La leyenda de Jurasi. Una historia sobre la belleza y la juventud

por Hermann Mondaca Raiteri

Existe una gran y rica variedad de leyendas en Arica y Parinacota, donde comienza Chile. Dentro de esta variedad uno de los temas recurrentes es aquel deseo milenario de la mujer por exaltar su belleza, sus atributos y su juventud.

La Belleza es un concepto asociado directamente a lo cultural y a cada sociedad como ocurre con la belleza de la Venus de Milo o la concepción de belleza que tenían los griegos; hoy también se pueden contar muchas historias modernas acerca de tratamientos de belleza, sistemas reductivos naturales o a través de la cirugía, que pretenden finalmente, una ansiosa búsqueda por la perfección de los cuerpos o los rostros juveniles.

El relato está asociado a la belleza, la juventud, la naturaleza y al medio ambiente.  Es la Leyenda de Jurasi.

Jurasi es un maravilloso baño termal que está ubicado a cerca de nueve kilómetros del pueblo de Putre o Putiri, que significa: “el rumor de las aguas”. Su existencia es milenaria y cuentan que antiguamente, sus aguas brotaban con mayor fecundidad y fuerza.

Para llegar a Jurasi, solo existe una huella de tierra que en los períodos de lluvia o invierno altiplánico prácticamente queda inaccesible. Sin embargo, comuneros y particularmente por la iniciativa que mantuvo por muchos años Don Herman Blanco Vásquez, el camino siempre ha permanecido transitable para quienes deseen disfrutar de un reparador baño de barro, termal o de aguas sulfatadas.

En este hermoso lugar se encuentran brotes de manantiales de aguas que surgen en un alto manantial, a un promedio cercano a los 40° de calor. Bajan por una acequia bordeada por champas de coirón y matorrales de cortadora, que balancean y ondulan al fresco viento, sus penachos de cola de zorro.

Veamos ahora, qué sucedió en sus cálidas aguas…

Cuenta la leyenda que habitaba en la región una hermosa Ñusta o princesa indígena que irradiaba belleza y salud. De figura tallada finamente y de estilizada musculatura de fibra, tan ágil como los felinos del altiplano. Se caracterizaba porque siempre se veía joven y sonriente y nadie le conocía que hubiere tenido jamás ninguna enfermedad. Ciertamente era la favorita y preferida de muchos de los jóvenes lugareños.

Al correr del tiempo y quebrando la tradición, ella era la mujer que había desposado a muchos jóvenes lugareños que como el resto de la comunidad –y de los mortales-, enfermaban y envejecían.

De hecho, la bella y atractiva princesa ya había enterrado a varios de sus esposos; sin embargo, al más reciente le comenzó a llamar mucho la atención el por qué ella no sufría enfermedades, ni tampoco envejecía.

Habían tenido ya varios hijos todos muy hermosos y saludables, luciendo como una doncella casta y pura después de cada parto.

Sus caderas que se habían ensanchado para soportar el encaje de cada uno sus hijas e hijos preparándose para entrar a este mundo, volvían por arte de magia a juntarse lentamente y su cintura quedaba del tamaño de una verdadera avispa.

Sus senos que se hacían grandes y torrentosos para dotar de leche a sus pequeños volvían a convertirse milagrosamente en verdaderas naranjas rosadas.

Su geografía que se expandía con la maravillosa creación humana, después del parto, se volvía a cincelar mágicamente.

La musculatura acrecentada de sus muslos y sus piernas que se habían comenzado a arquear por efecto del vaivén similar al que tienen los patos al caminar, soportando el peso de alguna nueva criatura que portaba en su vientre, germinaba una transformación mágica después de cada nacimiento y poco a poco pareciera que un gran artista iba de nuevo modelando cada parte de su cuerpo y sus muslos volvían a tener la plasticidad de antes y sus piernas se movían elásticas como antes, y volvía entonces a causar un gran escozor a todos los jóvenes de la comarca por su inusitada belleza.

El Príncipe ya comenzaba a sentirse distinto al joven de antes. Sabía que inevitablemente estaba envejeciendo y que su bella mujer estaba siendo la atracción de otros jóvenes como él lo era hace muchos años.

Decidió entonces, preguntarle a la bella princesa si ella tenía algún secreto y que, de ser así, deseaba que lo compartiera con él.

La hermosa Princesa le respondió que si la amaba debía confiar pues ella lo amaría toda su vida. Y respetarla profundamente en lo suyo, nada más.  No obstante, el esposo no quedó conforme y comenzó a observarla en todos sus movimientos, manteniéndose en vigilia sin que ella lo notara.

Al poco tiempo se dio cuenta que ella salía de sus aposentos en la oscuridad, para volver un rato más tarde a meterse en su cama justo antes del amanecer. Entonces decidió seguirla y la vio llegar a un lugar muy hermoso cubierto de bellos matorrales, con la suavidad de las colas de zorros y donde se observaba una nube de vapor que salía de la tierra.

Observó cómo se despojaba de sus túnicas quedando completamente desnuda, introduciéndose suavemente y deslizándose sumergida en el manantial de vapor hasta quedar completamente cubierta por las aguas.

Cuando la Princesa salió del manantial, su bello cuerpo, sus senos y sus muslos parecían estar encendidos de maravillosa energía que resaltaba aún más por el efecto del vapor que seguía brotando de toda su esbelta figura.

Conociendo ya el secreto de su esposa, el joven príncipe comenzó a salir después de medianoche, esperaba que ella durmiera y entonces se dirigía al manantial de aguas milagrosas. Así percibió los efectos en su rejuvenecida piel y vitalidad.

Aquel cambio vital no molestó inicialmente a la Princesa. Sin embargo, con el paso de los años creció la sospecha de ella al percibir la sorprendente vitalidad del hombre.

Entonces fue ella la que decidió esperar pacientemente las noches en vigilia y seguirlo, sospechando que había descubierto su gran secreto y no había confiado en su amor. Así fue como lo sorprendió en medio del manantial.

Se sintió profundamente traicionada. Lo increpó molesta, furiosa, indignada…

El intentó defenderse, señalándole que ahora los dos serían jóvenes para siempre. Vano esfuerzo ante la iracunda Princesa que, levantando sus manos al cielo, profirió un conjuro mágico, convocando a sus dioses:   

¡¡Jurasi!!…¡¡Jurasi!!!…¡¡¡Jurasi!!! … Que en el lenguaje aymara significa ¡¡Hierve!!  ¡¡Hierve!!! ¡¡¡Hierve!!!

Entonces el agua del manantial comenzó de inmediato a hervir, subiendo muy intensamente su temperatura, provocando la muerte del Príncipe por las graves quemaduras, pero, al mismo tiempo, provocando que ella ya no pudiera sumergirse nunca más en las aguas ya que éstas no volvieron a su agradable estado natural. 

Años más tarde, cuentan los antiguos, la princesa murió siendo muy anciana. 

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2 comments

Hugo Yávar julio 7, 2023 - 12:55 am

Interesante y amena narrativa.
Al avanzar la lectura empecé a situarme en el lugar encantado, como si estuviera viviendo el momento.
Felicitaciones… magnífico.

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Hermann Mondaca Raiteri julio 9, 2023 - 3:25 am

Muchas gracias por tus palabras, estimado Higo Yavar.

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