El norte de Chile posee un valioso patrimonio arqueológico y una hermosa muestra de este valioso tesoro patrimonial, Las Pictografías de Vilacaurani se encuentran ubicadas a cerca de 20 kilómetros al suroeste de Putre, en la unión de la quebrada con el río Lluta, en la XV Región de Arica y Parinacota. Las pinturas rupestres de Vilacaurani datan de hace más de 5 mil años. Poseen una riqueza pictográfica milenaria, donde se pueden observar dibujos de llamas, vicuñas, quipus y la figura de un inca, estampados en un muro de piedra con color rojo encendido, de donde deriva su nombre: Wila, sangre y Qawra, llama. Cuentan con una gama de colores que contempla el uso de rojos, ocres, amarillos, negro y blanco.
El lugar es bello e impresionante, mirándolo desde el camino. Hay que acceder a él por un plano inclinado de más de media cuadra, hasta una terraza que semeja la tarima de un altar y en la que descansa un amplio acantilado de roca de unos sesenta metros de alto, lugar que, quizás, en algún momento sirvió como adoratorio del sol en los tiempos del dominio incaico. Son precisamente estas figuras humanas, de llamas y animales, grabados en esta hermosa muestra de arte rupestre, quienes han sido testigos de lo que vamos a contar.
Esta leyenda nos sitúa en la época de la invasión y dominio del Imperio Inca a las culturas aymaras o señoríos aymaras y constituye un gran testimonio de crítica de esos pueblos ancestrales al dominio incaico, desde sus costumbres y cultura. La ubicación temporal de la tradición oral sitúa a esta leyenda aproximadamente en el año 1400.
Entonces nos relata que cuando pasaron vencedoras las tropas del Inca por el territorio que hoy constituye la Provincia de Parinacota, dejaron apostado en el poblado de Putre a un representante o delegado que llamaban Quipucamayoc, acompañado de Cumac, su muy hermosa y joven hija.
El hombre, encargado de recolectar las contribuciones, tributos o impuestos que imponía el Imperio Inca a todos los pueblos conquistados, nunca fue bien aceptado por los regionales que jamás se habían desprendido de sus cosechas, por escasas que estas fueran. Con todo, estos Quipucamayoc estaban revestidos de un poder superior al de cualquier cacique, debiendo ser justos y equitativos, en sus determinaciones.
La hermosa hija del recaudador pasaba el tiempo recorriendo los ayllus vecinos y siempre se le veía contenta, cantando e hilando. Cantaba melodiosamente en quechua, una lengua que los regionales no entendían. Poco importaba aquello a los jóvenes de la comarca, algo más que encantados y cautivados por su sonriente y seductora belleza.
En las cotidianas caminatas que hacía Cumac se solía cruzar con un fornido y atractivo joven de quien terminó enamorándose, mientras él la adoraba en silencio. Amores puros que fueron percibidos con malestar por el Quipucamayoc, quien sólo toleró aquel desagrado con el incondicional afecto por su hija.
Así las cosas, un día llegó a Putre un apuesto capitán, guerrero quechua, proveniente del Qusco, que con toda la pompa necesaria fue a entrevistarse con el Quipucamayoc. Después de las presentaciones de rigor, el visitante le comunicó que venía con la autorización del Inca para llevarse a su hija Cumac, con quién se casaría posteriormente. Entonces, el ya atribulado padre le respondió informándole que su hija ya estaba enamorada y, por lo mismo, no podía entregársela si ella no amaba al capitán.
Los hombres discutieron largamente el asunto, hasta llegar al acuerdo, de que el experimentado guerrero volvería para la próxima luna llena, mientras el padre convencía a su hija, pero sólo con la condición de que mientras regresaba, no intentaría ver ni hablar con la bella Cumac. El guerrero aceptó la propuesta, solicitándole que antes de partir, le presentara a la joven que pronto sería su mujer, siempre respetando el acuerdo de que no intentaría convencerla, pues ese trabajo se lo dejaría a su padre.
Enterada la ñusta Cumac por su padre de las pretensiones del capitán quechua, lloró desconsolada y amargamente. Escuchó las súplicas de su padre que le recordaba la obediencia superior al Inca al cual ella y él estaban obligados. Nada sirvió. Ella, resueltamente, le advirtió que prefería morir antes que renunciar al hombre amado.
En otro lugar del imperio, el guerrero quechua supo de la determinación de la bella Cumac. Entonces pidió entrevistarse y hablar con ella, lo cual fue aceptado por la joven doncella, fijándose la fecha de reunión para la próxima luna llena.
Los días anteriores a la cita la hermosa Ñusta Cumac los pasó con su joven enamorado, soñando con tiempos venturosos, jurándose hacer eterno el fuego de su amor.
Llegada la noche de la cita con el guerrero, Cumac se dirigió al sitio indicado. El capitán inca corrió hacia ella posándose a sus pies, abrazó sus rodillas y alzando la vista, con ojos suplicantes, le pidió que se fuera con él porque la amaba y había quedado prendado de ella desde el primer día que la vio. Ante esta y otras súplicas del guerrero inca, Cumac contestaba obstinadamente que no, que eso no sería posible, porque ya había entregado su amor a otro.
Al oír esto el capitán se levantó y tristemente le dijo que muy a su pesar tenía que matarla, porque al salir del Qusco había prometido a su gente llevarla como su esposa, muerta o viva y que un guerrero del Inca no podía faltar a su juramento.
Fortalecido en esta promesa, el guerrero, esperó la respuesta de la joven, la que con mayor porfía le dijo que, entonces, tendría que matarla porque prefería morir a faltar a su juramento de amor.
Enterados de la cita clandestina, el padre y el joven enamorado de Cumac, emprendieron presurosos la marcha hacia el lugar de la cita. Cuando llegaron al lugar de Vilacaurani les llamó la atención el profundo silencio reinante y continuaron caminando hacia el acantilado donde estaba la hendidura. El joven enamorado seguía al padre de Cumac, cuando un grito de horror salió de la boca del desesperado padre, quien había encontrado el cuerpo de su hija, en medio de un pozo de sangre junto al cuerpo del capitán inca.
La joven y hermosa ñusta Cumac tenía el pecho abierto por una profunda herida de la cual aún salía un profuso chorro de sangre. El guerrero inca muerto degollado, por su propia espada, tenía entre sus manos el corazón de la Ñusta apretado contra su pecho.
Cuenta la leyenda que el viejo Quipucamayoc se volvió loco de angustia y dolor. Que todas las noches de luna llena asumió por costumbre degollar una llamita blanca, sacarle el corazón del pecho y beberse la última gota de sangre. Otros aseguran que en las tranquilas noches de luna llena aún se oyen los lamentos y el llanto de dolor del joven aymara enamorado.
Las figuras de animales y seres humanos grabados en las piedras de Vilacaurani, fueron testigos de lo que allí ocurrió…
3 comments
Que leyenda más hermosa, a pesar de la tragedia vivida por los personajes involucrados, donde el AMOR, genuino, de dos enamorados, se inmortalizó para siempre!
Que preciosa leyenda muy hermosa????
Que hermosa leyenda, con grandes personajes y su trama muy buena. ????