes; sopla el viento ahora sereno, presagiando una paz perpetua en las alturas; mientras los cóndores surcan un cielo claro.

Solo el viento conoce el secreto de los gigantes príncipes gemelos.

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