El poblado de Socoroma, se encuentra ubicado a 3.060 metros de altura, a 30 kilómetros de Putre y a 125 de Arica. Rodeado por cerros cubiertos de verdes arbustos y vetustos eucaliptus es uno de los pueblos más pintorescos de la precordillera.
Sus calles son limpias y cubiertas con piedras de río y en las que se destacan una que otra casona con portones y columnas cuadradas de piedra labrada, las que seguramente fueron habitadas por familias acomodadas del tiempo colonial.
Todos los cerros que circundan al pueblo son cuna de viejas leyendas perdidas en la bruma de los siglos. Entre aquellos cerros se encuentra el Wilaqullu, el de las grietas de Socoroma que, según relata la tradición, al desplazarse sepultaron el antiguo pueblo socoromeño.
Está también el Cerro Qalaqullu, hoy llamado Qalakrusa, “Cruz de Piedra”, donde los antiguos cuentan, habitaba una tribu de indígenas chullpas, caracterizados por ser crueles guerreros.
Cuenta la leyenda que los temibles Chullpas, en ciertas festividades sacrificaban no sólo animales sino seres humanos, en homenaje a la Madre Tierra, Pachamama, y que para concretarlo elegían niños de unos diez años, a quienes les abrían el pecho y con su corazón sangrante rociaban las semillas de papas que se utilizaban en la siembra de la nueva cosecha.
Para determinar cuál debía ser el pequeño elegido, el hechicero de la tribu se encerraba, dos lunas antes, por varios días con la finalidad de que los espíritus le señalaran quien sería el sujeto del sacrificio.
En una de estas vigilias, en espera de la señal divina, los espíritus le indicaron que, en esta ocasión, la víctima debía ser la primera niña que se asomara por el sendero o camino que él indicara. La ceremonia del sacrificio se dispuso frente a una piedra que servía de altar, ante la cual, en semicírculo, se ubicaba la tribu con sus aguayos conteniendo las papas, que esperaban ser bendecidas con la sangre de la inocente pequeña.
El día en el que se realizaría este rito, había un sol esplendoroso y sobre el altar en la piedra, se había dispuesto un gran tronco que servía para indicar cuándo debía sacrificarse a la pequeña, justo en el momento en el que el sol no proyectara sombra con él, ni en ninguna otra cosa, o sea, en pleno cénit.
Todos atentos al transcurso del sol y a cómo las sombras iban desapareciendo de los objetos que las proyectaban, comenzaron a murmurar pues la elegida no llegaba. Había gran expectación cuando, de pronto, a corta distancia se pudo observar a la niña. No venía sola, la acompañaban un indígena y un sacerdote. Al advertirlo el hechicero se abalanzó sobre la pequeña, interponiéndose el sacerdote al que entonces intentaron contener y amarrar.
En medio del alboroto se escuchó al indígena advertir que el sacerdote venía como mensajero del gran Dios que mandaba a los demás dioses, para bendecirlos en su nombre. En el intertanto el sol había seguido su curso natural y se proyectaban sus sombras. ¡Ya había pasado la hora del sacrificio!… Habría que esperar un nuevo día.
Aprovechando la tregua, a solicitud del sacerdote el indígena intentó manifestarle amistad al hechicero, prometiéndole una gran cosecha como favor del Dios todopoderoso y la inconveniencia de sacrificar a la pequeña.
Luego de una reunión entre los mayores de la tribu, mandaron decir al sacerdote que era un mentiroso, que no había nadie más grande que el Sol y que si él era capaz de apagarlo, sólo así le creerían. En caso contrario, ella sería sacrificada y él martirizado y muerto inmediatamente después de la fiesta. El sacerdote aceptó el desafío, sabiendo que esto significaba su muerte.
El día siguiente amaneció con un cielo limpio, brillante y esplendoroso, animando las expectativas del sacrificio anunciado. Inocente, sin saber lo que le esperaba, la pequeña se mostraba alegre y juguetona. El sacerdote que, resignado, no paraba de orar, pidió ser desatado frente al altar para pedirle a su Dios que oscureciera la tierra, afirmando: “No habrá más luz, hasta que prometan que no sacrificarán más vidas”.
Así, arrodillado elevó los brazos al cielo y comenzó a orar en voz alta. Mientras tanto, se notaba gran intranquilidad entre los indígenas quienes miraban atentamente la marcha del sol y la disminución de las sombras que proyectaba en todas las cosas.
De pronto, el hechicero advirtió que, faltando todavía mucho para que desapareciera la sombra del tronco que había en el altar, el sol oscurecía. La situación provocó gran espanto en los indígenas quienes irrumpieron en gritos y alaridos, y corrieron a buscar refugio junto al sacerdote.
El clérigo temeroso miró al indígena intérprete que tenía a su lado y éste que también estaba asustado se apresuró en advertirle todos están pidiendo que le devuelvas el poder al Sol para que brille nuevamente y harán lo que pidas.
El sacerdote elevó sus brazos al cielo para agradecer el haber sobrevivido e indicó que todos debían declarar que su Dios era el más grande de todos, así sus súplicas serían escuchadas y pronto, el gran Sol, volvería a brillar y alumbrar como antes.
Cuando esto les fue comunicado esperaron con tranquilidad que el sol volviera a alumbrar y al ocurrir comenzaron a danzar sus bailes rituales, dando rienda suelta a la alegría, como un desahogo del miedo que les había producido el total oscurecimiento.
Pasado el eclipse solar, el sacerdote rezó en señal de agradecimiento a su suerte, salvando la vida de la niña y ciertamente la propia. Aprovechó también para hacer colocar una gran cruz de piedra encima de la piedra grande que les servía de altar y de bautizar a la pequeña como Krusa, nombre que por muchos años llevaron la mayor parte de las niñas del pueblo.
Cuentan que muchos de los socoromeños aseveran que esa fiesta corresponde a una que efectúan en la actualidad la mayoría de los pueblos cordilleranos con el nombre de «Pachallampe«, habiendo sustituido la víctima por el paseo de la imagen de San Isidro.
Aseguran también los hombres mayores, que esa cruz fue derrumbada por un fuerte sismo y trasladada a la iglesia del primer antiguo pueblo de Socoroma.
2 comments
Conmovedora historia y qué bien relatada. Gracias
Una hermosa historia terrenal y divina.