La nostalgia puede ser un regalo

por Antonio Ostornol

La amistad intensa, reciente (aunque antigua) y generosa de mi compañero Pablo Azócar, me trajo un libro breve pero entrañable. Viene gestado en Arica, Santiago y Baviera, por una editorial de la cual yo no tenía noticia. Se trata de una recopilación de viejas y nuevas columnas, entrevistas y narraciones del propio Pablo, que tiene un precioso título: La nostalgia es un oficio solitario (Editorial Carbón libros, colección Marginalia, 2024)

Pablo Azócar es un escritor periodista, o viceversa. Ha publicado cuentos, poemas y novelas y ha recibido los merecimientos correspondientes, porque es un gran escritor. Y lo primero que aparece en este libro es toda la potencia de su lenguaje y su capacidad para construir imágenes y escenas muy sintéticas, pero también muy densas. Narrando un imaginario encuentro con Borges, por ejemplo, nos confiesa que “Mi vanidad y mi nostalgia han armado una escena imposible. Así será (me digo), pero mañana yo también habré muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de símbolos”. En estas pocas palabras, dichas posiblemente a propósito del descubrimiento literario del gran argentino o de una nueva frustración frente al otorgamiento del Nobel, se resume y define el tono general del libro: una mirada nostálgica a los tiempos que se han perdido y ya no sabemos dónde quedaron y ni siquiera si de verdad existieron.

¿Qué tiempo, qué lugares, qué deseos o derrotas se confunden con el paso inexorable de los años y de la vida que construimos en ellos? Esta pareciera ser la pregunta que Pablo se ha venido formulando a lo largo de su propia vida. Los textos recogidos abarcan un período de aproximadamente cuarenta años, que va desde sus colaboraciones en los emblemáticos diarios y revistas de oposición a la dictadura (Hoy y APSI hasta las más recientes que vienen de medios como El Mostrador, The Clinic, El Mercurio o La Tercera). Haciendo la lectura transversal de estos, aparecen, diría yo, los tres grandes mundos que territorializan la visión de Azócar: la literatura, la nostalgia y la derrota. 

En rigor, pareciera que el mundo reflexivo y crítico de Azócar arrancara entero de la vivencia de la dictadura, vista como una gran herida y una gran derrota que se pretenden olvidar. Obviamente, se trata de recordar para aprender y no volver a vivir la misma tragedia. Pero quedarse en una lectura simplemente “política” de esta herida, no daría cuenta de la reflexión de Pablo porque va mucho más allá: en sus páginas hay una mirada asombrada de la naturaleza humana y del paso del tiempo. Queda la sensación de que la historia es como un animal que engulle su propio pasado, pero deja la emoción anclada a lo que ya no existe. Por eso están referidos escritores como Proust, Camus (suicidio) o Kavafis, y entre los nuestros, autores como Lihn, Bertoni, Rubio o Lira, como si todos ellos hubiesen quedados inscritos en un pasado que, como los muertos, asesinados y torturados de nuestra historia, cada día está menos presente y extrañamos indefensos y derrotados sus presencias.

Hay dos crónicas que resumen muy bien esta idea: una, en que se hace un paralelo entre el momento en que Corleone (el viejo, el interpretado por Brando) decide su retiro y se encuentra en su silla en medio de una villa cercana al Adriático, con los años finales de Marlon Brando, que, desbordado por la gordura, se recluye y arranca del mundo. Es el tiempo que se consume y se olvida. Algo similar ocurre, aunque en un sentido diferente, cuando nos narra que ve a la distancia a nuestro Ramón Díaz Eterovic perderse en algún pasaje del centro de Santiago, donde todavía persiste casi clandestina la vieja capital de bares y bohemia, de seres nocturnos que agotan la soledad en sus calles. La figura de Díaz Eterovic le sugiere “el tipo de escritor que encarna, […] y lo vi como un sobreviviente, miembro obstinado de una especie en extinción”. ¿De qué tipo de escritor estamos hablando? De los que quedan fuera del tiempo de “tanto fasto, blanqueo y pachanga cultural, donde los escritores en vez de hablar de libros hablan de cifras y agentes literarios”. Reconoce en Díaz Eterovic “la misma austeridad del detective Heredia”, su gran personaje, al que describe como “pesimista de la razón y optimista de todo lo demás”. Lo ve como una actitud frente al mundo que se corrompe en la globalización del mercado y las transnacionales del libro. En este sentido, “Díaz Eterovic es una clave cultural en los tiempos que corren, un resquicio, un acto de resistencia”. 

Pablo Azócar nos ofrece una mirada crítica de la modernidad, proceso político cultural que resiente. Va desde la crítica a la frivolidad del mercado al negacionismo del “exterminio” que desarrolló la dictadura en concomitancia con la derecha chilena. En cierto sentido, Azócar se nos presenta como un nostálgico de un Chile que ya no existe y que ha sido corrompido por quienes han manipulado el olvido, categoría en la que caen agentes de todo tipo, disparando de chincol a jote. Quizás a veces se excede en los juicios, pero en lo sustantivo defiende una mirada ética de nuestro país. Y yo agregaría, es también una imagen de la derrota de una forma de ser, de un modelo de sociedad que murió en los 70´s y que apenas podemos recordar.

 Al final, luego de disfrutar del ejercicio de la memoria, aunque sea desde la nostalgia, no me queda más que agradecer la oportunidad de revivir tiempos que fueron parte de nuestra historia, con la precisión y belleza del lenguaje de Pablo Azócar. Recomiendo leer este libro: fortalece el acervo que nos ofrece un gran escritor y nos ayuda a pensar –o repensar- nuestro sentido de identidad.

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3 comments

Patricia Hidalgo junio 13, 2024 - 11:33 pm

Emocionante comentario Antonio…. Gracias por compartir esa mirada que nos abarca a varios.

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Cecilia Ostornol junio 14, 2024 - 4:42 am

Emotivo, certero y nostálgico,
Este bello homenaje, hermano.

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Cecilia Vergara junio 15, 2024 - 12:29 pm

….lo quiero leer

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